Pocos libros de pensamiento escritos por españoles han destacado en el siglo XX. Todos podemos citar La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. Junto a éste se puede colocar El crepúsculo de las ideologías, de Gonzalo Fernández de la Mora, cuya tesis se puede resumir en que la politización estaba dando paso a gobiernos dirigidos por técnicos, que sustituían las consignas y los programas políticos por decisiones basadas en el raciocinio y en procedimientos probados para alcanzar la prosperidad.
Todos somos hijos de nuestro tiempo y el análisis y la predicción de Fernández de la Mora tenía sentido con lo que se veía en la posguerra. Había que sacrificar las diferencias y apagar los enfrentamientos para evitar nuevas guerras y catástrofes.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraUna de las consecuencias políticas de ese crepúsculo ideológico era el abandono del extremismo por los partidos, sobre todo los de izquierdas, y su convergencia en un centro en el que las diferencias serían mínimas. En Occidente triunfó la desideologización, la URSS apostó por la ‘coexistencia pacífica’ y el régimen franquista trasladó su legitimación al ‘Estado de obras’.
En la posguerra pareció nacer una época desideologizada, pero desde principios de siglo la politización ha regresado
El colapso del bloque socialista en Europa dio un nuevo impulso a esta ideología del justo medio y el consenso. El presidente George Bush describió el futuro en un discurso en la ONU en 1990: “Veo un mundo sin fronteras, un mundo de comercio libre y, lo más importante de todo, un mundo de mentes libres”. Sin embargo, la Historia, mujer esquiva, imprevisible y antojadiza, engañó a quienes la halagan. Desde el comienzo del nuevo siglo hemos penetrado en una fase de politización y tensiones internas y mundiales que a algunos, como a Vladímir Putin, les recuerda la vivida en los años 30 del siglo pasado.
En Europa y en EEUU, los globalistas quieren imponer su plan de un mundo sin fronteras, a la vez que persiguen toda expresión que se les oponga. Su última víctima ha sido la actriz Gina Carano. En España, la izquierda recurre a la ‘memoria histórica’ para controlar el discurso público, limpiar su pasado de sangre y corrupción y someter a la derecha.
Para excluir del debate y hasta de la sociedad a los réprobos se ha extendido el uso del término ‘negacionista’ para manchar con él a quienes ponen en duda los beneficios de la sociedad multicultural o recuerdan los pronósticos fallidos de los ‘calentólogos’.
Los partidarios del consenso descalifican como negacionistas a quienes rechazan el mundo maravilloso que ellos ofrecen
La política ya no se divide en derecha e izquierda. Como escribe Ruiz Quintano, el único columnista que imparte lecciones de Derecho Político en la prensa, en el Estado de Partidos, y para eso se inventó, no hay, técnicamente, ni izquierda ni derecha políticas, sino peleas entre tribus por las nóminas del Estado. La verdadera división política ocurre entre ‘populistas y ‘demócratas’ (o liberales, o civilizados, o decentes), ya que son éstos los que disponen de la capacidad de nombrar y definir al otro, al enemigo.
En Francia, los comunistas y socialistas han llegado a pedir el voto para un financiero antiguo empleado de la Banca Rothschild, lo que hace las delicias de los estudiosos de las conspiraciones. En España, donde la cultura política está controlada por la izquierda desde la transición, la pata derecha del Sistema se presenta como centro.
¿Y qué es el centro? En Estados Unidos calificaron hace décadas la rendición de los republicanos ante los demócratas como el me-tooism, que no se refiere a una de las últimas campañas feministas en la que diversas mujeres ricas realizaban una terapia pública de redención y de paso atacaban a Donald Trump. El ‘yo también’ se refería a los candidatos republicanos que ofrecían a los ciudadanos el mismo programa que los demócratas, sólo que matizado. ¿Subida del salario mínimo? Sí, claro, sólo que en vez de dos dólares más por hora, uno solo, porque las empresas no pueden pagarlo, etcétera.
Desde la transición, la derecha española está tan avergonzada de su condición que se camufla como centro y acepta el programa de la izquierda
En España, el centrismo, ya convertido en el disfraz de la derecha vergonzante, comenzó con la UCD, ese partido-amalgama que trajo la democracia. Desde entonces, se ha convertido en una obsesión de los abogados del Estado que se meten en política. Una vez Alfonso Guerra se preguntó de dónde vendrían los Aznares y Arenas porque llevaban veinte años de viaje al centro.
El centrismo supone la renuncia a las ideas propias, porque se cogen las ajenas, se les corta el pelo, se les pone corbata y se les trata de hacer pasar por propias. La consecuencia es que el programa de la izquierda lo aplican la izquierda y la llamada derecha, como vemos con el aborto y la subida de impuestos. A medida que el partido-eje español (el PSOE) se desplaza más a la izquierda, los centristas lo hacen de igual manera, para no quedar en las orillas de la historia. Para dárselas de puros en el club, los centrados son los primeros en cargar contra quien se atreva a presentarse como de derechas (o populista), aunque sea con las propuestas que los primeros llevaban hace cinco años.
Entre los efectos positivos de las elecciones catalanas del domingo 14 de febrero se encuentra la desaparición del centro. En una época de politización extrema, en la que incluso se discute la nación misma y se niega la biología, el pueblo no está para escuchar a los apóstoles de la moderación.
Para Pablo Casado (PP) no es él quien está equivocado en su centrismo y su equidistancia, sino los votantes que le abandonan
Los dos partidos que se presentaban como centristas, C’s y PP, han sufrido sendos desastres. C’s ha perdido el 90% del voto que obtuvo en 2017 y el PP uno de sus cuatro escaños, con lo que se convierte en el partido con menor representación en el Parlamento catalán. Los dos competían por esa nada que es el centro: sin ideas, pero con encuestas; sin pasión, pero con abrazos. Sus antiguos electores se han hartado de tantos engaños y les han dejado plantados.
El mejor ejemplo de centrismo lo dio Pablo Casado con sus declaraciones hechas en la campaña electoral en las que se presentaba como equidistante entre la extrema izquierda catalanista, las bandas de la porra de las CUP, y VOX, su gran rival; y entre los golpistas que en 2017 trataron de romper España y los catalanes que se les resistieron y los policías que reprimieron a aquellos. Antes había elogiado al PSOE, el “gran partido” que montó los GAL y el robo de los ERE.
La realidad se ha manifestado como el volcán marino que emerge delante de un barco, pero los centristas se emperran en seguir girando en torno a un centro cada vez más reducido. Casado está convencido de que el equivocado es el votante, no él. Como dice Jesús Laínz, no es estrategia, es convicción. La convicción de querer suicidarse. Es rara, incomprensible y absurda, pero existe. Y cuando te topas con alguien que la tiene, mejor es apartarse.