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El COVID 19 evidencia (de nuevo) la inferioridad moral de la izquierda

Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno, se salta la cuarentena para comparecer desde La Moncloa. /EFE

Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno, se salta la cuarentena para comparecer desde La Moncloa. /EFE

La situación de jaque ante la que se encuentra España a causa del dichoso coronavirus da para todo tipo de análisis, hipótesis y opiniones, respecto a la utilidad o proporcionalidad de las medidas adoptadas, la demora en aplicarlas, o las propuestas económicas con las que se pretende hacer frente a los devastadores efectos de se derivan de paralizar un país, entre otros.

En cualquier caso, hay una serie de evidencias que hablan por sí solas y que, más allá de los posibles debates, dibujan un retrato de sus protagonistas extremadamente elocuente.

Cuando los tambores de guerra que se oían en el horizonte ya habían cruzado nuestras fronteras, y nuestro país hermano sucumbía a una epidemia que le estaba viniendo muy grande, los poderes públicos y las autoridades españolas estaban llamando al hacinamiento en las calles para empoderar el –dicen algunas- día de la Mujer. Con la que está cayendo, se nos olvida que por aquellos días, Pablo Iglesias (vicepresidente segundo del Gobierno) insinuaba que el ministro de Justicia (del Gobierno que él vicepreside) era un “machista frustrado” por haber dejado en evidencia la inutilidad manifiesta de su hembra, la señora Montero, quien intentó redactar a toda prisa una Ley de Libertad Sexual a costa del corta-y-pega, faltas de ortografía y redundancias, que desembocó en una chapuza que cabreó incluso a los históricos colectivos feministas.

No obstante aquellas peleas de gallos y gallinas, revueltos todos y todas en un hediondo corral descabezado, fueron capaces de ponerse de acuerdo para animar desde las instituciones, y a cargo del presupuesto público, a participar en concentraciones, marchas y actividades por toda la geografía nacional. No habría sido posible, claro está, sin la inestimable colaboración de los medios de comunicación afines que, a través de sus principales cabecillas, quitaban importancia a la pandemia que se avecinaba, porque, como la ínclita Calvo dijo, en la asistencia a las movilizaciones les “iba la vida”. Pero ellos, eso del alarmismo, no.

No había un progre en España, desde la política, los medios de comunicación o las redes sociales, que no llamase al apiñamiento ovejuno el 8 de Marzo, porque era muy importante contribuir a que la mujer española llegase a casa “sola y borracha”. Porque este es el nivel. No lo perdamos de vista.

Con esos mimbres se hizo el cesto que todos conocemos: miles de mujeres locas por llegar a sus casas solas y borrachas colapsan las calles, se besan entre sí, magrean a todo bicho viviente, y, ¡oh casualidad!, según el Ministro socialista de Sanidad, Salvador Illa, es justo ese día, pero “al anochecer”, cuando se produce un “cambio de la situación”. Esa situación que Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad y miembro del Comité Técnico de Gestión del coronavirus  de segunda, había dicho que como “tenemos un buen sistema sanitario, no nos va a afectar demasiado”, en declaraciones de 26 de febrero. 

Así, de ser un resfriado sin importancia, y teniendo todos claro que lo que mata en España es el machismo, al sábado siguiente estábamos confinados en nuestros hogares –o donde nos haya pillado el Decreto del Gobierno-, esperando durante siete horas la comparecencia del presidente del Gobierno, que no podía dar la cara porque su vicepresidente comunista tenía bien sujeto por donde usted está pensando.

Y es que Iglesias, vocero del golpismo catalán y de los filoetarras, se oponía a que el Estado asumiese las competencias de Sanidad, y mucho menos, a que el Ejército se desplegase sobre todo el territorio nacional.

Los representantes de los millones de españoles que no votamos a los partidos que sustentan el gobierno, están siendo leales. Leales a un desleal

Es decir: de un día para otro, los españoles, a los que los medios progres y el Gobierno nos decían que lo del coronavirus era un bichito sin importancia, y que lo importante era mantener viva la ideología de género que subyace sobre todo el movimiento hembrista actual, nos vimos confinados en nuestras casas, sin una sola explicación coherente, y sin saber qué hacer con nuestros trabajos, nuestros negocios ni nuestros familiares más vulnerables.

A golpe de Decreto, un Pedro Sánchez noqueado por las circunstancias y sobrepasado hasta el extremo, intenta salir del paso un día tras otro, viendo que la situación se le va de las manos.

Y a pesar de su inoperancia y su incompetencia, a pesar de que la mitad de su gobierno sigue poniendo la ideología por delante de la situación, a pesar de la desinformación y el engaño permanente, los españoles hemos obedecido. Porque los representantes de los millones de españoles que no votamos a los partidos que sustentan el gobierno, están siendo leales. Leales a un desleal.

PP, Ciudadanos y VOX están siendo leales al mismo Sánchez que, en la crisis del Ébola, se lanzó a la yugular de Mariano Rajoy, y habló de desgobierno y de la inoperancia de la entonces Minsitra de Sanidad, Ana Mato. Una crisis con cero muertos y un perro sacrificado, por el que se manifestaron animalistas de extrema izquierda que abrieron decenas de informativos.

Están siendo leales con el mismo PSOE desde cuyas sedes, tras la masacre del 11-M, se lanzaron los mensajes para rodear las sedes del Partico Popular en toda España.

Están siendo leales con un Pedro Sánchez que, en la segunda intervención pública desde que decretó el confinamiento, ha comenzado a criticar la gestión sanitaria de los gobiernos del PP.

Hubo alguien, algún día, que echó a rodar el bulo aquel de la “superioridad moral de la izquierda”

Ahora, con más de diecisiete mil afectados, más de setecientos muertos, y la economía al borde de la quiebra, los españoles de toda condición, a pesar de todo, siguen siendo leales y obedecen puntualmente, por el Bien Común.

Pero, hete aquí, que como la izquierda y la progresía no tiene contra quién manifestarse (ahora, aunque de forma calamitosa como ningún otro gobierno europeo, los que gestionan son los suyos), han convocado caceroladas contra el Rey. Claro que sí. Porque España está hoy para sacar las cacerolas y las sartenes a los balcones, para disparar contra la única institución capaz de liderar con contundencia la extrema situación que vivimos.

No olvidemos que la propia Ada Colau, alcaldesa de la segunda ciudad más importante de España, y destacado miembro de uno de los partidos del gobierno de la nación ha llamado públicamente a manifestarse contra el Rey y contra la Monarquía, como también ha hecho Gabriel Rufián, socio de investidura de Sánchez.

Recordemos que el vicepresidente del gobierno de España, Pablo Iglesias, ha manifestado que “cuando la gente quiere manifestar cívicamente […] su indignación ante situaciones que han molestado a muchos ciudadanos, este Gobierno siempre va a defender la libertad de expresión”, apostillando que “como responsable político de Unidas Podemos mi posición es conocida”.

Porque la izquierda es así. Odiadora, como se dice ahora. Nacieron del odio y en él se corrompen cada día. Desleales a todo lo que no sea su propia ideología, son capaces de vender a sus madres si es necesario con tal de sacar los cuchillos de sus sectarias doctrinas. No les importa pasar por encima de cualquier cosa con tal de tocar el poder y, una vez alcanzado, mantenerse en el mismo hasta el infinito.

Lanzaron a sus hordas de solas y borrachas, sabiendo que las estaban condenando al contagio, y les dio igual; han exigido al resto de partidos y a los ciudadanos que nunca les votamos la lealtad que ellos jamás han tenido y jamás tendrán, porque desconocen lo que significa esa palabra; han mantenido sus manifestaciones con la excusa de “no querer alarmar”, mientras decían que en acudir a las mismas les “iba la vida” y Sánchez declaraba que vivimos ante una “emergencia climática”; permiten que la Comunidad de Madrid se suma en el caos, mientras Iglesias impone su criterio y Cataluña y País Vasco se salen con la suya; requisan mascarillas a una empresa de Jaén, principal abastecedora del Servicio Andaluz de Salud, mientras consienten que las empresas catalanas hagan el agosto vendiendo material médico a Italia.

La izquierda y sus medios afines, que decían que el Partido Popular de Rajoy “asesinaba” por los recortes en sanidad, tienen hoy más de 700 muertos por el virus que ellos han contribuido a expandir por España. Y todavía alientan a hacer una cacerolada contra el Rey.

Hubo alguien, algún día, que echó a rodar el bulo aquel de la “superioridad moral de la izquierda”. Un insulto a la inteligencia que los medios de comunicación han querido hacernos tragar demasiado tiempo. Hasta ahora.

Quizás el dichoso virus traiga algo bueno para España. Lo bien que evidencia el oprobio y la vileza de la izquierda, por un poner.

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