Steven Mosher, presidente de Population Research Institute y experto en China mundialmente reconocido, acaba de publicar su último libro, “The Devil and Communist China” (El diablo y la China comunista). En su amplia producción literaria sobre China, Mosher siempre ha brindado una descripción basada en evidencia del régimen comunista por haber sido testigo de primera mano de todos sus excesos desde que hiciera trabajo de campo en China en 1979. Pero en esta reciente entrega ofrece una visión más profunda de las repercusiones de los perjuicios del comunismo sobre el alma humana. Mosher no sólo fue el primer científico social estadounidense en visitar la China comunista, sino que las brutalidades que presenció mientras estuvo allí lo llevaron finalmente a su conversión a Cristo y a Su Iglesia.
Steven Mosher cuenta esta parte de su vida en una reciente entrevista muy oportuna a la luz de la reciente confirmación de que el Vaticano espera renovar una vez más su acuerdo secreto con el Partido Comunista Chino, a pesar de las acusaciones a finales de 2022 de que el Partido Comunista Chino violó el acuerdo y de la peligrosa alianza del presidente ruso Vladimir Putin a China con el presidente chino Xi Jinping firmada hace unos días.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahora“En enero de 1979, por primera vez en 30 años, fue posible realizar investigaciones en la China comunista. Washington y Beijing acababan de firmar un “Acuerdo de Intercambio Académico”, según el cual se permitiría la entrada al país de 50 académicos estadounidenses durante un período de hasta un año. Aunque yo era un estudiante muy joven (estaba terminando mi doctorado en la Universidad de Stanford), fui uno de los elegidos. Más tarde supe que la Fundación Nacional de Ciencias me había seleccionado porque sabía leer, escribir y hablar chino, tanto mandarín como cantonés”.
“Pero entonces surgió un problema. Mi propuesta de investigación requería que hiciera un estudio amplio sobre cómo el comunismo había cambiado la vida en China. Resultó que el Partido Comunista Chino no quería que un científico social estadounidense hablara con la gente corriente en China sobre el Partido y sus líderes. Mi propuesta fue la única de 50 que fue rechazada. Sólo después de que el presidente Jimmy Carter interviniera personalmente ante el líder chino Deng Xiaoping obtuve el visto bueno”.
“El Partido Comunista Chino tenía razón al preocuparse por lo que encontraría. Muchas de las personas que conocí en China me dijeron en privado que la vida había sido mejor antes de la llegada de los comunistas en 1949. La revolución había puesto patas arriba sus vidas, se habían confiscado granjas y se habían destruido negocios. La ´Nueva China´ que me habían descrito los profesores izquierdistas de Stanford resultó ser una mentira”.
En múltiples declaraciones públicas, Mosher ha señalado que cuando visitó China en 1979, no solamente era ateo sino también que había comprado toda la narrativa de la sobrepoblación, la necesidad del control natal para el desarrollo económico y social, y finalmente del derecho elegir en materia de aborto. Pero el profundo impacto que tuvo su visita a la China comunista en ese viaje lo cambió todo radicalmente y así lo relata.
“Mi año en China fue un punto de inflexión en mi vida en muchos aspectos, pero principalmente porque fue allí donde descubrí la existencia del mal y comencé a buscar el bien, lo que finalmente me llevó a Dios y a la Iglesia que Él fundó”.
“Verá, yo estaba en China al comienzo de la política del hijo único, viviendo en una aldea rural de una comuna china. Un día, las autoridades llegaron a mi pueblo y detuvieron a todas las madres que estaban embarazadas de su segundo, tercer o mayor hijo. A estas mujeres se les dijo que sus hijos por nacer eran enemigos del Estado y que debían abortar. Los que se negaron fueron arrestados, sacados de sus hogares y familias y encerrados en la sede de la comuna. Fui con ellos”.
“Allí los vi sometidos a agotadoras sesiones de lavado de cerebro desde la mañana hasta la noche y medio muertos de hambre. Esto continuó día tras día hasta que cedieron. Siempre me consideré un ´pro-choice´, un férreo defensor del ´derecho a elegir´ de la mujer, pero a estas madres embarazadas se les negó el derecho a elegir la vida para sus bebés”.
El camino de conversión de Mosher al catolicismo fue un encuentro cara a cara con el mismo demonio. Y es que el aborto es una de las acciones humanas más viles que solo puede explicarse por una influencia demoníaca. La experiencia radical del mal frente a sus ojos le produjo un shock para abrirlo a una serie de interrogantes cuya respuesta solo puede ser espiritual.
“También los acompañé mientras los llevaban al abortorio donde se llevaba a cabo esta matanza de inocentes. Allí les aplicaron inyecciones letales en el útero para matar al feto, seguido de un aborto por cesárea. ¿Por qué una cesárea? Y la respuesta es simple pero aterradora. Muchas de estas mujeres ya tenían siete, ocho y hasta nueve meses de embarazo”.
“Es imposible estar en un quirófano donde se está practicando un aborto tardío y no darte cuenta de lo que está pasando. La visión de un bebé muerto o moribundo siendo arrancado del cuerpo herido de su madre queda grabada en tu memoria para siempre. Y ese fue el momento en que me volví provida. Era como si estuviera parado en el Templo de la Luna en los días de los aztecas y observando a los sacerdotes paganos sacrificar seres humanos. Se trataba del asesinato de un diminuto ser humano que no había hecho nada para merecer la pena de muerte. Me volví provida en ese momento”.
“Este encuentro con el mal marcó también el comienzo de mi conversión. Verá, en Stanford me habían enseñado que la moral era relativa, la ética situacional y que el bien y el mal eran meras construcciones culturales. Ahora en ese quirófano me encontré cara a cara con un gran mal y debo decir que me estremeció hasta lo más profundo. Me pareció que sólo me quedaban dos opciones. Frente a este horror, podía concluir que el universo estaba loco. O podría concluir que, si puede existir un mal tan grande, debe haber un bien que lo compense. No quería vivir en un manicomio, así que comencé a buscar el bien y pronto fui conducido a la fuente de toda bondad, nuestro Padre Celestial”.
“Así fue como, en un sentido muy real, encontré a Dios en China al presenciar las malas acciones del Partido Comunista Chino”.
Desde esta profunda visión humana es que Steven Mosher puede explicar lo que otros expertos en China difícilmente podrán lograr. Lo que nos cuenta viene de las entrañas mismas de un pueblo milenario chino que en las últimas décadas se vio capturado por la expansión del comunismo a China desde la Rusia soviética, el ascenso al poder de Mao Zedong y su largo reinado de terror.
Hoy la “Asociación Patriótica Católica” del Partido Comunista Chino es una caricatura de iglesia porque en el fondo es otra arma más del sojuzgamiento con mano de hierro y terrorismo de estado chino. La difícil situación de los católicos chinos ha empeorado con el Acuerdo Sino-Vaticano, y en general las condiciones actuales en China bajo Xi Jinping son diabólicamente inhumanas.