Si pocas son las personas en España que conocen con algo de profundidad la figura de Theodore Roosevelt, menos aún son los que tienen una opinión favorable sobre él. En verdad, resulta natural y comprensible. Sus opiniones sobre todo lo hispano no son nada parecido a admiración y respeto. Todo lo contrario. Fue uno de los grandes promotores de la Guerra del 98 y, fue allí donde se hizo un nombre como héroe de guerra matando españoles. Y, en fin, lo que se hizo en Filipinas durante su presidencia y sus opiniones racistas, en línea con la moda del Darwinismo Social, hoy nos parecerían inadmisibles. Por suerte, todos los que hoy reclaman su figura condenan de plano esta faceta oscura del personaje y ensalzan las cosas buenas, que las hubo y fueron muchas.
Pese a nacer en el seno de una de las familias de origen holandés más reconocidas y antiguas del Valle del Hudson, Teddy Roosevelt personificó al pionero. Al vaquero, al hombre de la frontera para el cual el límite no existe. Una de las facetas más reconocidas del modo de ser, individualista, del norteamericano que, muchas veces, trae más sombras que luces. Pero, él sí vivió esa vida de vaquero en su rancho de Dakota del Norte durante un tiempo. Su vida fue una batalla constante tanto dentro como fuera de la política.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraExternalizaba una virilidad y una pasión por la vida que hoy repugnaría a toda la “elite” intelectual de un Occidente que no hace más que celebrar la debilidad de espíritu y la falta de coraje. El “primer Roosevelt” –como se le ha llamado muchas veces para no ser confundido con su primo lejano Franklin Delano Roosevelt- tuvo siempre muy claro en lo creía. La Norteamérica que quería. Y, luchó hasta su muerte para que su “sueño” se hiciera realidad.
Teddy, se convirtió en presidente en 1901 tras el asesinato del presidente McKinley, en la ciudad de Buffalo, a manos de un pistolero anarquista. Pocas personas en el establishment del Partido Republicano tenían afecto alguno por Roosevelt. Su temperamento, les parecía imprudente y estrambótico. Sus ideas sociales, peligrosas y prácticamente socialistas. Pero, ahora le tenían como presidente y no les quedaba otra que asumirlo.
Estados Unidos no pasaba por sus mejores momentos en ese 1901. Sí, la victoria ante España era reciente, pero la división social entre ricos y pobres no hacía más que acrecentarse. La propiedad privada, estaba cada vez más acumulada en pocas manos que creaban monopolios y oligopolios que no hacían más que destrozar al hombre común. La República, vivía momentos muy complicados y la conflictividad social podía hacer disparar la chispa de la revolución en cualquier momento. Muchos, empezaron a poner propuestas sobre la mesa para que el Gobierno Federal llevara a cabo políticas sociales, controlara los trusts y aplicara las leyes antimonopolio.
Roosevelt, fue uno más de los que quisieron cambiar a mejor las cosas. El famoso periodista Tucker Carlson ha afirmado en alguna ocasión que el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos salvó al país de una revolución socialista. Seguramente, el bueno de Tucker exagera, pero es inevitable no imaginarse hasta donde hubiera llegado la crispación social entre los de arriba y los de debajo de no haber existido Theodore Roosevelt.
Durante sus siete años como presidente, es evidente que no pudo lograr muchos de sus planes políticos. Medio Partido Republicano le odiaba y el Congreso, muchísimas veces, no le fue favorable aunque el gran apoyo popular del que disfrutaba nunca se evaporó. La gente trabajadora por fin sentía que alguien se interesaba por ellos y sus representantes políticos no eran solo marionetas en manos de los grandes poderes económicos.
Aún así, se aplicaron con más vehemencia que nunca las leyes antimonopolio, se intentó avanzar en las políticas sociales y se inició el primer programa federal para conservar los espacios silvestres a través de la creación de los parques naturales en una América a la que, aún hoy, le cuesta pensar más allá del beneficio económico inmediato. En las próximas generaciones. Pese a todo, la presidencia de Roosevelt –y su carrera en general- estuvo más dominada por grandes propuestas que casi nunca se pusieron en práctica que por verdaderos cambios.
Por eso, en 1912, tras ver que su antiguo amigo y sucesor, el presidente William Howard Taft, no era más que el hombre de la vieja guardia del partido y como le impedían ser nominado para presidente, decidió presentarse por el recientemente creado Partido Progresista. Quizás, una de las peores decisiones de su vida pues le regaló la presidencia al nefasto Woodrow Wilson. Pero, merced a esta mala decisión, se pudo ver de verdad cuál era el “sueño” que Theodore Roosevelt tenía para su país.
Pronto, el partido se convirtió en un movimiento en torno a su figura. Tanto es así que le empezaron a llamar el Partido del Toro-Alce – “Bull-Moose Party”-, ya que alguna vez él había dicho de sí mismo que tenía la misma fuerza y vitalidad que ese animal. Lo de “progresista”, puede llamarnos la atención. Es una palabra que directamente nos hace pensar en la izquierda. Bueno, hasta cierto punto, en lo económico, Roosevelt hoy sería considerado de “izquierdas”. Como otros políticos conservadores tales como Benjamin Disraeli en Reino Unido o nuestro Antonio Maura.
Él era un “conservador progresista”, de esa tradición de conservadores como Hamilton o Lincoln que utilizaban el poder del Gobierno Federal para intentar que las oportunidades y el nivel de vida del americano común fueran mayores. Él mismo decía que un buen conservador no debía tener impedimento alguno en intentar rectificar y eliminar las injusticias. Podría decirse que, para Teddy Roosevelt, la palabra “progreso” era como para Edmund Burke la palabra “reforma”.
Su gran programa político se escuchó de manera clara y directa en un discurso que ofreció el 31 de agosto de 1910 en Osawatomi (Kansas). En él, abogó por un “Nuevo Nacionalismo” para poner fin a los graves problemas sociales que azotaban a los Estados Unidos. En dicho discurso, dejó claro que, aunque creía firmemente en el derecho de propiedad, este no podía ser utilizado como excusa para perpetrar el mal y la injusticia. Para Roosevelt, el derecho de propiedad debía estar supeditado al Bien Común de la nación y, por encima de limitarse a mantener incólume ese derecho de propiedad, el papel del gobierno debía ser la búsqueda de la Justicia.
Esta idea tan propia de Platón de lo que son los fines de un “gobierno virtuoso”, podía haber sido dicha en cualquier documento de la Doctrina Social de la Iglesia. Roosevelt era un calvinista reformado devoto, pero su visión de la comunidad política era netamente católica. En verdad, netamente cristiana.
En ese discurso, también abogó por la creación de una Seguridad Social para los más desfavorecidos, una mejora en las condiciones laborales de los trabajadores, centrarse en la construcción de infraestructuras por todo el país, aplicar con rigor las leyes antimonopolios y hacer lo posible para eliminar la influencia de los ricos en los partidos políticos. También, pidió un esfuerzo por limitar el número de inmigración masiva que estaba llegando al país y por hacer lo posible para que los inmigrantes solo tuvieran lealtad a “una bandera”, la de Estados Unidos, no a la de Alemania, Irlanda o Italia.
Teddy Roosevelt murió en 1920 sin ver cumplido su “sueño” de una vida mejor para sus compatriotas. A su plataforma de “Toro-Alce”, los promotores de su legado fueron añadiendo cosas muy interesantes como un reimpulso al agrarismo jeffersoniano para “comprender” a las gentes del Sur y salir de la podredumbre de las ciudades, impulsos comunitarios a las cooperativas o movimientos como el “Anti-Saloon” que querían restringir y regular el número de Saloons –tan famosos en las películas del Oeste- donde muchos cabezas de familias desperdiciaban su jornal en bourbon barato y prostitutas.
Roosevelt siempre quiso elevar moralmente al pueblo estadounidense. Como tantas veces suele ocurrir, las épocas de mayor polarización social y económica suelen ir acompañadas de degradación moral. Por ello, en alguna ocasión, se mostró favorable a cosas que hoy nos dejarían boquiabiertos como que los hombres adúlteros fueran azotados en las plazas públicas.
Parte del conservadurismo norteamericano quiere coger lo mejor del Trumpismo –ya sin Trump- y mejorarlo para crear una nueva coalición ganadora
Supongo que, tras todas estas líneas, se preguntan ustedes por qué estoy hablando hoy de Theodore Roosevelt. El día anterior a que un servidor escribiera este artículo, muchos en la derecha española recordaron con cariño los que hubieran sido los 110 años de Ronald Reagan. Sin entender que, en Estados Unidos, la nueva generación de jóvenes conservadores, aunque aprecia a Reagan como el gran presidente que fue, están proponiendo un “Nuevo Nacionalismo” que, en cierta medida, es una superación del Reaganismo. De la sumisión a todo aquello que decida el “libre mercado” –nuevo dios azteca al que, cada cierto tiempo, hay que hacer sacrificios humanos- por encima de la Justicia y el bienestar de la comunidad. De los malos acuerdos comerciales que tan daño han hecho a la agricultura e industria estadounidense. De un partido subordinado a los intereses de los grandes poderes financieros.
En definitiva, de un programa político que acabaría llevando al Partido Republicano a la marginalidad. Por eso, buscan referentes en el pasado y los encuentran en el conservadurismo nacionalista y populista de Alexander Hamilton o Teddy Roosevelt.
Parte del conservadurismo norteamericano lucha por superar el consenso establecido. Las políticas económicas impopulares y el desdén por los problemas sociales han marcado la plataforma del partido en las últimas décadas. Quieren un conservadurismo estadounidense que ponga por encima de todo el Bien Común y los intereses reales del país.
Coger lo mejor del Trumpismo –ya sin Trump- y mejorarlo para crear una nueva coalición ganadora. Senadores como Josh Hawley – escritor de una biografía sobre Theodore Roosevelt- o Marco Rubio –defensor del “Nuevo Nacionalismo” y de un “Capitalismo del Bien Común”- pretenden, poco a poco, reorientar al partido en esta dirección. Una coalición multirracial inspirada en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia aunque no todos sean católicos. Y sin necesidad inmediata de ello. Queda mucho para 2024 pero, creo que podemos augurar que al menos uno de los candidatos a las primarias republicanas tendrá como espejo en quien mirarse a Teddy Roosevelt y no tanto a Ronald Reagan.