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El que no vota siempre se equivoca

El expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero y el dictador venezolano Nicolás Maduro.

El expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero y el dictador venezolano Nicolás Maduro.

Alguien dijo que la principal lección de la historia es que la gente no aprende de las lecciones de la historia. Por ejemplo, tenemos a los políticos europeos, con los españoles como los más destacados, promoviendo la esterilidad de sus sociedades, como si no recordasen que la debilidad demográfica influyó en el empobrecimiento y la caída del imperio romano.

Otro ejemplo, que es del que quiero escribir, consiste en que desde la Transición ha quedado claro que quien se niega a participar en política siempre está entre los perdedores.

¡Cuántas veces hemos oído en boca de derechistas que “la economía es lo más importante” y “todos los políticos son iguales”! Porque las izquierdas y los nacionalistas piensan todo lo contrario: la economía es subsidiaria de la política y sus políticos son unos santos. Ya nos explicó Alberto Garzón que el político de izquierdas que roba no es de izquierdas.

Cuando el Poder nos está reduciendo la libertad, un grupo, por fortuna pequeño, propone la ‘abstención activa’ en las elecciones

Entre esos grupos de abonados al tópico destaca uno por su peculiar idea de promover la ‘abstención activa’, expresión sin sentido que me recuerda a la del ‘diálogo verdadero’ de tanto clerical. ¿Es que hay un diálogo falso? ¿Cómo podemos saber que la abstención es activa o pasiva o participial?, ¿se conoce alguna manera de pesarla o contarla?

Según esta teoría, en cuanto la abstención en unas elecciones supere a la participación, el régimen partitocrático comenzará una descomposición imparable que concluirá por sustitución por otro en el que habrá separación de poderes estilo EEUU, distritos uninominales estilo Inglaterra y gobierno mínimo estilo Suiza. Y en estas transformaciones quizás nos toque ser rubios y crecer varios centímetros.

Mientras no haya todo lo anterior (salvo los efectos personales ya citados y que pertenecen más al campo de la fantasía que al de la política), subrayan que participar en las elecciones es apuntalar un sistema corrupto.

La abstención no derroca Gobiernos. En Venezuela ha votado menos del 30% de la población y Maduro sigue en la presidencia

Acabamos de tener una prueba de lo errado de esta teoría. En las elecciones legislativas de Venezuela del 6 de diciembre, la participación fue del 30% según el gobierno y del 20% según la oposición. En 2015, la participación fue del 74%, lo que supone una caída de, como mínimo, cuarenta puntos. Sólo algún que otro miserable como Rodríguez Zapatero ha defendido la representatividad de la nueva Asamblea.

Pero Nicolás Maduro sigue en su palacio. Diosdado Cabello sigue mandando. Los sicarios siguen saliendo a las calles a matar. Los ciudadanos siguen pasando hambre. Nada se ha movido, aunque todos sabemos que el número de partidarios de la tiranía bolivariana es ínfimo.

Lo mismo ocurriría en España si sólo votaran los políticos, los afiliados a los partidos, que son unos 100.000, y los beneficiarios directos del sistema (cargos de confianza, oenegeros, consultores de comunicación, feministas, tertulianos, cobradores del 3%…). Puede que sumasen dos millones de votos frente a 35 millones de abstencionistas, pero no cambiaría nada.

El referéndum sobre el estatuto de autonomía de Galicia, en 1980, contó con un 28% de participación. Resultado: el 21% de los gallegos que quería su Chunta, Parlamentito y ministritos se impuso al 75%. Es un principio de la política que cuando una fuerza choca contra una masa inerte ésta siempre se mueve, por lo general en la dirección marcada por esa fuerza.

Los gallegos que querían autonomía en 1980 eran muy pocos, pero fueron a votar todos y ganaron. La abstención no les paró

Desde hace meses, en Barcelona una veintena de gamberros separatistas corta a diario la Meridiana y la policía municipal de Ada Colau se limita a ordenar el tráfico y hasta a proteger a los vándalos.

Los partidarios de la ‘abstención activa’ desconocen la realidad, que se resume en que el poder de un Estado es hoy tan inmenso que una vez que una banda consigue controlarlo es muy difícil echarla.

Un amigo hace unos años expresaba su deseo de que Podemos llegase al poder porque estaba convencido de que Iglesias, Monedero y Tania Sánchez (entonces nadie conocía a Irene Montero) en meses se cargaban el régimen, lo que a él le generaba entusiasmo, porque daba por sentado que seguiría cobrando su sueldo de funcionario. Bueno, pues los podemitas llevan casi un año en el Gobierno y, a la manera falangista, se están cargando su partido; el PSOE, en cambio, eje de la política española, crece y crece.

Una minoría decidida y organizada puede decidir en una crisis el rumbo de una sociedad

En su interesante libro de memorias titulado Lo que yo viví, José Manuel Otero Novas explica la formación del grupo Tácito en el final del franquismo, que intervenía en la opinión pública mediante conferencias y artículos de prensa en el diario Ya. El consejo que da a los demás es el siguiente:

“Si se constituyen minorías coherentes y decididas en torno a una idea, y si se tiene la paciencia de esperar el momento de crisis, que nunca se sabe cuándo vendrá aunque siempre llega, esas minorías pueden contribuir eficazmente a orientar el futuro”.

Pero algunos exquisitos prefieren reducir su actividad política a cenas y conventículos, donde las citas de revolucionarios del XVIII se alternan con negocios. ¡Es que hacer política es tan vulgar y tan cansado! Si el Partido Republicano ha conseguido ganar una docena de escaños en la Cámara de Representantes federal y aumentar su presencia en los parlamentos estatales se debe a que llevan años trabajando esos distritos y cuidando a sus bases. Y eso exige trabajo, trabajo y trabajo.

Cuando la libertad se está reduciendo cada vez más, proponer la ‘abstención activa’, la ‘retirada prudente’, el ‘silencio vigilante’ o cualquier otra expresión que justifique la inactividad es contribuir con los déspotas.

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