La matanza de Wounded Knee fue uno de los actos más graves del genocidio yankee sobre los indios americanos.
La matanza de Wounded Knee fue uno de los actos más graves del genocidio yankee sobre los indios americanos.

Primero fue Cristóbal Colón y luego fray Junípero. La dictadura de lo políticamente correcto quiere reescribir la historia y la corriente indigenista de EEUU pretende borrar la herencia latina y católica con la excusa del genocidio. Eso sí, el legado de los protestantes anglosajones es intocable.

Lo describe la filóloga Elvira Roca, autora de Imperiofobia y leyenda negra, uno de los libros más leídos del año, en un artículo publicado en El Mundo.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Toma pie de la decisión del concejal Mitch O’Farrell de suprimir el Columbus Day, al calificar de genocida al Descubridor y se pregunta ¿por qué no pide que se le quiten los honores a las tropas del 7º de Caballería que exterminó a la nación lakota (una parte de los famosos sioux de las películas)?.

Concretamente escribe si el concejal O’Farrell “no va a pedir que se retire la Medalla de Honor del Congreso con que fueron condecorados los 20 soldados del Séptimo de Caballería que, obedeciendo órdenes, perpetraron el genocidio de Wounded Knee el 19 de diciembre de 1890 sobre población lakota desarmada e indefensa”.

«Primero se les prometió que se respetarían sus vidas si entregaban las armas. Lo hicieron. Después fueron bombardeados hasta la aniquilación”

El episodio es particularmente cruel. Vean:

“Primero se les prometió que se respetarían sus vidas si entregaban las armas” escribe Elvira Roca. Y añade: “Lo hicieron. Después fueron rodeados por cañones manejados por los 20 heroicos soldados y bombardeados hasta la aniquilación, con mujeres y niños”

En los años 70 se publicó un libro estremecedor que relata aquellos hechos: Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown.

Pero hay más. Hollywood se ha encargado de mitificar la batalla de Little Big Horn, en el que el famoso general Custer sucumbió ante los jinetes sioux y Cheyenne, en el territorio de Dakota, en 1876.

El director Raoul Walsh y el actor Errol Flynn tuvieron la habilidad de componer una película espléndida, romántica y épica: Murieron con las botas puestas. Pero la realidad es muy diferente. Porque la derrota de Custer se debió a un error estratégico que cometió; y no fue sino la justa venganza de los indios contra quien años antes había perpetrado una matanza en Washita.

Como dice Elvira Roca: “Tampoco se va acordar O’Farrell de la matanza dirigida por el general Custer en Washita en 1868 sobre población cheyenne. ¡Y cómo hemos amado todas a ese Errol Flynn encarnando al gran general en Murieron con las botas puestas (1941)!”

Anthony Quinn y Errol Flynn en 'Murieron con las botas puestas'.
Anthony Quinn y Errol Flynn en ‘Murieron con las botas puestas’.

Y sigue: “Pocas posibilidades hay de que ningún indigenista, así hable inglés o español, se ponga a recordar, con evidente mal gusto, la matanza de Río Colorado en 1832 a las órdenes de general Henry Atkinson, ni la de Río Sacramento en 1846 ni la de Río Pit en California en 1859 sobre los indios achomawil… Y si sigo me falta periódico. Eso sin salir del siglo XIX.”

Tras esta campaña ideológica contra la herencia católica de América hay un intento de presentar a los buenos como malos y a los malos como buenos.

Es el caso de otro personaje que hemos visto en numerosos westerns: el jefe apache Gerónimo. Por lo general, nos lo han presentado con dos rasgos: sanguinario y salvaje. Ni lo uno ni lo otro.

Elvira Roca recuerda que “el famoso Gerónimo, hijo de Hermenegildo Monteso y Catalina Chagori, era un indio hispano y católico. Su historia tiene mucho interés pero no está en las películas”.

Total, añade la autora, “que si Vd. quiere ser un indigenista de pro, lo que tiene que hacer es irse a apedrear la estatua de Colón o del pobre Fray Junípero, que nunca tuvo esclavos ni mató a nadie”.

Jefferson tiene descendientes negros que tratan sin éxito de que se les reconozca el apellido

Pero no se le ocurra cuestionar a los wasp, los blancos, anglosajones y protestantes. Aunque su pasado tenga muchas sombras y asuntos que poco a nada tienen que ver con los derechos humanos.

Por ejemplo, que George Washington, el padre de la patria, tenía esclavos o que Jefferson tiene descendiente negros que tratan sin éxito de que se les reconozca el apellido.

“Es indiferente para el problema que aquí nos ocupa –apostilla Elvira Roca- y que podríamos resumir como «qué estatuas merecen respeto y cuáles no», que Jefferson escribiera «todos los hombres nacen libres e iguales» sin encontrar contradicción entre lo que ponía en un papel y lo que hacía cada día, o que sus descendientes negros, pues tuvo hijos con una esclava, hayan pleiteado durante décadas por el derecho a llevar el nombre de su padre, derecho que les ha sido negado una y otra vez.”

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