Los asesinos locos solitarios son como los encuestados del CIS. Nadie conoce a ninguno hasta que de pronto aparece.
Durante décadas una persona lleva una vida normal, incluso tiene una familia y un negocio, hasta que se le cruzan los claves, coge un rifle y le vuela los sesos al presidente de los Estados Unidos. Ya no hay conspiraciones complejas, sino chiflados que oyen voces, incapaces de trabajar en un Burger King, pero hábiles para sortear la seguridad de un jefe de Estado.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraHace unas semanas, las autoridades de Suecia, ese país que protagoniza los sueños eróticos y económicos de todo izquierdista español, sea socialdemócrata o sea podemita, declaró que había resuelto el asesinato del primer ministro Olof Palme, cometido en 1986. Treinta y cuatro años después, la Policía y la Fiscalía señalan como responsable a alguien que no podrá ser juzgado nunca, pues murió en 2000. Suicidado. (Retenga este dato, amigo lector).
Un asesino atacó a la juez de EE. UU. que investiga un caso de pederastia. El asesino apareció suicidado horas después
¿Y cómo consigue el Estado sueco que la prensa progresista (perdón por la redundancia) se trague semejante ridiculez, que además atenta contra la presunción de inocencia y el buen nombre de un ciudadano? Pues diciendo que era un ultra, bueno, más que un ultra normal, de ésos que creen que Colón fue un gran hombre. ¡Era un neonazi! Entonces para la opinión publicada no hay duda alguna: era culpable.
De esta manera, la Policía y la Fiscalía pueden cerrar el caso de Palme y dedicarse a otros asuntos más importantes en los que demostrar su profesionalidad, como el ascenso imparables de las violaciones en Suecia.
A Lee Harvey Oswald un vengador, que se ganaba la vida como proxeneta, le mató mientras la Policía le llevaba por un pasillo rebosante de periodistas y curiosos. Y Mateo Morral, el que arrojó una bomba a Alfonso XIII y Victoria Eugenia, se suicidó mediante un disparo en el pecho que no dejó los residuos de pólvora ni las quemaduras que cabría esperar.
El domingo 19, un asesino, disfrazado de mensajero, se presentó en la casa de la juez federal Esther Salas en Nueva Jersey y disparó a su marido y a su hijo; éste murió. Salas es la juez que se hizo cargo la semana pasada de una demanda de varios clientes del Deutsche Bank contra esta entidad por no haber supervisado adecuadamente las cuentas del financiero Jeffrey Epstein, que las usó para lucrarse con la trama de prostitución y pederastia que dirigió y en la que participaron famosos y poderosos.
La Fiscalía atribuye el asesinato de Olof Palme a un ciudadano que se suicidó hace veinte años. Así puede cerrar el caso
Al principio, el FBI dijo que el asesino era tan bueno que se trataba de un profesional y unas horas después rectificó. Era un aficionado, un abogado que había discutido varias veces con Salas. El FBI lo encontró muerto en su casa. Suicidado (¿qué le dije?). Y encima era antifeminista. A falta de un tipo con banderas confederadas y esvásticas en su sótano, vale alguien que se opone a las cuotas por sexo y al feminismo. Según la información oficial, este abogado quedó descontento con una sentencia de Salas y decidió matarla cuando se le diagnosticó un cáncer incurable.
O nos engañan en las películas o nos engañan en la realidad. Porque en las primeras, los asesinos psicópatas escapan a la Policía durante días; en cambio en este delito el culpable ha sido descubierto y localizado en horas.
El 10 de agosto de 2019, Epstein apareció suicidado (¿cuántas veces van ya?) en su celda vigilada de una cárcel de alta seguridad de Nueva York. Casualmente al día siguiente de que se hiciese pública una lista de asistentes a sus orgías con menores de edad. Entre los participantes, se cita a Bill Clinton.
En cuanto se ingresó a Epstein en la cárcel, como preso provisional, muchos reclamaron a las autoridades de una ciudad y un estado gobernado por los demócratas que aumentasen el control sobre Epstein para evitar su muerte. ¿Por qué no se hizo? También crecieron las dudas sobre un asesinato camuflado como suicidio, pero esas autoridades las rechazaron con displicencia.
La compañera de Epstein, la británica Ghislaine Maxwell, asegura que será asesinada para silenciarla
La compañera de Epstein en sus bacanales, Ghislaine Maxwell, también encarcelada, afirma que teme ser asesinada para no revelar los nombres de los implicados. Quizás su estado de ansiedad le induzca a suicidarse…
La cercanía a los Clinton mata más que el covid-19. Algunos llevan la cuenta de las muertes entre los amigos, empleados y contactos profesionales de la pareja real de Estados Unidos, por asesinato o por suicidios (¡de nuevo!), y la cantidad supera el centenar. Las ganas de suicidarse o la fatalidad de ser asesinado por un ladrón aumentan cuando presentan una demanda contra los Clinton o son testigos en un proceso judicial que les implica.
Ningún Oliver Stone, Sean Penn, Michael Moore o Noam Chomsky considera que tanta muerte merezca uno de sus documentales o libros sobre el poder oculto en EEUU.
No deja de ser casualidad cuántos asesinos solitarios y locos se suicidan después de eliminar a alguien molesto para el Poder
La misma fatalidad les ocurre a los cercanos a los Kirchner. A principios de mes, el antiguo secretario personal de Cristina Kirchner, Fabián Gutiérrez, fue asesinado por unos supuestos ladrones. Gutiérrez era testigo protegido en una de las causas de corrupción por las que se investiga a su antigua jefa.
O tal vez esté exagerando y todos ellos se suicidan asqueados por la vida que llevaban. Las conspiraciones no existen, salvo la de los hackers rusos para hacer presidente a ese agente de Moscú que es Donald Trump. Rusia siempre es culpable.