Amy Coney Barrett, juez federal, madre de siete hijos, dos de los cuales ella y su marido adoptaron en Haití cuando éstos eran muy pequeños. Trabajó para el juez Scalia, y su trayectoria profesional supera con creces lo que se le puede exigir a alguien que quiera optar al puesto de juez del Tribunal Supremo. Ah, y sí, es católica.
En la actualidad no hay ninguna ley que prevea que cualquier ciudadano de los Estados Unidos puede optar a cualquier puesto federal, incluyendo el de juez, a no ser que sea católico. Es verdad que el sentimiento anticatólico fue muy importante en los Estados Unidos, y que ha habido movimientos anticatólicos muy fuertes, como los know-nothing, o el Ku Klux Klan. O la prensa progresista. Pero por el momento ninguno de esos grupos sectarios han logrado que las leyes estadounidenses adopten un principio discriminatorio efectivo que deniegue a los católicos de los derechos que tienen el resto de ciudadanos de ese país.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLos crímenes de los que se le acusa a la juez Barrett son, en realidad, dos. Uno de ello ya lo hemos adelantado. Ella ya ha dicho que a la hora de adoptar sus decisiones, cuando contraste los casos con lo que dice la ley, no se va a guiar por sus convicciones religiosas.
Y es fácil creerla, precisamente por la segunda acusación criminal de la que es objeto: es una juez conservadora. Conservadora, en este contexto, es que su intención es la de hacer que prevalezca la ley tal como se creó, y respetando el ánimo con el que fue redactada. En eso consiste ser “originalista”, como el juez Antonin Scalia, del que Barrett fue empleada.
La alternativa a ser conservadora, originalista, es la que parte de lo que dice la ley para lograr objetivos distintos, e incluso opuestos, a lo que dicta la norma. Esa es la posición de los jueces progresistas; jueces a los que la ley les resulta un fastidio, y que sí se dejan guiar por sus convencimientos personales, que por cierto no necesariamente tienen una visión más completa del ser humano que la del catolicismo.
Los ataques a Gorsuch y Kavanaugh de los demócratas han liberado a los senadores republicanos del deber de buscar mayores consensos, de modo que por esa vía también han facilitado la elección de Barrett
Harry Reid, en 2013 líder de la mayoría demócrata en el Senado, declaró que la mayoría de los senadores podían cambiar las normas de funcionamiento de la Cámara Alta. Y eso hicieron, eliminando la acendrada institución del filibusterismo. “Filibustero”, en nuestro idioma, es prácticamente sinónimo de traidor a España: pirata, como los que Inglaterra reconoce con el título de “sir”, o persona que trabaja por la emancipación de las provincias españolas ultramarinas. Pero en ese contexto, el filibusterismo es esa práctica de hablar durante horas para paralizar una decisión del resto de senadores. Todos recordamos a Mr. Smith yendo a Washington en Caballero sin espada hablando durante horas para salvar la democracia. Ese obstruccionismo sólo se podía vencer con una mayoría de tres quintos de la Cámara, pero los demócratas lo rebajaron a una simple mayoría. Cuando Amy Coney Barrett fue nombrada juez federal, salió elegida con una mayoría de 54 a 42 votos. Como dice al respecto Timothy Carney, si los demócratas no hubieran masacrado esa venerable institución, Barrett no sería hoy juez federal.
Por otro lado, los demócratas han adoptado una actitud militante y nada “bipartidista”, como se dice allí al intento de actuar de forma consensuada en los asuntos políticos. Fueron a degüello contra Neil Gorsuch, que tiene credenciales de sobra para ocupar el puesto de juez del Tribunal Supremo, e hicieron un ataque brutal e injustificado a Brett Kavanaugh. Un ataque que sólo está al nivel del partido que destrozó a Robert Bork sin más argumento que el de ser un juez más conservador que la media del Tribunal Supremo. Esta actitud ha liberado a los senadores republicanos del deber de buscar mayores consensos, de modo que por esa vía también han facilitado la elección de Barrett.
¿Lo tiene hecho? No se puede saber de antemano, pero si Donald Trump ha anunciado su nombramiento es porque cree que saldrá antes de las elecciones, y que con ello logrará apuntarse un tanto frente a los votantes católicos. Las minorías italiana, irlandesa y, sobre todo, hispana, pueden resultar decisivas en el complejo sistema electoral estadounidense.
¿Qué cabe esperar de Amy Coney Barrett si entra a formar parte del exclusivo grupo de jueces que deciden qué es constitucional y qué no lo es? Hasta el momento parece dispuesta a mantener la última tendencia del Tribunal Supremo, que pasa por no menoscabar el derecho a portar armas, recogido en la Segunda Enmienda a la Constitución. Ha mostrado su disposición a eliminar las normas que anulan el derecho de los varones a defenderse ante un tribunal si son acusados de cometer un delito sexual. Por otro lado, parece darle pábulo a las decisiones del gobierno federal de limitar la llegada de inmigrantes a los Estados Unidos.
Su posición sobre el aborto sólo la podemos suponer, pues en su carrera no hay elementos suficientes para apreciar su pensamiento al respecto. Pero ella ha dicho que es muy difícil que el Tribunal Supremo adopte una decisión opuesta a Roe vs. Wade.