Sobre el tema de las vacunas y sus deseados efectos protectores frente a los agentes infecciosos se vierten a diario muchas noticias esperanzadoras, aunque hay mucha precipitación en las expectativas creadas en cuanto a su utilidad preventiva frente a la pandemia de Covid-19.
Una característica sorprendente del virus SARS-CoV-2 es su elevado índice de propagación, solo comparable al causante de la pandemia de la gripe A, o gripe española, de 1918, que causó la muerte de más de 25 millones de personas en todo el mundo en las primeras 25 semanas y que en España afectó a cerca de 8 millones de personas y causó más de 200 000 muertes. La COVID-19 lleva ya 54 millones de personas afectadas en todo el mundo y ha causado más de 1.300.000 fallecimientos, siendo España uno de los países más afectados con más de un millón y medio de infectados y más de 50.000 muertos en solo 10 meses.
Sin duda, una vacunación masiva debe suponer una buena solución para frenar al virus, que parece propagarse sin descanso, aunque con el tiempo parece ceder en su agresividad.
De cualquier modo, un agente nuevo, desconocido y tan agresivo para la salud como ha resultado ser este coronavirus, produce un caldo de cultivo en el que convergen aspectos sociales y psicológicos para muchas personas, que, manejados por políticos y gestores desnortados, provocan un clima de confusión, desasosiego y desánimo en la vida de muchas personas, sin contar los fatales efectos para la educación y la economía. Sin duda, todo lo relativo a esta pandemia está suponiendo un cambio de rumbo muy fuerte para un país como España, que iba razonablemente bien, pero que más allá de la crisis de salud y sus secuelas para la economía, ha venido a coincidir con el momento más delicado de su reciente historia política, con un aparato gobernante sustentado en un variopinto conjunto de piezas de aquí y de allá, y no precisamente dispuestos a mantener la unión y defensa de la nación y su Constitución… frente a la cual sobrevive como puede una oposición dividida y dispuesta a seguir fraccionada por años sin término.
Con todo, lo peor es que la gestión de la pandemia está en manos de unos políticos inexpertos, no dispuestos a dejarse guiar por quienes saben, que generan medidas improvisadas, o peor aún, dispuestos a aprovechar la coyuntura para ejercer un control de la situación y de la población, dando prioridad a sus intereses partidistas frente a la crisis sanitaria. Esto está generando en la población un clima de inseguridad, incertidumbre y miedo, y ya veremos a medio y largo plazo si no trae consecuencias psicológicas para muchas personas.
Diez meses largos desde la primera aparición del virus en España son más que suficientes para decir que ya no caben excusas a la falta de atención a expertos científicos solventes para hacer frente a la crisis del coronavirus. Tras confesar la ausencia de un comité asesor por parte del Ministerio de Salud, no se ha cubierto ese importante déficit. En el pasado verano, mediante cartas publicadas en The Lancet, grupos multidisciplinares de expertos, médicos y científicos reclamaron que se atendiera esa necesidad junto a la información precisa y fiable de lo que está pasando con la COVID-19 en España.
Sin decir que la vacunación en España no es obligatoria, salvo en casos de pandemia, ya se anuncia que en la primavera que viene se habrán vacunado diez millones de españoles, sin más explicaciones
Ni caso. Solo promesas incumplidas, a pesar de la evidencia de la infortunada gestión, llena de errores, desabastecimiento de recursos y cambios de criterio en los datos y en la forma de afrontar la pandemia. Esta carencia de atención a los expertos es algo que también se puso de manifiesto en la Declaración final del I Congreso Nacional de Covid-19, celebrado en el pasado mes de septiembre, al señalar que la toma de decisiones para hacer frente a esta pandemia se debe guiar por criterios “estrictamente sanitarios”, basados en la mejor evidencia científica disponible.
La falta de expertos, se puso especialmente de manifiesto cuando pareció remitir la pandemia en el mes de julio pasado, momento en el que empezó el segundo capítulo de la pandemia en España. El descenso de los afectados en ese momento debería haber sido valorado como consecuencia del confinamiento y buen hacer del personal sanitario, incluso a costa de la vida de muchos de ellos, y no como la desaparición del virus. Ese momento debería haberse aprovechado para tratar por todos los medios de atender los déficits del sistema público de salud, con recursos humanos y materiales suficientes para la previsible segunda oleada, que en realidad no lo es, dado lo pronto que empezaron a surgir los rebrotes y la necesidad de atender los miles de casos diarios ya desde finales de agosto.
Ahora, estamos ante el umbral del tercer gran capítulo del drama que estamos viviendo, la próxima campaña de vacunación. Y ya de entrada mucho ruido y pocas nueces. Más que una tarea informativa a la población sobre la conveniencia y la responsabilidad de vacunarse, surge de nuevo el ruido en el que lo único que falta es oír a los expertos. En su lugar, oímos de todo. No nos hablan de la eficacia y seguridad, sino de que ya está solucionado el problema en cuanto lleguen las vacunas. Y hay desde quienes quieren que la primera vacuna que asome por el horizonte se imponga ipso-facto obligatoriamente a toda la población, hasta campañas anti-vacunas, que atemorizan a la población con los riesgos de vacunarse por los previsibles efectos colaterales debidos a los componentes utilizados en su elaboración, incluida la utilización de cultivos de células procedentes de fetos abortados.
Ante esta falta de información, solo el oportunismo político de costumbre. Sin decir que la vacunación en España no es obligatoria, salvo en casos de pandemia, ya se anuncia que en la primavera que viene se habrán vacunado diez millones de españoles, sin más explicaciones que la conveniencia de vacunarse porque así tendremos anticuerpos para vencer cualquier futuro rebrote. Siendo esto cierto hay que explicar más y mejor lo que supone la vacunación, cómo se han obtenido las vacunas, qué efectos secundarios pueden tener, etc. Porque son los hechos y no las ideas lo que marcan la realidad del momento.
Y de nuevo, falta escuchar la voz autorizada de expertos inmunólogos, epidemiólogos, microbiólogos y de otras especialidades médicas, que señalen los pros y contras de la vacunación, nos indiquen el nivel de eficacia, seguridad y posibles efectos colaterales de cada vacuna que llegue. Que nos digan las diferencias entre unas vacunas y otras, en el modo de acción y que den razones para establecer un plan de prioridad en su aplicación a la población. Falta también la disposición a escuchar la opinión de expertos en Bioética, que orienten sobre los aspectos positivos o negativos de la vacunación a la luz de los valores de la dignidad de la vida humana y la salud de las personas. Porque si bien es cierto que el correcto uso de las vacunas cumple un fin bueno para la defensa de la vida, hay entre las vacunas más inmediatas algunas que pueden generar un rechazo en función del modo en cómo se han obtenido.
Habrá que escuchar a los expertos sobre aspectos de educación sanitaria, si ha de ser obligatoria o solo recomendable, de acuerdo con el momento en que esté disponible y el nivel de inmunidad de rebaño que se haya alcanzado.
Para quien desee conocer detalles históricos, éticos y fundamentos de acción de las vacunas, les recomiendo la lectura del excelente artículo de la doctora Gloria María Tomás y Garrido, farmacéutica y experta en bioética Ética de la investigación biosaniaria: Las vacunas, o este otro, más reciente y relacionado con la pandemia actual, del doctor Justo Aznar, médico y responsable del Observatorio de Bioética del Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia: Más sobre aspectos bioéticos del uso de la vacuna contra la COVID-19.
Tres posibles vacunas para España
Solo a título de información, termino señalando las tres vacunas que, por su proximidad temporal tienen la mayor probabilidad de ser aplicadas en España:
La del laboratorio farmacéutico americano ‘Pfizer’, que está siendo co-desarrollada por BioNTech en Mainz, Alemania, consiste en instrucciones moleculares —en forma de ARN mensajero— para que las células humanas conviertan la proteína S de las espículas del virus SARS-CoV-2, que es el antígeno que provoca la reacción inmunitaria con la síntesis de los anticuerpos en el receptor. Esta vacuna de dos dosis mostró prometedora en estudios con animales y ensayos clínicos en etapas tempranas. El pasado 11 de noviembre se anunció su eficacia en una muestra de 94 voluntarios tratados con la vacuna. Se encuentra en fase III, aunque hará falta esperar al resultado en una muestra más amplia de población.
Las vacunas de Pfizer y Moderna, no han de causar reparos éticos a quienes no deseen ser vacunados por un preparado en cuya elaboración se hayan utilizado líneas celulares fetales procedentes de abortos humanos.
La de la empresa biotecnológica americana ‘Moderna’, de Cambridge, Massachusetts, que se está produciendo en colaboración con el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU. (NIAID) de Bethesda, Maryland. Al igual que la anterior es una vacuna de ARN hecha a base de toda la proteína S de la espiga.
La de la Universidad de Oxford, Reino Unido, desarrollada en colaboración con los laboratorios farmacéuticos ‘AstraZeneca’, que se fundamenta en modificar genéticamente un virus causante de un resfriado en los chimpancés, mediante la introducción en su genoma del gen de la espícula S de la cubierta proteica del SARS-CoV-2. Del mismo modo que las anteriores, una vez producido el antígeno en el receptor de la vacuna, se produce la proteína de la espícula, lo que genera la producción de los anticuerpos necesarios para combatir el coronavirus.
Hay, además, cerca de 130 laboratorios de muchos países generando vacunas, pero las tres indicadas son las que están en cabeza y en condiciones de elevar la producción a escala mundial… y por tanto de llegar a España en el plazo de unos meses. Es importante señalar que, de las tres, las dos primeras, la de ‘Pfizer’ y la de ‘Moderna’, no han de causar reparos éticos a quienes no deseen ser vacunados por un preparado en cuya elaboración se hayan utilizado líneas celulares fetales procedentes de abortos humanos. Esas dos vacunas, constituyen un tipo nuevo de “vacunas genéticas”, así llamadas por basarse en el mecanismo de la traducción de unos ARN mensajeros en las proteínas antigénicas del coronavirus, como factor determinante de la respuesta inmunitaria.
A la espera de más noticias de las farmacéuticas implicadas, solo falta que se publiquen los resultados de los ensayos en fase III, y que queden atados y bien atados, -difícil dadas las prisas con que se están llevando a cabo las cosas-, una serie de cuestiones aún sin resolver:
- La naturaleza de las infecciones contra las que la vacuna puede proteger en función de la gravedad a que da lugar el ataque del virus.
- Si servirán para impedir que las personas asintomáticas o que solo presentan síntomas muy leves de COVID-19 propaguen el coronavirus.
- Cuánto durará la eficacia de la vacuna.
En definitiva, es importante que cuando se hayan resuelto estas cuestiones y publicado los resultados en revistas científicas, sean los “expertos” quienes informen sobre los detalles, dosis, repetición, etc., informando a la población que decida sobre la aceptación o no de la vacunación. Supuesto que sean también los expertos quienes recomienden que la vacunación tenga un carácter voluntario en función del momento en que las vacunas estén disponibles.
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