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Falsos rebeldes: ver exageración en el coronavirus, pero no en las modas actuales

Un trabajador asiático se protege del coronavirus. / EFE

Un trabajador asiático se protege del coronavirus. / EFE

Los hay que se creen muy rebeldes por desconfiar del excesivo bombo que se le está dando al coronavirus, pero que, luego, a la hora de la verdad, se arrodillan ante todas las modas actuales, las cuales fueron fabricadas, también, con engaño y artificio.

Esta rebeldía selectiva, que solamente se manifiesta contraria a lo que queda bien oponerse en cada momento, que nada más que aflora cuando la mayoría, también, se rebela, es una actitud muy prototípica de los falsos rebeldes, de los antiestablishment del establishment.

En cambio, los auténticos rebeldes desconfiábamos de la alarma del coronavirus desde el principio y no solamente cuando abundan los creadores de opinión que se afanan en desmontar el mito. Es muy fácil rebelarse cuando está bien visto por la mayoría hacerlo. En esto consiste la falsa rebeldía, el antiesblishment del establishment.

Los auténticos rebeldes somos aquellos que teníamos los cojones de desconfiar del apocalipsis veraniego del Amazonas, de esa calcinación del “pulmón del planeta” que supuestamente iba a arrasar con la especie humana, aunque muchos nos increpasen y berreasen por ello. ¿Por qué ni se menciona el tema después de agosto? ¿Acaso no se avecinaba el fin de los tiempos? ¿Sabías que, en verano, había otras regiones de África en las que se propagaban fuegos más devastadores y de los que ningún medio de comunicación se hacía eco? ¿No te resulta chocante que tampoco se hable ya de los apocalípticos incendios de Australia?

Un sofisma, mal con máscara de bien y considerable grado de verdad, sería el ecologismo, clamorosamente aceptado por los falsos rebeldes

Desconfiar de los sofismas

Los auténticos rebeldes somos aquellos que nos atrevemos a desconfiar de los sofismas, es decir, de los engaños con apariencia de verdad, de los males disfrazados de bien, vestidos de medias verdades. Un sofisma es un mal que atesora una considerable parte de verdad, el cual es de una peligrosidad letal, porque las significativas dosis de bondad y realidad que almacena resultan atronadoramente convincentes.

Estamos rodeados de sofismas. De hecho, suponen el mayor asedio ideológico del siglo XXI. Estos males con máscara de bien, al contener un significativo grado de verdad, tienen a un gigantesco segmento de la población engañado, embelesado con sus embustes, sumamente embebido y obnubilado.

Un sofisma, mal con máscara de bien y considerable grado de verdad, sería el ecologismo, clamorosamente aceptado por los falsos rebeldes. Una ideología que inculca algo muy bueno, como es cuidar el medio ambiente, que se alarma de cosas muy razonables, pero que, al final del túnel, se ve que persigue fines tan maliciosos como aterradores. Muestra su fachada de reivindicaciones preciosas, pero esconde el veneno dentro del edificio. Por eso, se trata de un sofisma.

¿No sabías que uno de los objetivos del ecologismo es fomentar el aborto y el antinatalismo, bajo la farsa de que la natalidad genera sobrepoblación y mediante el embuste de que este exceso de población podría destrozar el planeta? ¿Eres consciente de que el “indiscutible” cambio climático se empezó llamando, erróneamente, “calentamiento global”, lo cual ya es una equivocación de base? ¿No te acuerdas de que se comenzó alertando de ese equívoco “calentamiento global” con intereses políticos, justo y cuando Al Gore se enfrentaba a George Bush en unas elecciones norteamericanas? ¿Acaso desconoces que el ecologismo se empezó a poner de moda, entre los años sesenta y setenta, en aras de construir lo que se conoce como “marxismo cultural”, es decir, una izquierda moral que sustituyese a la económica para ganarse a los votantes de las sociedades burguesas y democráticas? El contenido de esta última pregunta retórica es de una lógica demoledora: si el modelo económico comunista había dejado de encajar en los países democráticos y burgueses de finales del siglo XX, era necesario refundarlo para que el izquierdismo sobreviviese, y qué mejor que recurrir ideologías como el ecologismo para mantener despiertos a sus electores.

Otro sofisma que procede del “marxismo cultural”, de esa izquierda moral, reconstruida, y adaptada a las sociedades democráticas y burguesas, sería el feminismo. Es tan estupendo como necesario fomentar la figura de la mujer trabajadora, y considero que hay que apostar por ofrecer todas las ayudas posibles –como el teletrabajo- para que pueda conciliar la vida profesional con su maternidad.

Ahora bien, cuando el fin último de estos magníficos propósitos es influir psicológicamente en las mujeres para que renuncien a su maternidad, a la natalidad y a buena parte de su feminidad, en aras de ser más “independientes”, enfurruñadas con los hombres y liberadas de la “esclavitud” del matrimonio, es ahí cuando lo aparentemente bueno esconde un objetivo perverso, cayéndose, así, en la inteligente trampa del sofisma (mal con apariencia de bien y significativas dosis de verdad).

El feminismo contrario al matrimonio

De hecho, Marx y Engels, los grandes referentes intelectuales de la izquierda, heredaron de su precursor el Conde de Saint-Simon (creador del socialismo utópico francés) un modelo de feminismo contrario al matrimonio, que es el que defienden los movimientos progres actuales.

Engels, en su obra El origen del Estado, la familia y la propiedad privada, confeccionó un modelo de feminismo que consiste en trasladar la lucha de clases (proletarios oprimidos versus burgueses opresores) al ámbito de los sexos, creando, de este modo, una lucha de sexos (mujeres oprimidas contra hombres opresores).

En sintonía con esta teoría de Engels, Marx interpretó que el matrimonio es una relación de sometimiento, donde la mujer oprimida es dominada tiránicamente por el hombre opresor, donde todo se reduce a una esclavitud patrimonial, basada en la superioridad económica de los varones para someter la voluntad de sus mujeres.

Por esto último, algo tan bueno, tan estupendo y tan maravilloso como fomentar la figura de la mujer trabajadora –por la que yo apuesto sin ambages ni circunloquios– puede utilizarse maliciosamente para emanciparla del hombre opresor que la tiraniza a través del matrimonio. En esto, consiste la trampa del sofismo, mal con apariencia de bien y significativas dosis de verdad.

Cuando el mal almacena elevadas cotas de virtud, bondad, verdad, razonabilidad, calma, prudencia y templanza, se convierte en un arma extremadamente difícil de destruir

A esto, anexémosle que existen situaciones en las que los hombres tiranicen a la mujer (y a inversa, también, ojo), pero ello no implica que la mayoría de las veces sea así y que, ni mucho menos, el matrimonio consista en una relación de sometimiento de un sexo a otro basada en la esclavitud patrimonial. El hecho de exagerar una verdad que se puede dar en casos excepcionales y minoritarios, y que dicha verdad sustituya a la mayoritaria hasta el punto de deformar la realidad, es una mentira transmitida en forma de media verdad, embuste verdaderamente efectivo que, también, podría considerarse un sofisma (mal con apariencia de bien y significativas dosis de verdad).

Y así, puedo continuar con un número destacable de las modas actuales, regidas ellas por la trampa del sofisma y en las que caen todos los falsos rebeldes. Voy a limitarme a citar algunas, sin profundizar en las mismas, puesto que no quiero agotar del todo al lector.

Por ejemplo, está muy bien hacer deporte y quitarse el remanente o sobrante de grasa en el gimnasio, pero cuando se obsesiona a las personas con el “gym” para enclaustrarlas en el individualismo, en un exceso de culto al yo, y de este modo, distraerlas de aspectos más importantes de la vida en comunidad (como el cuidado de las relaciones familiares, la alimentación de las amistades, la caridad con el prójimo, el crecimiento intelectual y el acercamiento a Dios), es ahí cuando algo tan estupendo como cuidarse físicamente se convierte, finalmente, en una cosa perniciosa. En esto consiste la trampa del sofisma: en empujarnos hacia el mal con apariencia de bien y significativas dosis de verdad.

Otro ejemplo de rabiosa actualidad sería el de la obsesión con el trabajo y la acumulación de títulos académicos. Algo que está fenomenal como ser trabajador y crecer profesionalmente puede arrastrarnos a enclaustrarnos en el individualismo, en el exceso de culto al yo, y de este modo, distraernos de aspectos más importantes de la vida en comunidad (como el cuidado de las relaciones familiares, la alimentación de las amistades, la caridad con el prójimo, el crecimiento intelectual y el acercamiento a Dios). En esto, consiste la trampa del sofisma, en empujarnos hacia el mal con apariencia de bien y significativas dosis de verdad.

Las citadas modas actuales, como el ecologismo, el feminismo, y las obsesiones con el cuidado del cuidado del cuerpo y con el trabajo, son, a priori o en un primer momento, virtuosas, pero, a posteriori, se convierten en viciosas, porque son llevadas al colmo de la exageración y distraen de centrar la atención en cosas de mayor importancia.

Por esto último, cabe recordar aquella reflexión de Aristóteles, esa que dice que la virtud, en exceso, puede derivar en vicio. Las modas actuales, precisamente, son tan peligrosas, porque atesoran un significativo grado de virtuosismo y verdad, lo cual hace que sean tan efectivas y difíciles de desmontar.

De hecho, el conspicuo y eminente G.K. Chesterton, en su tratado Ortodoxia (publicado a principios del siglo XX), indica que la mayoría de las modas ideológicas son virtudes cristianas descarriadas, que han enloquecido al separarse del cristianismo, porque dicha separación les hace vagar solas (lo que viene a ser que pierden el norte, el horizonte de la sensatez).

El mal, cuando no es hipócrita, sibilino, frío, calculador y sosegado caduca rápidamente, porque se le ve venir de frente. En cambio, cuando el mal almacena elevadas cotas de virtud, bondad, verdad, razonabilidad, calma, prudencia y templanza, se convierte en un arma extremadamente difícil de destruir. Nos hallamos ante la dictadura edulcorada de los sofismas. El mal presentado con una cara bonita es de una peligrosidad desaforada. Por eso, Yago, el personaje creado por William Shakespeare en su tragedia Otelo, sentencia lo siguiente: “Cuando el maligno induce al pecado más negro, primero nos tienta con divino semblante”.

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