El que algo quiere, algo le cuesta
El que algo quiere, algo le cuesta

Me vengo alertando en los últimos compases ante la cantidad de funestos finales con los que terminan diferentes desapariciones. No hay semana en la que no reciba algún tipo de impacto relacionado con la pérdida de algún individuo. Chicos jóvenes que se volatilizan, esfumándose sin dejar rastro. A las pocas horas alguien informa de que aquella persona ha aparecido sin vida, ha puesto punto y final a su existencia. Los más generosos obsequian para el recuerdo a sus familiares con una carta, los dispersos y solitarios permanecen en silencio dejando en suspense el motivo que les llevó a tomar esa decisión de los que han perdido toda esperanza.

Hemos renunciado a la capacidad de sorprendernos, hemos dejado que la providencia actúe en nosotros. Tenemos que tener todo marcado, organizado, medido; vivimos estresados. Acarreamos los agobios del que no tiene paciencia en obtener sus objetivos. En la era del narcisismo, el que no es socio a los treinta y tantos o CEO a los cuarenta es un fracasado. Por no hablar de aquellos que no son jóvenes emprendedores, el que tenga las licencias de enfrentarse a un proyecto en solitario pasada la cuarentena ya no es prometedor, está quemado. Vivimos tan deprisa que esa velocidad se ha contagiado a todo lo demás. Ignoramos que todo sigue su camino, sus pasos. Nos entran las prisas con el éxito, ese mantra del que tanto se alimenta el capitalismo. Nos creemos capaces de juzgar la riqueza de los demás. Es todo superficial, anodino.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Lo que ocurre me recuerda a la película El club de los poetas muertos cuando uno de los protagonistas se suicida ante las exigencias de su padre de que se centrará en sus estudios en lugar de jugar con los pájaros que tenía en la cabeza. Le caló tanto el carpe diem que quiso eliminar el sufrimiento y el esfuerzo de la ecuación vital. De que quien quiere algo, algo le cuesta, como tantas veces dice mi padre. No todo es tan fácil. Con el surgimiento de todas estas celebridades digitales, paradigma de la suerte del principiante, parece que triunfar es cosa de un día. No todos tenemos la suerte de tener la cara bonita y la gracia de que nos caigan miles de euros por hacer el paria delante del ordenador. Luego te dirán que ser creadores de contenido requiere esfuerzo y sacrificio y bla bla bla, pero la realidad es que eso es de todo menos trabajar.

Han relativizado el éxito de estos tiempos posmodernos, haciéndonos débiles. Ignorando la travesía que es la vida para quiénes nos lo han dado mascado, para quiénes nos han preparado otro plato diferente por si no nos gustaba el menú principal. Tenemos poca tolerancia al fracaso, elemental en todo éxito sano. Porque detrás de cada victoria hay un montón de caídas y derrotas. Estamos deprimidos, frustrados, no asumimos que sin lucha no hay sonrisa.

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