El 25 de octubre de 1854 tuvo lugar uno de los hechos más heroicos de la Guerra de Crimea. Ese día, apenas 500 highlanders escoceses fueron capaces de frenar a más de 2.500 soldados de caballería rusos formando una línea defensiva de tiradores. La prensa británica tituló la gesta como The thin red line -«La delgada línea roja»-, en referencia a la casaca de sus fusileros.
Ya en 1879, durante las guerras zulúes que tuvieron lugar en Sudáfrica, las tropas británicas repitieron estrategia, aunque esta vez el resultado fue catastrófico. La carga frontal de miles de guerreros zulúes hacía que una sola línea defensiva resultara muy fácil de rebasar, como así fue. Entonces, La línea roja, pasó de hazaña épica a tener un sentido de último baluarte del imperio.
En 1890, sir Rudyard Kipling, publicó Tommy, un poema que glosaba la heroicidad de aquellos hombres. En palabras de Oscar B. de Otálora, “Kipling presentó a los soldados como personajes odiados en su tierra natal por la incomprensión de una sociedad que no era consciente de todo lo que les debía”. El poema, pues, aludía tanto a la última frontera ante la barbarie como a la incomprensión de la sociedad hacia aquellos que se dejaban la vida en aquella ingrata tarea.
Hoy en España sigue existiendo esa misma línea, azul y verde, más necesaria que nunca. La conforman nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado frente a un enemigo que destila odio y sectarismo y que es numeroso.
Por un lado, están los que queman contenedores, saquean tiendas y agreden en manada; es el brazo armado de la izquierda. El mediático los justifica, y el político los jalea. Ya pudo verse en las imágenes de 1-O en Barcelona, con una delgada línea azul de la Policía Nacional frente a la barbarie nacionalista que incendiaba, destrozaba y arrojaba adoquines.
Pudo verse también a raíz de la brutal paliza sufrida en Alsasua por dos guardias civiles y sus novias a cargo de una veintena de proetarras -la izquierda, recordemos, POSE incluido, lleva desde entonces manifestándose a favor de los agresores-.
Y ha podido verse estos días con los desmanes provocados por los secuaces de Pablo Hasel. En ninguno de los casos esperen ver a maestros, camareros, médicos, administrativos o, en suma, gente trabajadora. No. El perfil del alborotador encaja en el de alguien con pocas ganas de trabajar, lavarse o ser útil a la sociedad de la que vive como parásito.
También en el exterior, la línea verde de nuestras Fuerzas Armadas sigue dejando bien alto el pabellón. La antigua Yugoslavia, Irak, Afganistán, El Salvador y tantos otros sitios guardan un gran recuerdo de nuestros soldados y su impagable labor allí donde han estado destacados. Eso sí es hacer “marca España”.
A todos ellos, policías y militares, el actual Presidente del Gobierno los tildó de “gastos superfluos”. Quizá por eso nuestras Fuerzas Armadas deben suplir a base de arrestos sus endémicas carencias presupuestarias. Y por la misma razón, Guardia Civil y Policía Nacional ven cómo su magnífica labor es infravalorada por quienes despilfarran recursos para su protección -que es la nuestra- en chiringuitos que fomentan el odio.
Baltasar Gracián ponía en valor el desafecto de la chusma hacia la gente de honor, pues “quien enemigos no tiene, señal de que no tiene talento a quien haga sombra, ni carácter que abulte, ni valor que le teman, ni bien que le codicien, ni honor que le murmuren, ni razón alguna que le envidien”. Los cócteles molotov no van contra la Policía; van contra todos. Ellos los paran. Y merecen mucho más reconocimiento del que reciben.
Comentarios
Comentarios