Imagen panorámica del set en el que se realizó e debate a seis de las elecciones autonómicas de Madrid en 2021. / EFE
Imagen panorámica del set en el que se realizó e debate a seis de las elecciones autonómicas de Madrid en 2021. / EFE


A escasos días de la importante cita electoral madrileña, el próximo 4 de mayo, el lector puede pensar que estas líneas se van a centrar en los debates televisivos electorales. No, no va a ser así, aunque alguna reflexión hagamos al respecto. Realmente me quiero referir, cuando hablamos de debates electorales, a la necesidad de que nuestras democracias -más allá de las mayorías y minorías- se basen y funden de forma constitutiva como un sistema deliberativo; es decir, donde las cuestiones más relevantes en términos sociales y políticos sean objeto de debate -contraposición de ideas, principios e intereses-, de consenso o de legítimo disenso, donde obviamente, posteriormente, sean objeto de asunción por quien reúna el mayor número de votos, por las mayorías.

Mi pregunta es: ¿verdaderamente se debate en nuestra democracia? Mi respuesta negativa creo que se constata con algunos ejemplos. Ni en España ni en Europa se ha debatido a propósito del covid respecto a una cuestión tan importante, vital, como cuál es el criterio a aplicar por los médicos, a la hora trágica de tener que elegir, ante la carencia de medios, a qué paciente le trato médicamente, le asisto, y a quién no.

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En otro ámbito fundamental como es el de la vacunación, ¿se han debatido asuntos relevantes como la política de compras de la UE, los criterios de vacunación, la información sobre cada vacuna o la evitación de la confusión social? Realmente no, aunque con cierta razón se podrá objetar que nos enfrentamos a una situación nueva e imprevista. Pero lo cierto es que no ha existido un auténtico debate.

La ausencia de debate supone el deterioro de la democracia, genera inadecuados consensos y expulsa la posibilidad del disenso

Sin embargo, podemos centrarnos en cuestiones que ni son nuevas ni imprevistas como, por ejemplo, la eutanasia: ¿Se ha debatido suficientemente? ¿Se ha considerado, o al menos se ha escuchado a los protagonistas de nuestro sistema sanitario? ¿Se ha contado con los médicos paliativistas? ¿Ha articulado el Estado medidas alternativas a la llamada ‘muerte digna’? Claramente no. Al contrario, se emplea cada día de forma más habitual la vía de la Proposición de Ley que carece de las garantías de un Proyecto de Ley que requiere informes preceptivos de órganos del Estado; tiene una tramitación más larga -con la posibilidad de ser conocido y sometido a debate por la sociedad-; y debe contar con presupuesto y ser aprobado por el Consejo de Ministros antes de su tramitación parlamentaria. En su defecto, se utilizan cauces de procedimientos de urgencia o el abuso de la figura de los decretos-Ley. Incluso la importante ley de Educación llamada Ley Celaá tampoco ha sido suficientemente debatida. ¿Existe auténtico debate?

Mi respuesta negativa -los hechos son tozudos- no puede obviar que la carencia de debate es una zona política donde la izquierda se mueve muy bien. Donde, en vez de argumentar, descalifica al contrario y lo saca de la plaza pública al grito de “fascista”. Y he de decir, con cierto dolor, que esta situación generalmente no es respondida -más bien aceptada- por quien representa el espacio de la derecha.

No debatir sobre la eutanasia, la ley de educación o el adoctrinamiento LGTBI, por citar algunos casos recientes, es hurtar a los ciudadanos y a la democracia tal derecho

El carácter deliberativo y participativo de una democracia dota de una legitimidad que debe caracterizar a un sistema político digno de tal nombre, mientras que la ausencia de debate supone el deterioro de la misma, genera inadecuados consensos y expulsa la posibilidad del disenso.

La cuestión para algunos puede resultar irrelevante mientras que para mi resulta fundamental. No debatir sobre el covid o las vacunas puede ser excusado, como decía, por ser materia poco conocida e imprevista. Pero no debatir sobre la eutanasia, la ley de educación o el adoctrinamiento LGTBI, por citar algunos casos recientes, es hurtar a los ciudadanos y a la democracia tal derecho.

Debate sobre la vida humana

Esta carencia de debate me resulta especialmente grave al conocer la información relativa al desarrollo de embriones mezclando células humanas y de monos. Se trata del proyecto liderado en China por el investigador español Juan Carlos Izpísua que consiste no en una hibridación propiamente dicha -es decir, la concepción de un embrión con gametos humanos y de otras especies- sino en la adición a un embrión, en este caso de macaco, en fase de blastocisto (cuando a los cinco o seis días desde la concepción se compone de unas 200 células) de células madre humanas consiguiendo, según parece, unos embriones de mono con carga celular humana hasta aproximadamente los veinte días existencia.

Sin entrar en la utilidad de esta experimentación ni en la veracidad de esta información, quiero resaltar la enorme importancia ética de lo que se está haciendo con estas quimeras que, en última instancia, acabará interpelarnos en qué es una vida propiamente humana y cual no, así como los límites de la experimentación. Pensemos por un momento en la obtención de una hibridación que resultara viable y fuera implantada ¿se trataría de un ser humano o meramente animal?, ¿dónde comenzaría y donde acaba la dignidad huma? En esta materia, como en las antes citadas, no hay excusa de premuras o situaciones imprevistas que dificulten o impidan el debate simplemente, por importantes que sean y por las graves consecuencias éticas que encierran, no se plantea el debate público.

Algunos lectores entrados en años entenderán que les diga con toda la sinceridad del mundo mi añoranza de programas como La Clave de Balbín donde tras proyectar una película del tema a tratar, se producía un debate con criterio con expertos en la materia. Creo que el debate, la deliberación, es consustancial con la democracia y, desde luego, su reiterada ausencia la debilita.

Concluyo en estos días electorales con un breve apunte de los debates televisivos. En mi opinión, un debate entre seis o siete candidatos acaba no siéndolo y se parece más a monólogos superpuestos que a otra cosa, aunque el debate de este miércoles en Telemadrid se salió de este guión. Los debates de los dos principales candidatos a ganar se traducen en corsés temáticos y de tiempo que les quitan agilidad y los cargan de aburrimiento. Tal vez no sería mala cosa que se les interpelara individualmente a cada candidato -por ejemplo, ante tres periodistas de prestigio- sobre su programa electoral y la forma en que piensa materializarlo, aunque el problema evidente es quién elige a los entrevistadores y qué objetividad tienen. En todo caso, pese al imperfecto modelo de debates electorales, bienvenidos sean.

Finalizo cambiando de tercio para recordar lo que ya hace medio año escribía en mi artículo ‘Entre el estado de derecho y el estado de desecho, la Unión Europea en el que, a propósito de la independencia judicial y del CGPJ, concluía: «Hoy debemos felicitarnos de la posición crítica y beligerante de la UE contra la deriva y tentativas totalitarias del gobierno social-comunista. Entre el estado de desecho y el estado de derecho, la UE». Simplemente, gracias.

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