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La extrema izquierda acaricia el Gobierno

El Partido Socialista de Pedro Sánchez y la extrema izquierda, aglutinada en su mayor parte en torno a los radicales de Unidas Podemos, alcanzaron en el día de ayer un acuerdo previo para la posible formación de Gobierno.

Saben que es la última oportunidad que tienen de hacerlo, y se abrazan a la desesperada. Los socialistas, en seis meses, han perdido más de 700.000 votos, casi un punto porcentual, y tres escaños; los comunistas se dejan en la gatera más de 600.000 votos, cerca de dos puntos porcentuales, y siete diputados. Los únicos dos partidos nacionales que suben son los Populares y VOX, especialmente este último, y de forma muy notable.

La izquierda sabe que los españoles han necesitado pocos meses para comprobar que sus políticas y sus propuestas no dan respuesta a la situación nacional. No había más que ver las caras de sus líderes la noche electoral. Pedro Sánchez, en la intervención más escueta de todos los candidatos, estuvo nervioso, e incluso agresivo con sus propios militantes. Sabía que había fracasado.

Convocó unas elecciones esperando revalidar y aumentar su resultado del pasado abril, y no sólo no lo iguala, sino que se asoma a su propio declive. Iglesias, con el ceño fruncido, jorobado y cariacontecido, se situaba frente a los micrófonos sin saber muy bien qué decir, salvo volver a reverenciar al PSOE e implorar la clemencia de los del puño y la rosa.

El pacto para gobernar, que lo tenían al alcance de la mano en el pasado mes de abril, se les aleja inexorablemente. Es ahora o nunca. Pero más difícil que antes.

Han mandado al Rey nada menos que a Cuba, para dar el primer paso en ausencia del Monarca, sin permitir que ejerza en su papel moderador

Sánchez pudo haber formado gobierno tras las últimas elecciones, y no quiso hacerlo. Porque odia profundamente a Iglesias, aunque no estoy convencido si tanto como Iglesias a él. En septiembre, a tres días de que acabase el plazo para llegar a un entendimiento, sin haberlo conseguido –porque nunca quiso-, dijo que él «sería presidente del Gobierno. Y sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche. Junto con el 95% de los ciudadanos que tampoco se sentirían tranquilos» si hubiese en el Ejecutivo miembros de Podemos. Parece que ver que se le puede escapar la Moncloa le mitiga el insomnio.

En la anterior campaña, Iglesias sacó a pasear la “cal viva”, en clara referencia a los asesinatos que se produjeron durante el gobierno socialista de Felipe González, dándole a Sánchez donde más le duele y enseñándole los colmillos.

Los cabecillas de las distintas izquierdas se detestan profundamente. Pero tienen un punto en común que pasa por cualquier disputa interna. Son sus desmedidas ansias de poder. Tantas son, que podrían convertir este acuerdo en papel mojado.

La firma de ayer se produjo a espaldas del Partido Socialista, sin contar con el beneplácito de su Ejecutiva, sin oír a ninguna de las voces más autorizadas dentro de la formación, y con el desconocimiento absoluto de sus barones territoriales. Con esta decisión, tomada casi en exclusiva por su secretario general, Pedro Sánchez, y su jefe de Gabinete, Iván Redondo, uno y otro tratan de salvar su propio cuello de la guillotina que les podría esperar. No es que no les importe España. Es que no les importa ni su propio Partido.

Porque este consenso, rubricado a horas de conocer el resultado electoral, no se le escapa a nadie que no ha sido redactado de un día para otro. El contenido estaba más que pactado, y ni siquiera han querido dejar un tiempo de expectación mientras teatralizan la dificultad para entenderse. Había que apurar los tiempos, y dejar sin posibilidad de movimiento a propios y ajenos.

Demasiada avaricia junta. Demasiada vanidad intentando encajar. Quizás las tinieblas se devoren a sí mismas. Ganaría la luz. Ganaríamos todos. Confiemos

Sánchez ha paralizado a los suyos hábilmente, pero en un movimiento tan brusco que es difícil que no resienta a nadie.

Asimismo, han mandado al Rey nada menos que a Cuba, para dar el primer paso en ausencia del Monarca, sin permitir que ejerza en su papel moderador, y bloqueando a la Corona en cuanto ésta pueda influir en beneficio de la Nación que la sustenta.

Con este acuerdo previo, Sánchez se desdice por enésima vez, y presumiblemente, ofrece la vicepresidencia a quien, hace dos meses, le quitaba el sueño a él y a todos los españoles; golpea a su propio partido, dejándolo maniatado y silente; excluye a la Corona de sus propias competencias constitucionales; se hace a sí mismo –y a toda España con él- rehén de los golpistas catalanes, cuyos votos son ahora fundamentales para que el matrimonio PSOE-Podemos llegue a buen puerto, y ningunea a la nueva mayoría parlamentaria, que pasa, sí o sí, por el Partido Popular.

Su avidez y su soberbia no tienen competencia en España, y casi me atrevería a decir, en Europa entera. Sólo hay un ser, oscuro, siniestro y espeluznante, que podría arrebatarle esa dudosa virtud. Y es Pablo Iglesias.

Demasiada avaricia junta. Demasiada vanidad intentando encajar. Quizás las tinieblas se devoren a sí mismas. Ganaría la luz. Ganaríamos todos. Confiemos.

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