Pasado un mes de la gota fría Valencia está muy lejos de recuperar la normalidad.
Pasado un mes de la gota fría Valencia está muy lejos de recuperar la normalidad.

Vivo con absoluta estupefacción lo ocurrido, y lo que sigue ocurriendo, desde la catástrofe acaecida como consecuencia de la gota fría —agravada en gran medida por la incompetencia, falta de escrúpulos y negligencia de nuestros gobernantes— que ha afectado de manera brutal a Valencia y, en menor medida a Albacete y a otras provincias, ocasionando gran número de fallecidos.

Todavía hoy —ha transcurrido más de un mes— siguen muchas calles embarradas, viviendas y negocios destruidos, garajes inundados…y sobre todo personas destrozadas e impotentes, observando el caos que reina a su alrededor, sin que nadie les aporte soluciones

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No me voy a entretener en estas líneas en describir lo mal que han funcionado las instituciones del Estado, ni en comentar el cruce de acusaciones mutuas entre unos políticos y otros, dando un espectáculo grotesco. De ello se ha hablado y escrito muchísimo, yo diría que demasiado. 

Hoy quiero hablar de las personas. 

En primer lugar, de aquellas personas —varios miles, venidas de todos los rincones de España—, en su gran mayoría jóvenes que, como impulsadas por un resorte, se pusieron manos a la obra: sin tener casi nada, lo dieron todo. 

Muchas de las escenas que hemos podido ver me han conmovido: el aluvión de personas caminando, pertrechadas de palas, escobas y cubos, cargadas con bolsas de comida, con botellas de agua, con ropa… Escenas que ponen de manifiesto la grandeza del ser humano, capaz de entregarse por el otro, trabajando hasta el agotamiento, acompañando a los que todo lo habían perdido, ofreciéndoles su hombro y su aliento, viviendo con ellos la desgracia. Escenas que permanecerán en nuestra retina y también en la memoria—“digital”— para admiración de generaciones futuras. Escenas, en definitiva, que hacen pensar que todavía nos cabe la esperanza.

También es de justicia resaltar la gran talla humana de los militares y policías que tuvieron la fortuna de ser enviados a la zona siniestrada. Trabajaron, codo con codo, con los millares de voluntarios, entregados como ellos, dándolo todo. Emocionante ver como civiles y militares se fundieron en esa ola de solidaridad, formando un solo bloque, ayudando a los que en ese momento los necesitaban. Voluntarios y militares de todos los rincones de España, unidos —a pesar de los políticos que nos quieren separar— ayudando a sus compatriotas: todo un símbolo de lo que significa ser una Nación y, en nuestro caso, una Gran Nación: España

A todos los que se han entregado de este modo, nuestra admiración y nuestro respeto. Creo que la gran mayoría de los españoles nos hemos sentido representados por ellos y muy orgullosos.

También quiero hablar de aquellas otras personas —pocas, pero muy poderosas— que, teniéndolo todo en sus manos, no han dado casi nada. Por supuesto, me estoy refiriendo a los políticos, a esos que, desde el primer momento sacaron la maquinita que les calcula el rédito político de cada una de sus acciones. Personas que se comportaron con mezquindad, con inmoralidad y con cobardía. En gran medida son ellos los responsables de mucho de lo ocurrido.

Cuando ya se conocía la dimensión de la catástrofe y sabiendo que había muchos muertos, en el Congreso de los Diputados tenía lugar el bochornoso e indigno espectáculo del asalto a la televisión pública. Un acto — ignominioso en sí mismo por el fin que se perseguía— que, dadas las circunstancias, ponía de manifiesto la bajeza moral y la falta de escrúpulos de los diputados que lo protagonizaron.

Los despropósitos continuaron y el presidente del Gobierno se negó a declarar el estado de emergencia que le hubiera posibilitado tomar el control de la situación, a través de su ministro del Interior, con todo el poder y todos los medios en sus manos. No lo hizo por cobardía, porque no quería cargar con las consecuencias de la tragedia — sabiéndose, como se sabe, incompetente— que le hubiera acarreado pérdida de votos, cosa que no va a poder evitar a pesar de su empeño. Dejó toda la responsabilidad en el presidente de la Comunidad Valenciana —que no dispone de los medios ni las estructuras necesarias, careciendo, además, de la capacidad de liderazgo necesaria— de este modo, los votos los perdería su contrincante político. La frase “si necesitan medios que los pidan”, refleja a la perfección y sintetiza la calidad humana de este sujeto. En la visita que realizó a la zona afectada pudo percibir el rechazo de la población.

Otro personaje de esta tragedia ha sido la ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Por las competencias de su cargo, posiblemente responsable de no haberse evitado muchas muertes. Ausente durante todo este tiempo, dedicada en exclusiva a la “noble tarea” de conseguir el puesto de vicepresidenta de la U.E., haciendo dejación de sus funciones de modo flagrante. Un objetivo que ha conseguido: ya es vicepresidente de la U.E.: ¡puede dormir tranquila! Este episodio pone de manifiesto lo que significa hacer política para esta gente y su nivel tanto intelectual, como moral.

En este elenco, no podemos olvidar a la ministra de Defensa. Con todo el Ejército en sus manos, se atrevió a decir que los militares no están para esas cosas —demostrando un desconocimiento absoluto de la misión de las Fuerzas Armadas, o quizá mala fe—. En otras ocasiones, para misiones similares en el extranjero no dudó en enviar contingentes desde los primeros momentos, manifestando lo necesario de una pronta intervención. Para Valencia no era necesario. Quizá en ella pesaron más las instrucciones recibidas de su jefe, que su obligación como ministra de Defensa y su responsabilidad como persona. También ha protagonizado el humillante espectáculo de increpar a unos vecinos que le pedían ayuda para limpiar su garaje, mostrando su falta de sensibilidad y empatía para con las personas que se sienten abandonadas e impotentes

¿Qué decir del ministro del Interior? Por su actuación en esta ocasión y en otras muchas, conocemos su talla moral. Prohibió que la Guardia Civil y la Policía actuaran, con todo su potencial, desde el primer momento, probablemente siguiendo las consignas recibidas. En esta persona encontramos el paradigma de la metamorfosis que sufren algunos cuando llegan al poder: de juez ejemplar y admirado, a ministro nefasto, sin ética ni moral. 

No podemos olvidar al presidente de la Comunidad Valenciana, sobre el que recayó toda la responsabilidad de la gestión de esta tragedia, se vio superado por los acontecimientos: a la falta evidente de medios y a su poca capacidad de liderazgo, hay que añadir las zancadillas del Gobierno Central —que hizo dejación de sus funciones, cobardemente, desde el primer momento—, más preocupado en procurar su fracaso personal que en colaborar para dar la respuesta adecuada. El líder de su partido tampoco ha querido que el barro de esta tragedia le salpicara y se ha mantenido a una distancia prudente, dando muestras una vez más de no estar a la altura que exige la oposición a un Gobierno como el que sufrimos

Me pregunto: ¿qué sentido tienen estas personas de la dignidad? ¿Qué sentido tienen de su propia dignidad, de lo que significa ser coherente, del honor, de la verdad?

Si fijamos la mirada en estos personajes, el espectáculo es desolador: personas mediocres, sin principios, que mienten una y otra vez. Personas para las que la política no es un servicio, sino un modo de tener poder y enriquecerse. En sus manos está el destino de nuestra Nación, como digo: ¡desolador!

Si la mirada la dirigimos a los miles y miles de voluntarios que se han entregado en favor de sus compatriotas que han sufrido la gota fría, la cosa cambia: parece que todavía podemos tener esperanza, que todavía, como pueblo, tenemos la posibilidad de volver a ser grandes. Por mi parte, al menos, en eso quiero creer.

No obstante, me vuelvo a preguntar: ¿cómo es posible que un pueblo solidario, entregado por los que lo necesitan —que ha demostrado estar por encima de sus gobernantes—, capaz de grandes sacrificios, esté gobernado por esta mediocre clase política? ¿Será necesario llegar a situaciones límite, como la de la gota fría o similares, para que este noble pueblo reaccione?

Javier Espinosa Martínez, Colaborador de Enraizados

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