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La izquierda gubernamental nos dibuja la sonrisa del Joker

El personaje Joker.

El personaje Joker.

No hay psicólogo, coach, o vendehúmos que se precie, que ante la demanda de un cliente alicaído o falto de ánimo, no le recomiende mantener una actitud positiva para afrontar su situación personal.

Es evidente que la sonrisa y la buena disposición vencen a la tristeza y la melancolía, a las que Don Bosco conminaba a permanecer “fuera de la casa mía”.

Empero, una persona sana es capaz de distinguir los momentos en los que procede manifestar una u otra postura, y cuándo la realidad es superior al deseo. Así, más allá de infantiles aspiraciones personales, hay circunstancias en las que no queda otra que rendirse a la evidencia y reconocer, sin paliativos, que la risa y la comedia están fuera de lugar. El intento de sostenerlas a toda costa dejaría traslucir, o bien la voluntad de mantener en pie un circo dantesco donde el público esté obligado a carcajear bajo coacciones o amenazas, o bien que el autor de la risa es un peligroso sociópata que camina hacia la psicopatía.

Cuando, en España, la cifra de muertos oficiales –con la certeza de que hay miles sin contabilizar- ha pasado los veinte mil, no debería haber lugar para la broma. Ya sobraba con un solo español muerto sobre la mesa. Pero con veinte mil, iría más allá de lo indigno y de lo indignante.

No hay que entrar a razonar que el último responsable de esta tétrica cifra es el Gobierno de España; su presidente, Pedro Sánchez; y su vicepresidente, Pablo Iglesias. Una pandemia, por serlo, supera a cualquier Gobierno. Pero que alcance los niveles rebasados en España, tiene unos culpables perfectamente identificados.

Con estos mimbres, cualquier sociedad mentalmente equilibrada, emocionalmente madura y responsable en cuanto a su deber adulto de decidir cuál es su destino en lo común, además de exigir la cabeza de sus pésimos gobernantes, mantendría el ambiente social adecuado a la dureza y gravedad de los hechos indiscutibles.

No obstante, para ponderarlos, habría, primero, que reconocerlos. Y por incomprensible que parezca, a día de hoy, y con miles de cuerpos en descomposición, el Gobierno de la izquierda radical se afana en negar lo obvio. Para el PSOE y para Podemos, en España no está pasando nada. Y han puesto a funcionar el circo, para que el público imite sus macabras carcajadas.

Regados los grandes aparatos mediáticos nacionales con el dinero de todos, el Gobierno no sólo ha buscado su favor, sino que se asegura de que cumplan órdenes a golpe de batuta. Es ahí cuando los muertos dejan de aparecer, y la consigna del “aquí no pasa nada”, se repite como un mantra. Las imágenes de los cadáveres y los ataúdes se proscriben, y se prohíbe hablar de los muertos individuales. Hay que tratarlos como cifras frías, que no calen en la sensibilidad social. No pueden conocerse sus nombres, rostros, ni sus historias. Hay que despersonalizar la masacre. Y puntuales, los medios, obedecen.

Siempre serviles, los informativos de las televisiones nos regalan las imágenes de lo divertidos que son los balcones, lo simpáticos que somos los españoles o el alto grado de creatividad nacional para celebrar cumpleaños confinados. Risas y festejos, para que el ánimo no decaiga.

El omnipresente “Gobierno de España” compra voluntades a precio de espacios publicitarios, para taladrarnos con su lema “Este virus lo paramos entre todos”, consiguiendo que hasta quienes creían no ser afectos al régimen que se va instaurando, plaguen sus redes sociales de un simplón y casi insultante “Todo saldrá bien”. Como si fuese a salir bien de esta quien hoy está bajo tierra; o para los familiares que no han podido despedir a los suyos; o para el autónomo que ya ha quebrado.

Cada mitad de este Gobierno bicéfalo pone a trabajar a sus bufones, haciendo las delicias de este circo de los horrores. El PSOE tira de Jorge Javier Vázquez, que en su mitin diario recordó la pasada semana que no sólo es votante de izquierdas, sino que este Gobierno lo está haciendo “muy bien”, y que “hay que creer en él”, porque, además, hay bots (programas informáticos) de “extrema derecha” atacando al Ejecutivo. Más de veinte mil cuerpos –entendemos, todos de extrema derecha- se retuercen en sus tumbas.

Podemos acude a la carpa de La Sexta y a su payaso preferido, García-Ferreras. El “camarada Antonio”, para el espectro del Coletas. Y así, en un publirreportaje que quieren revestir de periodismo, el millonario comunista le daba pie a Iglesias para que hablase de unos supuestos “ataques” de lo que ambos denominan la “ultraderecha” (en español, “todo aquel que disiente de la actuación y las posiciones del Gobierno social-comunista”), y de quienes el vicepresidente aseguró que están “comprometidos para que esa ultraderecha mediática política no forme parte del futuro de nuestro país». Esto es: Podemos está comprometido con que nadie que discrepe con su poder, o con sus medios, forme parte del futuro de España.

Pero no es suficiente con que los periodistas más influyentes (gracias a los aparatos que los respaldan, nunca, evidentemente, por sus capacidades o cualidades personales) trabajen para el Gobierno, porque la realidad sigue siendo tozuda. La realidad, hay que crearla.

Es entonces cuando, con el dinero de todos los españoles, la RTVE, estrena, dos semanas después del confinamiento, ‘Diarios de la Cuarentena’, una simpática comedia en la que nos cantan las albricias de vivir confinados, que en el fondo no está tan mal. No ha habido dinero para mascarillas, guantes o respiradores. Los test que se han comprado para detectar a los enfermos se buscaron, según informó la ministra socialista de Exteriores, como “gangas” (sic), y a los autónomos se les cobró puntualmente su cuota mensual, aunque no hayan podido ingresar un euro. Pero para hacer una serie en tiempo récord, no se escatima en medios.

Cantemos juntos un sepulcral “Resistiré” y agradezcamos el fúnebre desfile de unos ministros y vicepresidentes que aún no han reconocido ni un solo error

Hay que seguir riendo. Como ríe el famoso Joker. Una risa macabra e histérica. Pero sigamos riendo.

Sigamos riendo, porque es lo único que nos permiten hacer. Y estar con el Gobierno sin fisuras. Sino, serás para siempre un desleal, y apartado de la vida pública. De tal modo, sale Pedro Sánchez un día tras otro, en sus infumables mítines, asegurando que él no va a entrar en conflicto con la oposición. Y dice bien: “él” no va a entrar en conflicto. Porque para ello, lanza a sus ministros, y a sus miles de cuentas en redes sociales.

Bulos y mentiras, repetidos hasta la saciedad, por personas identificadas y anónimas; vídeos y producciones manipuladas, falseando desvergonzadamente los datos de los gobiernos regionales del PP o del anterior Gobierno de Rajoy. Lanzando eslóganes a diario que cuelan con calzador en los entornos donde el consumidor es más vulnerable. Devorando a dentelladas a la masa iletrada e irracional. Aprovechando el caos para embestir contra el Jefe del Estado.

Para que sigan participando en su circo. Para que sus carcajadas, maniáticas y estremecedoras, silencien a los críticos.

Y, si aún hay quien ose no doblegarse, será condenado al ostracismo y al silencio por los nuevos tribunales de la inquisición digital: los verificadores. Esos hombres de negro, puestos a dedo por las redes mediáticas del Partido Socialista, y encabezados por la periodista Ana Pastor que, desde sus púlpitos, dictan sentencia sobre qué es verdad y qué es mentira, sin lugar a recurso posterior. La pena es contundente: desaparecer, de un plumazo, de toda actividad digital, el único lugar por donde creíamos poder transitar con libertad.

“¡Censura!”, dirían algunos de los que Iglesias engloba en el amplio grupo de la “extrema derecha”. No. Para el ministro del Interior, Grande Marlaska, “no hay censura, sino una monitorización de las redes sociales por si hay discurso del odio” (sic). ¡Pardiez! ¡Decir que hay censura, donde sólo hay monitorización!

¡Riamos y festejemos, españoles! Que lo contrario es el discurso del odio, dice la izquierda. ¡Saquemos las sonrisas que el Gobierno nos exige al balcón! Llenemos las calles de lúgubres carcajadas, mientras ruedan los muertos por la tierra; seamos leales, y dejémonos poseer por risas descontroladas y compulsivas. Deshumanicemos los cadáveres; bajemos brincando sobre escaleras construidas con ataúdes. Obedezcamos al Gobierno del sociópata Sánchez, y participemos de su circo mortuorio. Cantemos juntos un sepulcral “Resistiré” y agradezcamos el fúnebre desfile de unos ministros y vicepresidentes que aún no han reconocido ni un solo error.

Es el siniestro espectáculo en que la izquierda, extrema en su pura y simple definición, ha convertido España. Un dantesco escenario de risas desdentadas y alientos de muerte, donde  se pretende silenciar al disidente; donde, el que otrora vociferaba por la libertad y se jactaba de independiente, hoy se deja comprar por cuatro monedas ensangrentadas; donde la soberbia del clásico progre altanero les hace incapaces de comprender que son ellos y sus votos los que nos han conducido hasta este cementerio de libertades; donde reinan las tinieblas del “sálvese quien pueda” y el de la excusa de “es que todos son iguales”, para evitar reconocer el error de que el desinterés, la desidia y la desgana por contribuir en la construcción del Bien Común también nos han conducido a encallar en este lodazal.   

Frente al ejército de la muerte, aparece locuaz desde su silencio un sencillo crespón negro. En tu bandera, en tu solapa, en tu ventana. Ahí donde te puedan ver. El crespón, en su sobriedad, enmudece las risas de las calaveras gubernamentales, y nos susurra al oído: son tus muertos; son nuestros muertos. Son los muertos de España. Es la libertad, que agoniza. Es España, que se muere.

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