La vida del izquierdista, progre o rojo, es una inacabable carrera en busca de culpables. Si se produce una inundación, tiene que haber un cacique que taló los árboles de las laderas de los montes para construir urbanizaciones. Y si hay un tornado, el culpable se democratiza y pasan a ser todos los propietarios de automóviles, que generan CO2 sin parar. Nada se deja al azar, a la naturaleza o la Providencia. Los mandarines de la sociedad secularizada están convencidos de que los hombres somos tan poderosos que provocamos terremotos.
Cuando el culpable de la desgracia que le aflige es uno de su cuerda, el izquierdista corre más deprisa, llamando a todas las puertas del camino para encontrar un turco cuya cabeza cortar.
Mientras el Covid-19 se expandía por España entre las risas de los Risto Meijide y las Anabel Alonso, la izquierda justificó la asistencia a las manifestaciones feministas del 8 de marzo porque, como dijo Cristina Almeida, el machismo es mucho más peligroso que el virus de Wuhan y ha matado más.
No hay izquierdista que no se engalle para mencionar las ‘pizzas’ y de ahí arremete contra Díaz Ayuso, la derecha y el capitalismo
Mientras morían miles de personas y estábamos encerrados en casa, la izquierda encontró un nuevo culpable. Pasamos de tener “la mejor sanidad pública del mundo” a tener unos hospitales a la altura de los de Marruecos por “los recortes del PP”.
A medida que los muertos y los parados subían, los izquierdistas han seguido disparando con sus escopetas dialécticas a todo lo que se movía. El cambio climático, el capitalismo, Inditex, Donald Trump, los ‘capitanes a posteriori’… Por fin han hallado algo más letal que la pandemia: las raciones de ‘pizza’ que la Comunidad de Madrid incluye en menús para niños de familias pobres.
Esas pizzas se han convertido en un tema más discutido que las nuevas mentiras de Sánchez confirmadas por la CNN; el abandono de las residencias de ancianos, a las que el Gobierno sólo enviaba morfina para sedar a los enfermos hasta que se producía su muerte; los contratos de suministros dados a empresas sospechosas, que hasta carecen de domicilio conocido (cuando a usted Hacienda le exige una cuenta corriente para abonarle la devolución del IRPF); los fallecidos ocultados en las estadísticas; el hecho de tener el mayor número de sanitarios infectados del mundo; la vulneración de derechos fundamentales bajo los sucesivos estados de alarma; etc; etc; etc.
La izquierda ha conseguido esconder detrás de trozos de ‘pizza’ todos sus errores y mentiras de estos meses
En cualquier discusión sobre la hecatombe que estamos viviendo no hay izquierdista que no se engalle para mencionar las ‘pizzas’ y de ahí, como si fueran un trampolín, arremeter contra Díaz Ayuso, el PP la derecha y el capitalismo. Quienes deberían estar callados gritan igual que hacían cuando se sacrificó al perro Excálibur.
Si esto ocurre, se debe a la apisonadora del Imperio Progre en los medios de comunicación. Casi todas las televisiones de cierta audiencia, casi todas las emisoras de radios y muchos periódicos llevan semanas arremetiendo contra el gobierno de la Comunidad de Madrid. ¿Cómo era ese eslogan: “Este virus lo vencemos unidos”?
Sin embargo, la efectividad de las consignas de la izquierda se debe a dos factores más. El primero ya lo hemos enunciado: el número de emisores. Y aquí coinciden desde la SER a blogs individuales, del Wyoming a Elvira Lindo. Los amos tocan el silbato y los perros acuden.
Las campañas de la izquierda siempre funcionan porque un sector de la ‘gente de orden’ se las cree, sea Greta o sea la violencia de género
Algunos participan en estas campañas porque viven de lo establecido, como esa portavoz de una asociación de gitanas feministas que en diciembre recibió casi 100.000 euros de subvención y gime por los menús con ‘pizza’. Para los demás se trata, ante todo, de una cuestión de poder político y de superioridad moral.
El segundo factor es la obediencia ciega de un ejército de fanáticos, que no sólo se creen esos mensajes por sectarismo ideológico, sino que además los repiten incansablemente en Twitter y en todas las reuniones y conversaciones. Están convencidos de que quienes no forman parte de su bando son malvados capaces de dejar morir a ancianos o de engordar a niños para quedarse con cuatro euros, mientras que ellos representan la bondad en grado sumo.
Y el tercero es la torpeza de eso que denominamos gentes de derechas, que consisten en los cargos del PP, como González Pons y Martínez Almeida, ya con rodilleras mentales, que acuden a los programas de La Sexta y en los votantes de este partido que les prestan audiencia.
¿Cuántas de las señoras que ven ‘Sálvame’ se han enterado que el Gobierno de Sánchez e Iglesias solo enviaba morfina a las residencias?
Cuando Jorge Javier Vázquez dijo que su programa era “de rojos y maricones”, me sorprendió la cantidad de señoras de misa y ‘Hola’ que reconocieron ver el Sálvame y sentirse ofendidas por esas palabras. No comprendo qué pueden encontrar de atractivo personas con ciertas inquietudes espirituales en una sentina donde solo se habla de los vicios y los cuernos de individuos absolutamente intrascendentes.
Los mensajes y las consignas de la izquierda empapan toda la sociedad porque los ingenuos, los moderados y los centrados de la supuesta derecha los aceptan y los difunden. Sea llamando a tertulianos progres a sus programas, sea comprando y leyendo los premios Planeta.
Estamos en las trincheras y, mientras silban las balas, oímos que alguien dice al cocinero que trae el rancho: “¿Otra vez ‘pizza’? ¿No te has enterado de que es ‘comida basura’?”. Ése, Michael, es el traidor.
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