
El debate sobre el cuidado de la naturaleza -la Creación- se ha mantenido a lo largo de los últimos años muy presente, impulsado por organizaciones internacionales públicas y privadas y por personajes variopintos que, ph casualidad, ganan dinero a puñados como profestas del armagedón climático.
Primer fue el calentamiento global y luego el cambio climático. Lo primero se podía medir y, claro, dificulta la tarea, el objetivo que la Unesco ha confesado, por fin. Porque el discurso sobre el terror climático no tiene que ver con la preservación de las especies amenazadas y sí con el moldeamiento de la mentalidad global: «Se trata de cambiar las mentes, no el clima».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLo cierto es que lo declarado por la Unesco, uno de los múltiples brazos de la ONU para establecer un gobierno mundial único, no es novedad, ni algo insospechado para quien haya tenido la osadía de salirse del marco y pensar con libertad observando los datos.
Hay ejemplos de sobra. Las Maldivas no se han hundido en la fecha pronosticada por la ONU, ni el Ebro se ha secado a su paso por Zaragoza, como dijo Greenpeace. Los polos siguen congelados, pese a los múltiples anuncios sobre su licuefacción total casi repentina. Nos alertaron sin descanso sobre desertificación del planeta y resulta que está más verde que nunca, como demuestras imágenes de la NASA.
El secreto es que el del calentamiento global o el cambio climático es un negocio del que viven, y muy bien, muchos. No en vano, el exvicepresidente de los Estados Unidos Al Gore multiplicó por 50 su patrimonio recorriendo el mundo con un documental lleno de afirmaciones que no se han verificado en absoluto.
El problema es que el ecologismo apocalíptico es como el cuento de la buena pipa, que nunca se acaba y siempre empieza. Como hemos visto, se hacen predicciones apocalípticas para un plazo suficientemente largo de tiempo como para que no las recordemos cuando se cumpla, pero lo suficientemente cercanas como para que muchos asuman que hay una urgencia que en realidad no es tal. Pero el negocio funciona.
La solución es la ecología humana. Porque es cierto que el cuidado del medio ambiente es un deber para todos. No en vano, la propia palabra lo dice, es el medio en el que existimos y nos conviene que no sea un pudridero infecto. No hacen falta muchas luces para comprenderlo.
Pero la respuesta no es «cambiar las mentes», en el sentido que indica la Unesco. Sino estudiar cuáles son los mecanismos reales que hacen que ese medio ambiente sea el mejor, el más óptimo para el desarrollo de la especie humana, dotada de especial dignidad sobre el resto de seres vivientes e inertes del planeta.
La respuesta está en respetar de forma prioritaria el ecosistema más inmediato de cualquier ser humano: la familia, que ha demostrado a lo largo de los siglos ser el elemento esencial de crecimiento, siempre que se ha respetado su esencia: hombre, mujer, hijos; respeto, amor, perdón; esfuerzo conjunto, solidaridad, ayuda mutua, comprensión; castigo justo a quien no respete las normas…
No se trata de «cambiar las mentes» desde los poderes globales cuando asumes que no puedes esconder más las mentiras. Se trata de hacer caso a las ciencias sociales, que ofrecen datos mś que relevantes para afirmar que «la familia natural (padre, madre, hijos en una unión estable y duradera) ofrece mejores resultados, no sólo para los miembros de la familia, sino para el conjunto de la sociedad» como afirma la investigadora Lola Velarde.
La apuesta por la ecología humana se hace urgente.