Según me contaron una vez, los ejércitos se adiestran en tácticas que tuvieron éxito en la guerra anterior, que no serán las que funcionarán en las futuras guerras. Como no pasé de alférez y mis conocimientos militares son bastante limitados, desconozco cuánto de verdad hay en este improbable chascarrillo. Pero no puedo dejar de acordarme de él cada vez que escucho a Pablo Casado decir que la única forma de que la derecha llegue al poder es unificar todo el voto del centro y la derecha en torno al Partido Popular.
Y es que, a pesar de que aglutinar el voto del centro derecha en el PP fue la estrategia que llevó a Aznar a la Moncloa, tratar de repetir la misma jugada puede ser que no funcione en nuestros días. Porque no vivimos en los plácidos noventa, una época en la que el socialismo real había sufrido la más humillante de las derrotas y la izquierda se encontraba desnortada, sin rumbo ni proyecto ideológico que ofrecer a su electorado.
El mercado del voto se ha convertido en un auténtico mercado de consumo
El momento político que vivimos es radicalmente diferente. La izquierda se encuentra hiper movilizada, con más influencia cultural y mediática de la que jamás ha soñado. Y, lo que es peor para la derecha, la izquierda ha comprendido que el mercado del voto se ha convertido en un auténtico mercado de consumo, en el que se producen los mismos fenómenos que se producen en el mundo del marketing.
El primer fenómeno es la primacía de las emociones. Las elecciones del consumidor responden a motivaciones emocionales, no racionales. El consumidor no elige un producto porque le aporte más utilidad práctica, sino porque le hace sentirse de una determinada forma.
Del mismo modo, lo que quiere el votante cuando deposita su papeleta en la urna es sentirse bien consigo mismo. Como escuché decir recientemente a Iván Redondo, hemos pasado del «es la economía estúpidos» al «es la emoción, estúpidos».
Esta primacía de las emociones explica por qué la mayor parte de las cuestiones que ocupan el debate político no tiene que ver con el día a día de los votantes. Porque son las batallas culturales las que movilizan sentimientos y generan identidades. Y la izquierda lo sabe, y por ello hace bandera de asuntos como el feminismo, el racismo o los derechos de la minoría LGTBIQ. No son más que una forma de mantener polarizado a una gran parte de su electorado.
De ahí viene el auge de los partidos de la Alt Right que, a diferencia de la derecha tradicional, si están demostrando voluntad de dar la batalla cultural y están consiguiendo movilizar a millones de votantes que se habían desmovilizado por el aburrido y previsible discurso de la derecha tradicional. Y no solo eso, también están siendo capaces de atraer a votantes de partidos de izquierdas que se sienten mucho más identificados por las formas “recias” de partidos como VOX que por el neo puritanismo que representan partidos como el de Errejón.
El segundo fenómeno es el de la hiper segmentación. El consumidor demanda soluciones personalizadas en tiempo real. El consumidor demanda un producto único. Si en los ochenta teníamos dos canales y en los noventa media docena, en nuestros días tenemos acceso a cientos de canales, y a miles de películas y series en diferentes plataformas digitales. Con la política pasa exactamente igual.
El consumidor de la sociedad líquida es infiel por naturaleza y, en vez de estar ligado toda la vida a una única marca, prefiere tener experiencias variadas
El bipartidismo está de capa caída en todos los países porque cada uno de nosotros queremos ser únicos y encontrar el partido que se adapte mejor a nuestra personal forma de entender la política. Y es que nunca hubo tantos partidos como ahora, y nunca el ciudadano estuvo tan insatisfecho con su elección.
El tercer fenómeno del que hablaremos es lo que Zygmunt Bauman llamó liquidez. Para Bauman las sociedades modernas son líquidas. A diferencia de la sociedad que vivieron nuestros abuelos, en las que realidades como el trabajo o el matrimonio eran para toda la vida, en nuestra sociedad todo se ha volatilizado y ha dado paso a un mundo precario y provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, frustrante y agotador.
El consumidor de la sociedad líquida es infiel por naturaleza y, en vez de estar ligado toda la vida a una única marca, prefiere tener experiencias variadas. Este fenómeno de la liquidez explica en política el éxito de candidaturas como las de Ada Colau y Manuela Carmena, que han sido capaces de atraer a votantes tradicionales del PSOE. Y explican también en la derecha el voto múltiple, en el que un mismo votante puede votar a VOX en las autonómicas, al PP en las europeas y a Ciudadanos en las municipales.
La primacía de las emociones y de las identidades, la hiper segmentación y la liquidez son realidades de la política de nuestro tiempo. Realidades que se ven reforzadas por las redes sociales, que son nuevas formas de comunicación multidireccional que hacen que el ciudadano se sienta un sujeto mucho más activo y se genere un mayor efecto de polarización.
La realidad es que, si Cs y VOX no existiesen, habría votantes que se quedarían en su casa. Y el conjunto del voto de derechas sería muy inferior
El PSOE está siendo capaz de comprender esta nueva realidad. Y por ello, su obsesión no es hacer desaparecer al resto de partidos de la izquierda, sino hacer crecer el voto que se siente “progresista” y ocupar una clara posición de liderazgo que le permita ser el único partido de ese ámbito con opciones reales de gobernar. Gracias a la existencia de partidos como Podemos, Mas Madrid o incluso algunos partidos nacionalistas de izquierda, el PSOE consigue que votantes que nunca votarían al PSOE voten a partidos en los que el PSOE se apoya para gobernar.
El PP de Casado y Egea, por el contrario, sigue anclado en los noventa y ven el voto de la derecha como un juego de suma cero. Su obsesión por hacer desaparecer a Cs y a VOX se basa en la creencia de que, si esos partidos no existiesen, el votante de derechas tendrá forzosamente que votarles.
Pero la realidad es que, si Cs y VOX no existiesen, habría votantes que se quedarían en su casa. Y el conjunto del voto de derechas sería muy inferior al de una izquierda que estaría poniendo a disposición de su electorado una oferta mucho más variada y atractiva, capaz de movilizar a todos sus votantes.
Porque las elecciones no las gana el voto útil, sino el voto movilizado. Y eso solo se consigue ilusionando al votante, no aprovechándose de su resignación.
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