Esta semana ha habido elecciones en Reino Unido. Municipales, regionales (en Escocia y Gales) y, en algunos casos, al Parlamento para cubrir distintas renuncias. Lo normal, es que en España estas elecciones no hubieran hecho mucho ruido entre los medios de comunicación. En verdad, salvo algún artículo periodístico de segunda fila o los boletines en redes sociales de alguna página dedicada a información electoral, no lo ha hecho. Pero merecen algo de nuestra atención. Están sucediendo cosas muy interesantes y cambiantes en el Reino Unido. Especialmente, en Inglaterra. Escocia es otra historia aparte que aquí no tocaremos.
Hartlepool está al noreste de Inglaterra. Seguramente no hayan oído ustedes hablar nunca de esta ciudad. Yo tampoco hasta hace un par de días, siendo franco. Es la típica ciudad posindustrial. Antaño, era una localidad próspera que destacaba por una vibrante industria naval. Pero, desde hace unas décadas, todas esas fábricas han ido cerrando o deslocalizándose y, lo que impera, es el paro y el sentimiento de marginalidad con respecto al Gran Londres. Este ha sido el triste destino para los centros industriales británicos tras las políticas que vienen imperando en el país desde la Era Thatcher.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraComo si el tiempo girará de manera cíclica, el norte vuelve a ser esa región de Inglaterra caracterizada por sus bellos paisajes pero, en mayor medida que por esto, por su pobreza con respecto al Sur. Como antes de la Revolución Industrial. Durante 57 años seguidos, el escaño de Hartlepool había sido algo seguro para los laboristas pero, de manera sorprendente, esta semana se lo han llevado los conservadores sin apenas dificultades. No descarto la importancia del hecho de que el anterior diputado laborista haya renunciado por acusaciones de acoso sexual pero, estamos claramente ante otro de esos distritos tradicionalmente laboristas que han optado desde 2019 por votar tory tras décadas pigmentados de rojo. Y, en Hartlepool, ganó el sí al Brexit en 2016. Es importante tenerlo presente.
También se han celebrado comicios municipales por toda la isla. Históricamente, lo normal era que el partido con mayoría en el Parlamento perdiera concejales y apoyo en este tipo de elecciones. Sorprendentemente, y aunque aquí la noticia haya pasado sin pena ni gloria, los conservadores –el partido del premier que ocupa el número 10 de Downing Street- han obtenido unos 500 concejales más en estas elecciones que en las últimas municipales. Una mayoría nacional aplastante y, en no pocos casos, con grandes victorias en lugares tradicionalmente laboristas. Pese a la gestión inicialmente nefasta de los efectos de la pandemia por parte de Boris Johnson y las extravagantes imperfecciones del personaje, los votantes británicos –especialmente los ingleses- de clase trabajadora y clase media que viven fuera del centro londinense han decidido apoyar en masa al partido de Bolingbroke, el doctor Johnson, Disraeli, Winston Churchill o Margaret Thatcher. No es más que consecuencia natural de algo que arrastra la corriente política de Reino Unido desde hace lustros.
Primeramente, hemos que tener presentes los grandes cambios que ha vivido el Partido Laborista de los 80 a esta parte. He aquí el móvil más importante de todo este asunto. Hasta aquel entonces, el Partido Laborista estaba dirigido o muy influenciado tanto por personas con cierta trayectoria en los grandes sindicatos como por jefes de los mismos. Desde los 70, estaban cobrando cada vez más fuerza personas ligadas a la Nueva Izquierda universitaria, muy progresistas en lo cultural, con profesiones de cuello blanco y promotores de una visión “cosmopolita” de la realidad política. No disfrutaban aún de la hegemonía pero empezaban a tener cierta fuerza en el partido.
Con la llegada al poder de Thatcher, su gabinete declaró la guerra a los sindicatos, la ganó y acabó por desarticularlos. Dejaron de poseer la fuerza que venían teniendo hasta aquel entonces en el partido unas personas que, con sus muchísimas imperfecciones, no estaban dispuestos a permitir como prioridad de la plataforma del partido a las llamadas “políticas de identidad”. Durante el resto de la década, intentaron entremezclar el viejo programa económico laborista con la emergencia sin freno de las políticas de identidad, pero acabó demostrándose que lo segundo tenía prioridad sobre lo primero.
Cuando a mediados de los 90 el escocés Tony Blair decidió que el laborismo se hiciera thatcherista, el partido estaba irreconocible. Las políticas de identidad y sus promotores eran ahora quiénes marcaban el destino de la izquierda británica y, aunque Jeremy Corbyn intentó recuperar un programa económico genuinamente izquierdista, la primacía del progresismo cultural impidió cualquier intento por frenar la ruptura del partido en dos. Entre los votantes tradicionales de clase trabajadora de las zonas desindustrializadas que cada vez eran menos tenidos en cuenta y los urbanitas, cosmopolitas y progresistas de clase media alta que despreciaban –muchas veces abiertamente- a los primeros.
Desde la primera victoria de David Cameron han conseguido mantener la mayoría en Westminster, pero podría decir que más por el demérito del contrario que por méritos propios
Vayamos ahora al Partido Conservador. En verdad, les ha resultado muy difícil aprovechar la oportunidad que les brindaba la nueva coyuntura política. Mientras el Partido Laborista iba partiéndose en dos –especialmente después de la crisis de 2008-, los conservadores hacía un tiempo que habían abandonado su habitual pragmatismo para abrazar de lleno el nuevo liberalismo económico de la Dama de Hierro y promocionar la última novedad del llamado “Nuevo Capitalismo” que saliera de la City londinense. Desde la primera victoria de David Cameron han conseguido mantener la mayoría en Westminster, pero podría decir que más por el demérito del contrario que por méritos propios.
La gran oportunidad para los conservadores apareció con el Brexit. Ya fuera por genuino nacionalismo o por querer hacer de Reino Unido la Singapur sobre el Támesis, el sector más favorable a la salida del país de la Unión Europea tomó las riendas del partido. Todo esto provocó una interacción de interés mutuo –seguramente no buscada- entre los votantes laboristas tradicionales del llamado “Muro Rojo” y los conservadores ante la ambigüedad o eurofilia del establishment del Partido Laborista. Debido a las incapacidades de Theresa May para llevar a cabo definitivamente el Brexit, Boris Johnson tomó las riendas del partido a mediados de 2019, cerró al fin el divisivo tema de la salida de la UE y decidió girar hacia el “centroizquierda” la línea económica del partido prometiendo más gasto en seguridad, educación, sanidad, infraestructura o vivienda.
Sobre el último alcalde tory de Londres se han colocado multitud de adjetivos como “libertario”, “nacionalista”, “populista” o “conservador de una nación”. En verdad, se trata de un hombre pragmático que sabe leer muy bien los tiempos históricos y actuar en consecuencia. Ya demostró sus aptitudes cuasi artísticas cuando mutó de entusiasta europeísta a posicionarse en la vanguardia de los que pedían la salida de la Unión Europea.
También hemos visto como de thatcherista ortodoxo y convencido ha apostatado a pragmático favorable al crecimiento del gasto público y la intervención del Estado en el devenir económico de la nación. Aunque pueda denotar falsedad, seguramente este en su capacidad de adaptación el por qué de su éxito político. No estamos únicamente ante un personaje muy mediático sino ante alguien que ha logrado que el Partido Conservador pase de ser un partido de derecha liberal a uno de “centro derecha” en lo sociocultural y de “centro izquierda” en lo económico.
Es decir, un programa basado en la defensa de la independencia del país, aceptar el progresismo cultural pero sin el radicalismo propio del urbanita laborista y políticas económicas entre medias del sector laborista radical de Jeremy Corbyn y el laissez faire propio del thatcherismo. Junto a esto, insinuaciones con políticas de reindustrialización, buena gestión del proceso de vacunación e inmunización y una defensa férrea del unionismo británico frente a la amenaza del secesionismo escocés. Algo que toca hasta el fondo la fibra moral de muchos británicos.
Johnson no es el premier conservador y comunitarista “ideal” para algunos como el que escribe estas líneas. Pero Reino Unido sigue siendo, seguramente, el país culturalmente más liberal-progresista de Europa. Y no hay visos de que esto vaya a cambiar un ápice. Comprendo que a muchos “conservadores genuinos” no les entusiasme Boris en demasía pero, es de justicia reconocer su inteligencia y sagacidad política.
Aunque los medios de comunicación le retraten como a un pobre payaso estúpido o como una mera copia barata de Donald Trump, ha conseguido dar con un tipo de programa y un tipo de acción política capaz de retener el voto conservador y conseguir nuevos apoyos entre los laboristas.
El problema más grave lo tiene el Partido Laborista y su nuevo líder, Keir Starmer, ante estos nefastos resultados. Cada vez son menos el partido de la clase trabajadora y más del urbanita acomodado, progresista y cosmopolita. Si quieren volver a sus orígenes, a sus esencias, más le valdría escuchar más a los llamados “laboristas azules” y menos a los profesores de Oxbridge. Pero, nada apunta a que vayan a optar por esto.