El Dos de Mayo de 1808,por Francisco de Goya.
El Dos de Mayo de 1808,por Francisco de Goya.

Paul Preston, Ángel Viñas y otros historiadores han echado en cara al Ayuntamiento de Madrid que vaya a retirar  los nombres de Largo Caballero e Indalecio Prieto del callejero, de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica. Alegan, entre otras cosas, que ambos dirigentes representaban a “la democracia republicana” frente al fascismo. 

Con la palabrita mágica, Democracia, habría que hacer lo que Pilatos hizo con la verdad, en su diálogo con el Nazareno: Quid est veritas?¿Qué es la democracia? La manoseada etiqueta ha servido para definir un régimen totalitario marxista: República Democrática Alemana;  o nazi: la llegada de Hitler al poder, en 1933… que aquello no fue un golpe de Estado o un levantamiento, sino unas elecciones en toda la regla. Lo cual demuestra que lo importante no es la letra, sino el espíritu. Y que el marchamo Democracia puede servir como patente de corso del totalitarismo y la tiranía.

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A pesar de lo muy relativo del término Democracia, asistimos a una absolutización del mismo, a una subida a los altares, hasta convertirlo en una categoría metafísica

¿Democracia? Depende. Tomemos la II República, que Preston y sus compañeros invocan como si fuera la Biblia. Se proclamó a través de unas elecciones harto dudosas, las municipales de 1931; perdió su legitimidad cuando Azaña impulsó una Ley de Defensa de la República, que resultó ser una ley mordaza: suspensión de periódicos, multas y hasta sanciones de hasta 10.000 pesetas para quien criticara al régimen; emprendió la mayor persecución religiosa de  Europa occidental: más de 6.800 sacerdotes y religiosos fueron asesinados; y derivó en un régimen-títere en manos de Stalin, con dos hitos: la sangrienta revolución de Asturias, de 1934; y las elecciones de febrero de 1936 para favorecer el triunfo del Frente Popular,  como han demostrado recientemente las Memorias de Alcalá-Zamora. ¿Y esa es la democracia que invocan esos historiadores?

A pesar de lo muy relativo del término, asistimos a una absolutización del mismo, a una especie de subida a los altares, hasta convertirlo en una categoría metafísica, que está por encima del bien y del mal. O mejor dicho que se confunde con el bien absoluto, sin mezcla de mal alguno. Veamos otro ejemplo.

En su última novela, Línea de fuego, sobre la batalla del Ebro, Arturo Pérez Reverte hace decir a un capitán republicano que la Guerra Civil “es el horror enfrentado a otro horror” y no, como había creído al principio, “la lucha del bien contra el mal”. A lo que el crítico literario, Jordi Gracia, apostilla en El País: “la guerra es un horror (…) pero también es la lucha del bien contra el mal, al menos desde el momento en que Franco le montó un golpe de Estado a la República”. 

No vamos a repetir lo de siempre: que si hubo atrocidades en los dos bandos, que si el cainismo y blablá. Y Franco no presumió de democracia: en eso fue muy claro. Pero identificar a la II República con el bien, así sin matices; y a los sublevados con el mal, el mal metafísico, es una simpleza. 

Los tiranos de la Antigüedad identificaban a su persona con los dioses y exigían adoración. A eso jugaban los césares o los faraones. Los de ahora se revisten con el manto púrpura de la democracia y reclaman para sí el monopolio del bien en exclusiva. Y sin embargo ni sus políticas son democráticas, ni tienen en cuenta el bien común. 

El de Pedro Sánchez es un ejemplo de libro. Se ha llevado por delante el último y delgado tabique que separaba los poderes, poniendo a “uno de los nuestros” primero de ministra de Justicia y luego de Fiscal General; ha impulsado -junto con Pablo Iglesias- una reforma del sistema de elecciones del Consejo del Poder Judicial que deja el control en manos de la izquierda; y cuando el Tribunal Superior de Justicia madrileño ha rechazado el confinamiento decretado por Sanidad por violar libertades individuales, Sánchez ha demostrado que nadie manda más que él imponiendo el estado de alarma en Madrid. Y sin rendir cuentas en el hemiciclo… No dejes que la luz y los taquígrafos te estropeen un gesto tan soberbio y caciquil.

No sólo está conduciendo al país a la muerte (llevamos 53.000 víctimas mortales del sanchismo) y a la ruina económica, sino que se está blindando ante la Justicia -algo típico de las repúblicas bananeras-. Con fiscales a sueldo, jueces dependientes o amedrentados, y Montesquieu tocado y hundido, los Gobiernos corruptos se aseguran la impunidad. ¿Lo será este? Resulta sospechosa la chulesca reacción del vicepresidente Iglesias ante el juez García Castellón, que ha recomendado al Supremo que se le investigue por el caso Dina. «Es inconcebible, representaría una vulneración del Derecho sin parangón y sin precedente en este país», ha dicho. 

El número dos del Gobierno Sánchez ya ha dejado claro que no piensa dimitir, cuando él mismo ha pedido para políticos rivales que asuman su responsabilidad y cojan la puerta en cuanto les señala el dedo de la Justicia. Él mismo dijo, hace cuatro años, lo que haría en caso de corrupción de Podemos: “Apertura de juicio oral, dimisión, así de rápido”. Pero en esto, como en todo, el perroflauta populista se ha convertido en un intocable, en esa casta con la que él prometió acabar. 

Las amenazas de seguidores de Podemos al juez García-Castellón… eso sí que es inconcebible en una democracia

No menos sospechosas resultan las amenazas que, en las redes sociales, ha recibido el juez García Castellón, por parte de seguidores de Podemos. Eso sí que es inconcebible en una democracia. 

Como lo es la reacción de Ada Colau al decir que tras la decisión del magistrado hay “una clara voluntad de atacar a Iglesias y al gobierno de coalición. No aceptan el resultado de las urnas, no aceptan que España se quiere modernizar”. Y añade una puñalada a Montesquieu y al Estado de derecho: “Es urgente la renovación del poder judicial”. 

A Sánchez e Iglesias se les empiezan a notar demasiado las ganas de tomar el Palacio de Invierno y de apalancarse en él, copando todos los resortes de poder: en el Parlamento, en la Justicia, en los medios de comunicación, con la arrogancia propia de los tiranos banderas. El cierre de Madrid es una muestra más. ¿Qué le queda al contribuyente, al ciudadano que va a pagar, literalmente, el pato de la chulería y la incompetencia de este Gobierno?

Salir a la calle, manifestarse, pedir su dimisión…  organizarle un Dos de Mayo… pacífico, pero Dos de Mayo. Aún nos quedan la libertad de expresión. Habrá que aprovecharla antes de que sea demasiado tarde.

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.