El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, fracasó de forma inmisericorde, trágica y criminosa en cuanto se enfrentó a un problema real. Sánchez, el hombre de los ministros estelares, el pupilo de Iván Redondo, entiende la política como el control del relato. No importa la realidad, sino lo que los españoles pensemos de ella. Lo que cuenta es cómo conducirnos a las urnas con la decisión de mantenerles en el poder. Cualquier problema real es una oportunidad para envolverlo en el discurso correcto, el que hará que le amemos o símplemente le prefiramos; o que aborrezcamos más a la oposición.
Cuatro, cinco, seis millones de parados, empresas sin futuro, miles de españoles esperando la muerte a la vuelta de la esquina… toda ocasión es adecuada si se afronta con talento y audacia. Y Vive Dios que audacia no le falta a Pedro Sánchez.
Pero fracasó, y alimentar con millones de euros a las televisiones no fue suficiente para ocultar que suya, enteramente suya, es la responsabilidad de una parte importante de las 53.000 muertes causadas por la pandemia. De modo que a la vuelta del verano delegó toda la responsabilidad de la esperable nueva oleada de muertes a las Comunidades Autónomas. ¿Quieren confinamiento? Que me lo pidan. Ellos serán los responsables, yo seré el salvador.
No tuvimos que esperar al invierno para reanudar el cómputo de contagios y decesos. Pero el ojo de Mordor no se posó en ello hasta que no fue Madrid la región más afectada. Fue precisamente Madrid, al mando de la inexperta Ayuso, quien actuó antes que nadie en marzo. Y puso en evidencia al Gobierno. A la vuelta del verano, la Comunidad calibraba el modo de combinar el control de la enfermedad con el daño a la economía, con un confinamiento parcial, y centrado en las áreas sanitarias más afectadas. Aunque fuera en el marco de un acuerdo con el Gobierno, escenificado con decenas de banderas de España, de nuevo la Comunidad de Madrid iba a salir reforzada de la situación. Los números cantaban, y su melodía le sonaba muy bien a Isabel Díaz Ayuso. Y muy mal a Sánchez.
Ayuso está prácticamente sola. No debe importarle. Si resiste, si Ciudadanos no comete su última traición a sus votantes, si no se arredra y mantiene sus prioridades políticas, habrá adquirido un gran capital político
Por eso, a menos de una semana de decir que la actuación de la Comunidad de Madrid era la adecuada, el Gobierno decretó un confinamiento de la capital y algunas grandes localidades más, contra el criterio de la región. Si los números iban a bajar, será porque el Gobierno ha adoptado determinadas medidas, no por la acción política de Ayuso. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid le dió un sonado bofetón al Ejecutivo, paralizando sus medidas. Y el Gobierno ha reaccionado recurriendo al estado de alarma, el que dijo en septiembre que sólo pondría en marcha a petición de cada región. La pandemia repta por la sociedad navarra a mayor velocidad que la madrileña. Pero de nuevo no es la realidad, sino su costura a retazos lo que cuenta.
Isabel Díaz Ayuso ha asumido el papel de oposición al Gobierno. El que quiere ejercer Santiago Abascal, pero no puede, y el que puede ejercer Pedro Casado, pero no quiere. No cuenta con el respaldo del Partido Popular. No tiene a su lado ni a Telemadrid, en manos de la oposición. Sus principales apoyos con algunos de los consejeros que tiene, como los de Sanidad, Justicia y Hacienda, que son personas de primera categoría; y la presidenta no los trata como debe o los trata como no debe.
Ayuso está prácticamente sola. No debe importarle. Si resiste, si Ciudadanos no comete su última traición a sus votantes, si no se arredra y mantiene sus prioridades políticas, habrá adquirido un gran capital político, adquirido además por sus propios medios. Está al frente del rompeolas de España, como decía Antonio Machado. Y eso es un riesgo, pero también una gran oportunidad.
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