¿No les hace a ustedes gracia cuando el establishment acusa a Vox, Trump u Orban de ofrecer recetas simplistas a problemas complejos? Como si la ley de la eutanasia con la que PSOE y Podemos van a llevarse por delante a cientos de miles de españoles, no fuera una solución simplista, tan simplista como la “solución final” aquella. Una forma expeditiva y directa para quitarse de encima el muerto de las pensiones.
En general, las recetas de la izquierda suelen ser simplistas y sus consecuencias catastróficas. Ahora que la lucha de clases ya ha prescrito, se han sacado de la manga otros frentes, prometiendo nuevos y utópicos paraísos, como un mundo sin género o incluso sin especies, en el que los animales tengan tantos derechos como las personas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraUna profesora propone dejar que la raza humana se extinga para salvar así a la Tierra, que ya ha sufrido bastante por culpa del antropoceno (o era del hombre)
El último grito llega del mundo académico, tomado por cachorros del sesentayochismo que ahora se empeñan en buscar la playa no bajo los adoquines sino bajo las aulas universitarias. Se llama el Manifiesto antihumano o ahumano (The anhuman manifesto) con el que una profesora del Reino Unido, Patricia MacCormack, propone dejar que la raza humana se extinga para salvar así a la Tierra. Argumenta que el llamado Antropoceno (o era del hombre) ha causado un daño tremendo a animales y plantas, y que es preciso repararlo. Aprovecha para meter en el mismo saco al capitalismo, el heteropatriarcado, la maternidad, la raza blanca y la religión, todo junto y revuelto, y pedir una revolución contra todo eso, para alumbrar un nuevo mundo, ahumano o antihumano.
Todo esto puede parecer una marcianada -de hecho, lo es-. Pero el problema es que muchas cátedras universitarias de Occidente están ocupadas por este tipo de frikis, que las transmiten a los alumnos, les obligan a aprendérselas para aprobar, las presentan en ponencias de congresos, y terminan teniendo traducción en leyes de parlamentos y gobiernos, como ha explicado Jean-François Braustein en La filosofía se ha vuelto loca. Ese es el problema.
La tal MacCormack viene del feminismo radical, seguidora de filósofos sesentayochistas como Deleuze y Guattari, o de Peter Singer, autor de libro Liberación animal. Y se ha especializado en teoría queer, poshumanismo, y derechos de los animales. Se declara vegana, una de las nuevas religiones, y -atención- se define como “extincionista”. Pero como podrán imaginar no del lince ibérico o el abejaruco común, sino extincionista del ser humano.
No es un caso aislado. Cada vez hay más intelectuales que abogan por el activismo de la muerte. Conectan con otra corriente en boga, los antinatalistas, que declaran que no es ético ni responsable traer hijos biológicos al mundo, y que a ellos les han concebido y parido sin su consentimiento. Eso sí, cuando algún periodista malicioso les pregunta si alguna vez se han planteado el suicidio, suelen responder: “ya que estoy en este mundo, intento ser útil”.
Detrás de esta pulsión destructiva está el marxismo cultural. Igual que está detrás del generismo, el especismo y sus variantes gastronómicas (como el veganismo). Digamos que el viejo marxismo se comporta como un virus mutante, que se hace inmune a las vacunas y renace, más virulento, alojándose en otros cuerpos. Primero fue la lucha de clases y ahora es la lucha de sexos. Antes, el opresor era el patrono que explotaba al obrero, ahora es la madre de familia que amenaza con exceso de población a la Tierra, cometiendo el delito imperdonable de crecer y multiplicarse. Antes eran los burgueses, ahora es la raza humana, así entera, que amenaza con comerse a las oprimidas vacas, llenar de plásticos el Pacífico, y derretir los polos.
Pero el objetivo es siempre el mismo: imponer la mentira de un paraíso (sin clases o sin sexos), una utopía irrealizable, que promete la liberación de los oprimidos, pero que se da de tortas con la realidad, y que acaba volviéndose contra la naturaleza humana.
No deja ser irónico que la revolución del Manifiesto antihumano, tenga como coprotagonistas a los animales y sus derechos. Igual que Animal farm, de George Orwell (Rebelión en la granja), el mordaz retrato del estalinismo, a través del personaje de un cerdo, Napoleón (trasunto de Stalin). Este expulsa a los humanos de una granja y termina imponiendo la tiranía.
Algunas de las consignas que corean los animales de la fábula de Orwell recuerdan al Manifiesto de MacCormack: ”Todos los hombres son enemigos»
Algunas de las consignas que corean los animales de la fábula recuerdan al Manifiesto de MacCormack: ”Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas.”
Los que claman contra la tortura del toro en el ruedo, los que pretenden hacer el amor con árboles, y los que denuncian la violación de las gallinas, recuerdan mucho a los revolucionarios porcinos de Orwell, cuando reducen sus siete mandamientos en una sola máxima: ¡Cuatro patas sí, dos pies no!.
Y otro personaje, el cerdo Mayor (que representa a Lenin) canta una canción sobre un mundo a-humano: “Tarde o temprano llegará la hora en la que la tiranía del Hombre sea derrocada y las ubérrimas praderas de Inglaterra tan sólo por animales sean holladas”.
Tiranía del hombre. La última utopía que tratan de imponernos. Ya advirtió Chesterton, con su infalible intuición, de la superstición del suicidio, la eugenesia y la supeditación del hombre a los animales, que caricaturizó así: “la apoteosis final sería sentarnos en silencio sin probar bocado por temor a incomodar a un microbio”.
Tal cual lo que estamos viviendo ahora. La pregunta es si sobreviviremos a los Derechos del Gran Simio o a extincionistas como los del Manifiesto Antihumano. Si Occidente volverá a la Edad Oscura, a través del animalismo y los sacrificios humanos, el culto a la diosa Gaia, y el canibalismo. Hasta que venga un Cristóbal Colón a descubrirnos, civilizarnos, y vuelta a empezar.