Los árboles no nos dejan el bosque. Los árboles son los telediarios con el asalto de los ‘trumpianos’ al Capitolio. El bosque es más complejo. Lo grave para la democracia no es el reality show de los republicanos, sino que la señora Pelosi, conspicua lideresa del Partido Demócrata, y presidenta de la Cámara de Representantes, quiera negar la evidencia cambiando género por sexo y lance un disparo a la línea de flotación de la familia, suprimiendo los términos “esposa”, “padre” o “hijo”. Lo preocupante es que esta señora quiera que la Cámara de Representantes sea “la más inclusiva de la historia”. Porque ya sabemos lo que eso significa. La demonización del sexo biológico y el matrimonio heterosexual (es decir el matrimonio).
No es un tema baladí, ni una disquisición semántica sin mayores consecuencias. Forma parte de un plan perfectamente diseñado y orquestado para entrar no en el Capitolio sino en la república independiente del hogar, meterse en nuestra alcoba e imponer la ideología de género.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl “New England Journal of Medicine” ha sucumbido al “generismo” al negar la relevancia médica del sexo
No es casual que la iniciativa del Partido Demócrata coincida con la publicación de un artículo en New England Journal of Medicine (NEJM) que niega la relevancia médica del sexo. Sí, han leído ustedes bien, no es un fanzine LGTB ni El Papus, ni Mongolia, sino el mismísimo New England Journal of Medicine, la revista médica más prestigiosa del mundo, la misma que ha publicado importantes trabajos sobre temas como la anestesia general, el descubrimiento de las plaquetas o el curso clínico del SIDA.
Un artículo titulado Asignaciones fallidas: repensar las designaciones sexuales en los certificados de nacimiento, y publicado en NEJM afirma que “las designaciones de sexo en los certificados de nacimiento no ofrecen ninguna utilidad clínica y pueden ser perjudiciales para las personas intersexuales y transgénero “.
Los autores relativizan el “sistema dicotómico de clasificación de sexos”; y sostienen que de mantenerse, debería basarse “en la autoidentificación a una edad avanzada, en lugar de en una evaluación médica al nacer”.
La dictadura del relativismo pone así una pica en el Flandes científico, al relativizar la relevancia médica del sexo, en favor del género. No sólo niega una evidencia que puede entender hasta un niño de dos años, sino que va en contra de la “jurisprudencia” científica. Un ejemplo. Un informe aprobado por el Consejo Nacional de Investigación de EEUU se preguntaba si en cuestiones de salud humana ¿importa el sexo?. Y respondía: “Ser hombre o mujer es una variable humana básica importante que afecta la salud y la enfermedad a lo largo de la vida (…) El sexo debe tenerse en cuenta al diseñar y analizar estudios en todas las áreas y en todos los niveles de la investigación biomédica y relacionada con la salud”.
No es irrelevante haber nacido con pene o con vagina ante determinadas enfermedades. No hay más que ver que las cifras de muertes por COVID-19 son mayores en hombres que en mujeres.
Pero la biblia de la Medicina, el New England Journal, parece haber sucumbido a la presión -o ¿al soborno?- de los ideólogos de género, negando que dos y dos son cuatro.
Claro que este “asalto al dormitorio” en la Cámara de Representantes o en la Ciencia, lleva décadas fraguandose. Desde mediados del siglo XX, con las teorías de Simone de Beauvoir (“no se nace mujer, se llega a serlo); o de Wilhelm Reich; Herbert Marcuse; o Michel Foucault, entre otros, que cristalizaron en la revolución sexual de los años 60 y en las políticas antinatalistas de Naciones Unidas, como explica acertadamente Gabrielle Kuby.
Quizá la más eficaz ganzúa para forzar la puerta del dormitorio y asaltar la república independiente del hogar fue la píldora anticonceptiva. No sólo se cargó el matrimonio -al destruir el significado procreativo y nupcial del cuerpo humano-, sino que, a la larga, impuso el género por encima del sexo.
Tiene su lógica. Si, con la anticoncepción, la capacidad procreadora se convierte en complemento opcional y accesorio de la masculinidad y feminidad, en lugar de un rasgo definitorio de esa masculinidad y feminidad… ¿qué sentido tiene seguir hablando de varón y mujer? ¿qué problema hay en cambiar de sexo?
Como señala la norteamericana Angela Franks: Dado que la fertilidad ya no importa, no importa si los cuerpos son masculinos o femeninos; todos son solo materia prima para acoplamientos anónimos. Y añade: Esta es la visión despersonalizada del cuerpo que reina en la era de la anticoncepción.
Resulta irónico que Biden y Harris -pro LGTB y entusiasta abortera- digan que llegan al Gobierno de EE. UU., para reconstruir EE.UU. tras los destrozos de Trump
Los efectos del “generismo” son devastadores. Por eso resulta irónico que Joe Biden y Kamala Harris -la versión femenina y sonriente de Obama, pro LGTB y entusiasta abortera- digan que llegan al Gobierno con la promesa de reconstruir EE.UU. tras los destrozos de Trump. ¿Y los que van a provocar ellos, qué?
Una algarada en Washington como la del 6 de enero no va a hacer que se tambalee la civilización, pero sí que los nuevos dictadores quieran cargarse la distinción más elemental (varón-mujer) y dinamitar el matrimonio y la familia.