Mons. Munilla, actual obispo de Alicante-Orihuela
Mons. Munilla, actual obispo de Alicante-Orihuela

Todos hemos sentido un hormigueo en el estómago cuando se acerca el encuentro con alguien a quien deseamos, queremos o admiramos. Se te hace un nudo en la garganta y la mente comienza a cavilar posibles escenarios o situaciones de la cita. Si es la primera vez que tienes la oportunidad de reunirte con esa persona, las conexiones neuronales trabajan con imaginación en trazar o diseñar una apariencia posible de la figura del interlocutor. Dicen que las relaciones se sostienen en la admiración mutua, y que el amor se acaba cuando uno de los dos deja de sentir orgullo por el otro.

Tuve la oportunidad de tener un encuentro personal con el Obispo de Alicante, José Ignacio Munilla. Una de las mentes más amuebladas de nuestro país. Cabeza que quedó eclipsada por su profunda sencillez. Me recibió sin secretaria, salió personalmente abriendo una de las puertas contiguas del Obispado. Sin alardes, sin ostentación, al saludarme sentí que estaba hablando con un cura de parroquia. Se desprendió de los galones que le otorgan el solideo equiscopal. Admirable.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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En un mundo narcisista en el que cualquier mindundi con cargo se cree algo, que una persona con verdadera relevancia tenga los pies en la tierra es toda una lección. Una cura contra el pecado de la vanidad. Enseñanza de que la verdadera elegancia reside en la sencillez. Naturalidad que elimina todo posible nervio instantáneo. Estuve dos horas con él y volvería a estar otras cuatro. No percibí ni un ápice protocolario en su personalidad. Es un líder, precisamente porque cuando estás con él no actúa como si fuera demasiado importante. He estado con otros perfiles que en cada palabra manifestaban en la forma esa notoriedad. Eran calculadores, demasiado recatados. En Don José Ignacio no había mancha de ego o prepotencia.

Toda una lección de humildad, un antídoto contra la autosuficiencia de hoy en día. Me fui de su despacho con dos de sus libros, con su afecto, y con el propósito de imitar esa sencillez. Podré decir a mis hijos que un día estuve con un santo.

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