El resultado del 4M ha sido tan apabullante que podría calificarse de muerte. La de Ciudadanos es clara. Desaparecer de la Asamblea de Madrid es el anuncio de su extinción. Bal, se emociona; Villacís le arropa, pero Arrimadas no se atreve a dar la cara. Da igual. El proyecto ha muerto.

Lo mismo le pasa a Podemos tras la salida de Iglesias. Dice el ‘macho alfa’ que no quiere ser un tapón en la regeneración del partido. Pero sabe que el único elemento aglutinador de la extrema izquierda cainita era él. Tras su marcha, la guerra civil es segura. Por una parte, Yolanda Díaz, nominada por el líder. Por otra, Irene Montero, la ‘mujer de‘. O la ex a la que Iglesias no quiere encontrarse por la calle. Por otra, Garzón, ese lumbreras llegado a ministro. Súmenle las llamadas confluencias y el zafarrancho está servido.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Adiós a la victimización gratuita, al odio como estrategia política, al matonismo y a la violencia para acallar al adversario. Es el rostro amargo del comunismo al que el pueblo español ha dado la espalda.

Por contra, nace un nuevo comunismo igual de letal, pero más amable, el de Mónica García, una perfecta desconocida hace dos meses que ha logrado más que duplicar a Iglesias en votos y escaños e incluso hacer el ‘sorpasso’ a Gabilondo. Es duda que Más Madrid pueda ser Más País. Pero es seguro que Errejón intentará comerse las sobras de Podemos y cobrarse Vistalegre. También es seguro que jamás alcanzará un resultado siquiera parecido a Podemos.

Lo más relevante del 4M es el PSOE. Su resultado ha sido nefasto a pesar del empeño de El País de apuntalar el bipartidismo, a pesar de las cocinas de Tezanos y su lenguaje tabernario, a pesar de la apuesta inicial de Sánchez y de la “estrategia” de Iván Redondo.

Haber sido sorpassados por una desconocida es humillante. Redondo no es un mago; estaba sobrevalorado. El maremoto de Murcia fue un fracaso y produjo esta solemne derrota. Muchos socialistas andan ahora inquietos buscando recambio.

Sánchez está tan abochornado que mandó a Ábalos a llorar los resultados. “No hay que leer estos resultados en clave nacional”. Es todo lo que fue capaz de decir. El sanchismo ha muerto. ‘Su sanchidad’ lo sabe. La ‘flor en el culo’ de los últimos años le ha abandonado. Puede disimular y agotar legislatura. Pero es un zombie.

En el PP se las ven felices tras el arrase de Ayuso, que insiste que Madrid es España y que esto es sólo el kilómetro cero. Veremos. Porque Casado no es Ayuso. Él lo sabe. Su entorno, también. La noche electoral fue de alegría contenida. Ha estallado la paz.

En Vox salvan los muebles con dignidad. Pero los rostros revelan el funeral que va por dentro. Serán relevantes para el gobierno de Madrid, pero más bien poco. Si tensan la cuerda hasta romperla, desaparecen. Si no lo hacen, son irrelevantes. Su estrategia de conquista del cinturón rojo con discurso social y anti-inmigración no ha dado el resultado esperado. La racha alcista se ha frenado. Por eso Abascal -como Ábalos- utiliza la misma excusa: Madrid no es España. El techo. El dichoso techo.

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