¿Qué sería del mundo sin esta maravillosa Noticia? La de que Dios ha venido a estar en medio de nosotros. Ningún acontecimiento de la historia supera a éste en importancia. Y, a la vez, es el más chocante y sorprendente de cuantos han sucedido a la humanidad. Era insospechable que Dios, al que los hombres más reflexivos situaban alejado del mundo, allá, en el mundo del espíritu, en los horizontes metafísicos de la razón y el Ser, se presentase en medio de nosotros. Esto es algo tan sorprendente y maravilloso que, decididamente, separa al cristianismo de cualquier otra religión que los hombres usen en su búsqueda de Dios. No puede equipararse el cristianismo con ninguna otra religión que haya habido en el mundo, sencillamente, porque a ninguna se le ha revelado la Noticia de Dios con nosotros.

La Iglesia prepara esta fiesta durante cuatro semanas. En ellas, los cristianos deberíamos haber hecho una pequeña catarsis de la “costumbre”, del “asociacionismo” y del “relativismo”. De la “costumbre”, porque, efectivamente, llevamos celebrando la Navidad todos los años durante más de dos mil y es muy fácil que la costumbre nos haga percibir como normal lo extraordinario. Dios encarnado es un hecho histórico extraordinario y único. Del “asociacionismo”, porque muchas de las alegrías de estos días (reuniones familiares, felicitaciones, regalos, etc.) nos puede distraer de lo fundamental, de la Noticia extraordinaria: Dios con nosotros. Y, por último, del “relativismo”. Porque Dios con nosotros no es una celebración que pueda equipararse con cualquier otra fiesta de otra religión y, ni mucho menos, con los días festivos paganos que declara el Estado para festejar lo que políticamente considera conveniente.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Nosotros, los cristianos, en estas fechas mantengamos la mirada fija en el Misterio de la Encarnación. Hemos de estar muy atentos porque, si nuestra atención se pierde por un instante, es muy fácil que la Noticia pase al lado de nosotros y nos coja distraídos. Porque la Navidad es extraordinaria, pero también es pequeña y susurrante. Como la brisa que avisó a Elías de la presencia de Dios (1 Re 19, 3-15). Y es que, como hoy, hace más de dos mil años, la entrada de la Verdad en el mundo fue secreta y hasta mínima. El destino de la humanidad se dirimió en lo escondido de una reunión entre un ángel y una muchachita judía. Lejos de los centros de poder del Príncipe de este mundo y sus secuaces gobernadores de la Tierra, aquella Niña dio paso la Verdad con un “sí”.

Este camino elegido por Dios fue y es incomprensible para el ser humano. Por eso es un Misterio. Los hombres solemos echar por tierra cualquier cosa buena con la exaltación de la persona y el aplauso del mundo, es decir, con la vanidad. Si el mundo no nos paga de una manera u otra, parece que nos cuesta hacer el bien por sí mismo. De manera que es fácil que encontremos en nosotros cierta resistencia para entender porque Dios prefirió el camino callado para, precisamente, estar con nosotros y hacernos en Bien.

Pero, el Misterio no quedó ahí. Aquél “sí” de la primera cristiana de la historia determinaría el programa de incomprensión y persecución de los cristianos en medio del mundo. Inmediatamente que se produjo el “sí” éste no fue entendido ni por quienes más querían a María. La Ley juzgaba el hecho desde su apariencia mundana y el primer juicio del hombre fue la condena del “sí” salvador. Así que otro ángel tuvo que aclarar al segundo cristiano del mundo, San José, que aquello debía ser como era. Y así debía ser, aunque él no lo entendiera. Si Maria había dado la lección del manual del cristiano, el de confianza en Dios, San José, con su “sí” de beneplácito, nos daba la segunda lección del manual cristiano: la de aceptar que todo lo que el mundo opone al cristianismo está previsto en el plan de Dios.

Dios tuvo mucho cuidado en conservar la paz y el silencio eligiendo el lugar y a las personas a las que quería tener presente cuando naciera. De las consecuencias cósmicas del acontecimiento, sólo unos pocos se dieron cuenta. Los tres sabios de los que nos habla el Evangelio se pusieron en marcha hacia donde apuntaba el destino de la estrella. Y, allí, en Belén de Judá, en un establo y rodeado de sus ángeles, María, José, la sabiduría y humildad de los tres sabios y unos pastores, fue Dios con nosotros.

Este es el Misterio de la Navidad. Este Misterio de Verdad es piedra de toque y fiel de la balanza para juicio del mundo. No hay nadie que no quede juzgado por Él. Separa, con total precisión y contundencia, a los soberbios, a los arrogantes, a los príncipes del mundo, de Dios con nosotros. Él es el juicio de la sentencia de las bienaventuranzas. Adoremos en esta noche al único Hombre- Dios merecedor de esa dignidad: Dios con nosotros.

Emilio Eiranova Encinas

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