
Como se dice en el Tenorio, no hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla. O como reza el proverbio árabe, quédate sentado a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo.
¡Cómo disfruto cuando llega la fecha anunciada por algún calentólogo o un panel de las Naciones Unidas para la aparición de una catástrofe y comprobamos que no ha ocurrido! Por ejemplo, la desaparición del archipiélago de las Maldivas bajo el océano Índico, que se anunció en 1989 para “dentro de treinta años”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraGracias a las redes sociales, esas cotillas que con toda razón quieren controlar los censores para que no conozcamos hechos que refutan el discurso del miedo oficial ni se nos ocurra votar a un populista que pasa por ahí, me enteré de que en febrero de 2001 se había publicado en El Mundo un reportaje propio del periodismo asustaviejas.
En 2020 no se cumplieron dos anuncios de los calentólogos: ni las Maldivas desaparecieron ni en España nos quedamos sin playas
Las playas españolas de las costas mediterránea y atlántica habrían desaparecido bajo el agua. En el norte de la Península Ibérica abundarían las palmeras y en el sur se extenderían enormes desiertos. Semejantes cambios se deberían (sorpresa, sorpresa) al calentamiento global.
En cuanto el reportaje empezó a circular por Twitter, salieron esos policías de la progresía llamados ‘fact-checkers’ a decirnos que el informe del IPCC no anunciaba esas catástrofes. Y es verdad. Sólo pronosticaba una subida del nivel de mar debido al derretimiento del mar Ártico y de la Antártida. El periodista se limitó a echarle imaginación, para, como decimos el oficio, “conseguir un titular que rompa”. ¡Y vaya si lo hizo!
Entonces, ¿se trató sólo de un reportaje un poco escandaloso colgado de la percha de lo que entonces era el último episodio de acollonamiento climático? Pues no. En estos años ya hemos aprendido cómo funciona la máquina de fabricar ‘fake news’ del Imperio Progre, se trate de la calentología o se trate de la ‘trama rusa’ que permitió acusar durante años a Donald Trump de ser agente de Putin.
Se trata de crear un marco en el que la gente acepte lo apocalíptico para sustituir unas imágenes por otras sin parar
Con titulares como «2020: el Mediterráneo sin playas» y frases como «por desgracia, las predicciones hechas por los 3.000 científicos del IPCC han resistido bien el paso del tiempo» se pretende crear un ambiente (un clima, si no hubiéramos gastado ya esta palabra). La imagen de las playas españolas sumergidas es muy potente y se repite una y otra vez. Greenpeace recurrió a ella en un folleto alarmista en 2007 en que, cual Jeremías laico, presentaba una Manga del mar Menor inundada y un Ebro seco.
En el reportaje de 2001 hallamos una frase que usted, amigo lector, habrá escuchado varias veces este verano: debido al cambio climático, «las olas de calor suben los termómetros por encima de los 40 grados». Y no puede faltar la regañina: «Esto es lo que ocurre veinte años después de aquella alarma mundial que muchos prefirieron ignorar». La culpa del desastre, como de los contagios del covid-19, es suya.
Así se crea un pensamiento único… y al que lo critique, se le expulsa de Twitter y de Google. Se empieza con montajes de costas anegadas y se acaba con Greta Thunberg elegida por Time como persona del año.
Una vez que se ha hecho aceptar el discurso apocalíptico por el público, los emisores sustituyen unas imágenes por otras: osos polares, tornados, desiertos, tsunamis, sequías, hambrunas…
Estamos, pues, ante otra trola refutada por el tiempo y la misma naturaleza. Pero la realidad no importa ni a los fanáticos ni a los oligarcas. Con el abuelo de Kamala Harris en la presidencia de EEUU el negocio verde vuelve a ponerse en marcha, después de unos años de paralización. Que no se quejen los votantes de los candidatos demócratas que viven en Arizona y en Michigan cuando la oligarquía les restrinja a los primeros el aire acondicionado y a los segundos la calefacción, «por el bien del Planeta»; como no tienen derecho a quejarse los mineros asturianos y leoneses que votan al PSOE y a Podemos, abanderados de la “transición ecológica”, cuando se cierran las minas de carbón.
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