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Pandemonium II / La cura para el Covid-19 puede ser peor que la enfermedad

Imagen referencial.

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Por David Thunder*

Irlanda ha demorado más que la mayoría de los demás países de la UE para volver a abrir sus fronteras a los vuelos internacionales. Una cierta narrativa ha echado raíces, respaldada por voces prominentes de la comunidad científica y también del parlamento irlandés, urgiéndonos a hacer todo lo posible para conseguir una Irlanda «libre de Covid».

Esta narrativa ha radicalizado nuestro pensamiento en torno al Covid-19, al insinuar que cualquier enfoque que pueda aumentar aunque sea mínimamente el riesgo de transmisión del SARS-CoV-2, es incuestionablemente imprudente, irresponsable o antipatriótico.

Pero esta forma de pensar es excesivamente simplista.

En primer lugar, nos guste o no, el virus SARS-CoV-2 ha demostrado ser resistente a confinamiento prolongados. Está en circulación tanto a nivel nacional como en todo el mundo y es casi seguro que se va a quedar durante varios años. De hecho, según estimaciones del gobierno, aproximadamente el 88% de los casos notificados son de origen nacional. Así que las rigurosas cuarentenas fronterizas tendrían un impacto limitado en la propagación del virus.

Además, es probable que las intervenciones requeridas para suprimir este virus, desde las cuarentenas generales de viajes hasta el confinamiento nacional, causen daños colaterales desproporcionados a nuestra salud y bienestar.

Debemos actuar proporcionalmente, utilizando intervenciones específicas cuyos efectos no deseados no sean catastróficos para la salud y el bienestar humanos

Algunos han afirmado que un esfuerzo concertado para hacer de Irlanda una isla «libre de Covid» será económicamente beneficioso. Sin embargo, en realidad, hacer todo lo necesario para suprimir el virus tendría consecuencias nefastas para aquellos cuyos medios de vida dependen directa o indirectamente de nuestra industria turística, y para aquellos cuya salud mental y física se ve amenazada por dificultades económicas y confinamientos prolongados.

Muchas personas han sufrido muertes solitarias y dolorosas a manos de Covid-19. Deberíamos hacer todo lo que razonablemente podamos para evitar que esto vuelva a suceder. Pero también debemos actuar proporcionalmente, utilizando intervenciones específicas cuyos efectos no deseados no sean catastróficos para la salud y el bienestar humanos.

Desafortunadamente, no hay consenso científico sobre la verdadera letalidad de Covid-19. Las estimaciones de su tasa de mortalidad por infección (IFR) varían drásticamente, desde porcentajes tan bajos como 0.2% hasta tan altos como 1%. La evidencia clínica disponible sugiere, sin embargo, que el riesgo de sufrir una enfermedad grave a través de la infección por Covid-19 es muy bajo para aquellos menores de 65 años sin condiciones de salud subyacentes.

El riesgo para los niños es cercano a cero, mientras que el riesgo es significativamente mayor para los ancianos y aquellos que sufren de ciertas condiciones crónicas como diabetes, hipertensión e inmunodeficiencia.

Teniendo en cuenta esta distribución de riesgos, necesitamos ampliar la capacidad de nuestro sistema de salud y adaptar responsablemente nuestras leyes y costumbres para hacer frente a la situación lo mejor que podamos. Las medidas de distanciamiento social pueden ayudar a reducir la tasa de infección. Es especialmente importante que desarrollemos estrategias para proteger a las poblaciones de alto riesgo, como las personas de edad y especialmente las que están en casas de reposo.

Si queremos vivir vidas humanas libres y funcionales, también debemos aprender a vivir con cierto nivel de riesgo

Sin embargo, eliminar el riesgo de Covid requeriría algunas medidas extremadamente costosas, como confinamientos y cuarentenas turísticas económicamente devastadores. De hecho, los costos de reducir el riesgo de Covid-19 a cero podrían hacer que la cura sea peor que la enfermedad.

Por supuesto, debemos tomar medidas razonables para mitigar los riesgos que plantea este virus para la salud y el bienestar. Pero si queremos vivir vidas humanas libres y funcionales, también debemos aprender a vivir con cierto nivel de riesgo.

Hay una gama de cosas buenas que no podríamos disfrutar en ausencia de riesgo. Por ejemplo, nadie en su sano juicio sugeriría que deberíamos cerrar todas las fábricas de chocolate para combatir la diabetes y la obesidad; y habría tremendo alboroto si un gobierno intentara imponer toque de queda en toda la sociedad en tiempos de paz sólo porque hay muchos atracos que ocurren por la noche.

Es imperativo que encontremos formas de gestionar el riesgo de Covid que no sean excesivamente destructivas para nuestra economía y nuestro bienestar. Tenemos que equilibrar los bienes que compiten, dando la debida importancia tanto a los riesgos objetivos asociados con las infecciones por SARS-CoV-2, como a otros valores que vale la pena proteger, como las relaciones familiares estrechas, la salud psicológica, el desarrollo infantil, la educación y el desarrollo económico sostenible.

En la medida en que la imaginación pública está saturada con historias de Covid-19, ahora hay un peligro real de sobreestimar el riesgo de Covid-19 en la población general

Varios gobiernos subestimaron severamente el riesgo que Covid-19 representaba para las residencias de mayores, allanando trágicamente el camino para más de la mitad de todas las muertes de Covid-19.

Pero en la medida en que la imaginación pública está saturada con historias de Covid-19, ahora hay un peligro real de sobreestimar el riesgo de Covid-19 en la población general. Es muy parecido a lo que ocurre con la interminable cobertura mediática de los ataques terroristas que terminan dando la impresión de que hay un terrorista acechando en cada esquina.

El miedo es visceral cuando una enfermedad desconocida se propaga rápidamente y cobra muchas víctimas inesperadamente. Pero ese miedo puede llevarnos a actuar irracionalmente, situando una sola enfermedad infecciosa como el único mal relevante en la hora de formular políticas públicas justas y eficaces.

Un enfoque demasiado celoso para manejar el riesgo de Covid autorizaría a nuestro gobierno a imponer medidas draconianas como confinamientos y cuarentenas indiscriminadas de visitantes, cuyos efectos no deseados probablemente incluirían la parálisis de nuestra industria turística, la devastación de nuestra economía, y el retiro de fondos críticos de un servicio de salud ya disfuncional.

Nos guste o no, tendremos que aprender a convivir con algún riesgo de Covid-19 a medida que abramos gradualmente nuestra economía y reconstruyamos nuestras vidas. Cuanto antes lo aceptemos, más pronto estaremos en condiciones de desarrollar un plan realista, equilibrado y económicamente sostenible para hacer frente a futuras oleadas de este esquivo virus.

* Este artículo forma parte de ‘Pandemonium II: La cura’. David Thunder es filósofo político.

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