Llevamos más de un mes de un confinamiento cada vez más parecido a un arresto domiciliario provocado por la crisis sanitaria del COVID-19 sin que se atisbe en fechas próximas cuándo se va a acabar ni cómo.
El indecente número de muertos que nos sitúa en el primer lugar del mundo por millón de habitantes nos hace reflexionar y preguntarnos cómo ha sido posible llegar a esta situación.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPuede que al principio la situación pillara desprevenido a un Gobierno que no quería oír las recomendaciones de la sospechosa Organización Mundial de la Salud (OMS), aunque se ha ido demostrando que tenía conocimiento de lo que se podría avecinar.
En este caso la ideología, el sectarismo y la incompetencia de un Gobierno formado por personajes sin ninguna preparación nada más que panfletaria y demagógica, primaron sobre el sentido común y la responsabilidad y nos abocaron a la situación insostenible de fallecidos y contagiados que tenemos en la actualidad. Puede que en los primeros momentos no tuvieran una maldad retorcida que buscara causar el mayor daño posible a las personas y un daño futuro a la economía que nos llevará a una intervención por parte de las autoridades europeas el año próximo, pero ahora lo dudo.
Una vez pasados los primeros días de desconcierto, el Gobierno ha visto la posibilidad de sacar rendimiento a la situación para llevarnos al desastre. La maldad antes presunta se hace ahora evidente y el Gobierno ha tomado la deriva de causar el mayor daño posible sin importarle el número de fallecidos. Ya no hay incompetencia, ya no hay caos, ya no hay descoordinación entre administraciones periféricas, ahora hay negligencia culpable e intención inequívoca de destruir nuestra sociedad, no solo económicamente, sino en sus valores.
Hay un proyecto sistemático de causar un daño irreversible con el objeto de subvertir el orden legal y llevarnos de modo experimental y monitorizado a lo que sería una revolución
¿Cómo si no se entiende la continua negligencia en la adquisición de equipos de protección a empresas amigas sin ningún tipo de solvencia o habilitación empresarial como marca la Ley de Contratos del Sector Público? ¿Cómo se puede entender la anulación del portal de transparencia recogido en la ley correspondiente de Transparencia y Buen Gobierno?¿Cómo se puede entender la negativa a adquirir test a empresas españolas que hubiera permitido cubrir las necesidades de la población y tener un mapa actualizado de contagios?¿Cómo se puede entender la incautación sistemática e ilegal de máscaras, test y otros productos manteniéndolos en las aduanas sin salir cuando lo adquieren particulares? ¿Cómo se pueden entender las trabas a las empresas españolas para fabricar respiradores, test o mascarillas?
No tiene explicación, no vale apuntar que son incompetentes, hay un proyecto sistemático de causar un daño irreversible con el objeto de subvertir el orden legal y llevarnos de modo experimental y monitorizado a lo que sería una revolución, en palabras de Cristina Martín Jiménez, de “carácter nihilista donde no existan los valores religiosos (la supresión del culto católico en el confinamiento es un ejemplo), el pensamiento no valga nada y la moral no tenga sentido. Se quiere implantar un pragmatismo relativista donde el ser humano sea esclavo de lo que en cada momento convenga a un gobierno único dirigido por una élite”, no de los mejores, sino de los más ávidos de poder sin ningún tipo de escrúpulo ni moral.
España está siendo el laboratorio donde el globalismo está ensayando su proyecto futuro. De todos es sabido el sometimiento del presidente del Gobierno a las tesis de Soros, a sus insidias y manipulaciones, por lo que no sería de extrañar que haya visto la oportunidad en la pandemia y en sus consecuencias para imponernos una dictadura de corte esclavista, fomentando el terror entre la población para que asuma de forma dócil la eliminación paulatina y constante de sus derechos individuales y por ende, de su libertad.
Mientras el caos subsista en la gestión de la pandemia y los fallecidos sigan aumentando, el confinamiento se alargará en el tiempo, los derechos irán desapareciendo, la sociedad demandará aún más limitaciones y cuando nos queramos dar cuenta, no habrá remedio.
Si se hubiera gestionado adecuadamente la crisis como en otros países, el confinamiento tendría horizonte para su finalización y la vuelta a la normalidad sería factible a corto plazo, con lo que el estado de alarma-excepción vería su fin y el abuso de poder del Gobierno se mitigaría un tiempo, aunque no desaparecería por su propia inercia a la destrucción de la libertad dentro de un estado dirigido por un partido único, sin libertad de expresión, con los disidentes encarcelados, con la mentira como referencia y el resto en la miseria excepto la élite dirigente. Y posiblemente con la nación rota en mil pedazos como desea y financia el antes citado Soros.
Pero esto no es nuevo, si un estado promueve el miedo y las instituciones políticas se apoderan de las emociones de las personas, los efectos son brutales: dictaduras férreas, genocidios, estados policiales, etc. Hobbes ya decía que el miedo es «lo que mueve a los seres humanos a someterse a la autoridad de un estado”. Cuando éste no puede o no quiere cumplir con las funciones de las que mana su legitimidad, como la protección de los derechos fundamentales de sus ciudadanos, el recurso al miedo es la única salida que le queda para evitar un levantamiento popular y qué mejor que buscar un enemigo común, en este caso la «ultraderecha» que pretende alzarse con el poder a costa de los errores del Gobierno. ¿Les suena?
Demasiadas coincidencias y demasiada causalidad. Nos esperan tiempos difíciles si no despertamos
Se puede decir que el uso político del miedo para llevar a cabo medidas, que en condiciones normales serían rechazadas por la soberanía popular, está documentado en el libro La doctrina del shock de Naomi Klein. El argumento conductor pretende mostrar cómo el paulatino desmantelamiento del Estado de Bienestar, ha tendido a apoyarse en sucesos dramáticos y desastrosos para acometer reformas, que de no ser por el miedo y el desconcierto de la población, habrían encontrado una seria resistencia popular. (Lean Hobbes, Naomi Klein y el uso político del miedo de Jorge A. Castillo Alonso).
Las conductas y actitudes del Gobierno no parece que vayan encaminadas a acabar con la pandemia a corto plazo, sino dejarla a que el tiempo y alguna vacuna permitan acabar con ella y así alargar el estado de alarma-excepción hasta que puedan cumplir con su objetivo de desmantelar el orden existente e imponer su dictadura con el miedo y la miseria. Y mientras tanto se acrecienta ese miedo con nuevas declaraciones como las que es posible que el virus vuelva este otoño, que aun siendo verdad, están preparando a la población para que no se relaje y siga deseando más confinamiento, como revela una encuesta del diario El País sobre este tema.
Si el globalismo triunfa en España e Italia, los países más azotados por la pandemia, servirá de base para extenderse por otros países de Europa, que es el objetivo porque representa la civilización cristiana occidental en la que se fundamentan nuestros valores.
Uno de los objetivos del globalismo es disminuir la población mundial a base de fomentar el aborto indiscriminado y la eutanasia sobre una población envejecida. Qué curioso que la enfermedad provocada por el virus afecte de manera significativa a esta última y que se les haya desprotegido significativamente cuando no se les ha eliminado directamente sedándolos como en Cataluña.
Otro objetivo es la desaparición de las religiones actuales empezando por la católica y qué curioso es que se prohíba (de facto) el culto durante el confinamiento y se permita sin embargo a los musulmanes hacer el suyo, como en el caso de El Vendrell, también en Cataluña.
Otro objetivo es la desaparición de los Estados tal y como los conocemos en la actualidad. ¿Será el próximo paso la ruptura, aprovechando el caos, de nuestra Nación? Demasiadas coincidencias y demasiada causalidad. Nos esperan tiempos difíciles si no despertamos.
* Escrito por un especialista en seguridad que prefiere mantener el anonimato.