Claro que lo que tiene enfrente tampoco es que sea el club Demóstenes. Ni Carmen Calvo es Rosalía de Castro, ni Irene Montero le llega a la altura de los zapatos a Dolores Ibarruri (por citar a una tigresa de izquierdas, como Dios manda), ni Pedro Sánchez ganaría el concurso de declamación de 8º de EGB.
El líder de Vox propende a la hipérbole, cierto. Pero, consciente o inconscientemente, ese tono provocador tiene la virtud de poner a la izquierda frente a sus contradicciones, Al decir la izquierda nos referimos no solo a la bancada frente-populista sino al establishment todo (prensa-progre, mari-derechitos acomplejados, y tontos útiles en general). Todos ellos entran rápidamente al trapo de esas provocaciones voxistas, haciendo el ridículo de forma patética.
Un ejemplo es la boutade de Abascal al soltar en el Congreso que el megaestado federal que pretende Bruselas “se parece demasiado a la República Popular China, a la Unión Soviética e incluso a la Europa soñada por Hitler”.
Qué más querían oír los castos oídos del establishment y los bienpensantes que confunden a Joe Biden a Churchill y a Kamala Harris con Martin Luther King. El Frente Popular y los tertulianos a sueldo de las televisiones se rasgaron las vestiduras, como si ellos fueran los guardianes de las esencias democráticas.
Y sin embargo, ahí tenemos los hechos: el intento de la Comisión Europea de imponer los derechos reproductivos y la ideología de género a los países miembros, invadiendo su soberanía y saltándose a la torera los Tratados de Niza y Maastricht.
‘Derechos reproductivos’ es una reedición eufemística de prácticas propias de la Unión Soviética y la Alemania de Hitler
Derechos reproductivos es una reedición eufemística de prácticas propias de la Unión Soviética y la Alemania de Hitler. El país pionero en legalizar el aborto, por orden de Lenin, fue la recién nacida URSS en 1920. Se encargó de ello el Comisariado del Pueblo para la Salud y la Justicia (el crimen envuelto en el celofán de la retórica).
Más selectivo, Hitler prohibió el aborto para los de raza aria, pero lo impuso a razas inferiores, como judíos y eslavos. Y no dudó en esterilizar a cientos de miles de personas (discapacitados físicos o psíquicos) con la Ley para la Prevención de Descendencia con Enfermedades Genéticas. La eugenesia que se practica en el Occidente actual y se alienta desde Naciones Unidas o la Unión Europea, era moneda corriente en “aquella Europa soñada por Hitler” -por citar al hiperbólico Abascal-.
Lo cuenta textualmente el historiador judío Leon Poliakov en su libro Harvest of Hate: The Nazi Program for the Destruction of the Jews of Europe. Cito: [Decían los nazis] “Pueden [los eslavos, judíos y demás “razas inferiores” del Reich] usar anticonceptivos o practicar el aborto, cuanto más mejor. Viendo las familias numerosas que suele tener esa gente, sólo puede convenirnos que las chicas y las mujeres tengan allí [Polonia, Bohemia-Moravia y Rusia ocupadas] cuantos más abortos mejor”.
Resulta irónico que hasta en esa exportación del aborto a “países inferiores del Este” se parezca el chantaje al que la UE -y el secretario de Estado de Asuntos Europeos alemán, precisamente alemán– somete ahora a Polonia y Hungría para que acepten los “derechos reproductivos”.
El chantaje tiene no poco de gangsteril. Consiste en que esos países no recibirán los fondos económicos de reconstrucción, si no admiten en el paquete los derechos reproductivos, y también el adoctrinamiento LGTBI o la apertura de sus fronteras a los emigrantes musulmanes. En román paladín, si no hay aborto, ni ingenieria social para destruir a la familia, no hay dinero.
Los gobiernos polaco y húngaro se niegan a aceptar esa injerencia ideológica del euro-despotismo. No es la primera vez que Bruselas presiona, y que Budapest y Varsovia, que de botas totalitarias algo saben, dicen Niet. Hace unos años, en el llamado informe Sargentini, la UE conminaba a Budapest a dejar atrás “la definición de «familia» que aparece en la Constitución húngara como «matrimonio y relaciones entre progenitores e hijos» y alegaba que está desfasada y se basa en creencias conservadoras”.
Pero el chantaje actual es más sibilino. La UE presenta a Polonia y Hungría como los insolidarios que bloquean los fondos de reconstrucción de los Veintisiete, (750.000 millones de euros) condenando a todos ellos a la ruina económica, tras el tsunami de la pandemia. Vamos, que Orban y Dudja, los gobernantes húngaro y polaco respectivamente, son los malos de la película, los que por su egoísmo están perjudicando al resto de Europa, incluida España.
Habría que preguntarse quién defiende las raíces antropológicas y las de Europa y quién no. Quien defiende la soberanía nacional, la familia y la vida -sin la cual no hay futuro económico- y quien no. Y quien defiende la libertad frente al despotismo. Quien se parece más a los totalitarismos soviético y nazi, a esa Europa soñada por Hitler, y quien se rebela frente a ellos.
Los papeles del casting están cambiados y los Astérix del Este que se niegan a entrar por el aro, son anatema
Pero en el interesado relato que la actual Unión Europea y las elites globalistas han urdido, y que están propagando los medios de comunicación, los papeles del casting están cambiados y los Astérix del Este que se niegan a entrar por el aro, son anatema.
En tanto que la UE y sus cabezas rectoras, con Alemania en primer término, son los defensores de la democracia frente al peligro del nuevo Atila, Viktor Orban. Como ha dicho el mencionado secretario alemán de Asuntos Europeos: Hungría y Polonia deben aceptar el Estado de derecho y levantar el veto, porque “Europa es admirada en todo el mundo por la protección que ofrece a sus ciudadanos”.
¿Protección de sus ciudadanos? ¿Se refiere al exterminio de niños en el vientre materno, a las políticas anti-familia, a la llegada masiva de inmigrantes musulmanes organizada por las mafias? ¿Es esa la protección de los ciudadanos de la que presume?
Nada o muy poco tiene que ver la actual eurocosa -que hubiera dicho el maestro Umbral- con el proyecto auspiciado por Monnet, Schuman, De Gasperi o De Gaulle.
Pero algunos siguen confundiendo Europa con esa superestructura que invade la soberanía de los Estados y va destruyendo con el ácido corrosivo de la ingeniería social la identidad del Viejo Continente. Y cuando dos países se atreven a alzar la voz, aparece el inevitable George Soros con un artículo en el portal Project Syndicate criticando el veto, y demostrando quién es el que de verdad manda.
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