Cuando por motivos personales tuve que abandonar Madrid y mudarme a Alicante a los 18 años, al asentarme en mi nuevo hogar repleto de las cajas llenas de recuerdos pasados, me quedé contemplando el océano que se vislumbraba desde las ventanas de mi casa y empecé a llorar. Lágrimas cargadas de nostalgia, de un anhelo prematuro a no poder volver a pasear por las calles de la capital.
Siete años después de eso, Alicante es mi casa y Madrid es una tierra a la que le tengo aprecio y que contemplo de momento desde la distancia. En aquellos instantes de tristeza, todavía era víctima de la arrogancia capitalina provocada por la superioridad existencial del que reconoce el prepotente tópico de los madrileños acusando al resto de España de tener envidia por no vivir en Madrid.
Vivía como si fuera de la ciudad del oso y el madroño todo fuera un páramo infernal y anodino en donde la vitalidad no tenía sentido. Por eso lloraba, porque en mis adentros ostentaba la sensación de que había dado un paso para atrás. Era víctima del provincianismo propio de los que están deseando salir de sus inhóspitas tierras para buscarse la vida en el pequeño Madrid del poder. Planteamiento justificable en tiempos ancestrales como los retratados por Miguel Delibes en novelas como El Camino, pero absurdos en la realidad en la que casi cualquier capital de provincia posee las garantías que te puede dar la capital de España.
En las elecciones que hoy se celebran, la candidatura de Isabel Díaz Ayuso ha intentado aunar en ese pensamiento provinciano estimulado desde la gran urbe española. La candidata del PP, desde el planteamiento de los diferentes tipos de libertad coexistentes en Madrid como si en el resto de nuestro país habitasen en una dictadura. “Madrid es libre” ha repetido una y otra vez en los mítines. Paranoia hasta el punto de basar la campaña entera de Ayuso decorando al panfleto electoral con una sola palabra ‘Libertad’. Nunca un término había estado tan denostado como ahora. El alarde madrileño ha degenerado tanto que se presume de que las cervezas a la madrileña saben mejor o de que la vida a la madrileña merece más la pena que en el resto de España.
Más ensoñación para los ingenuos que desde sus trincheras infinitas custodiadas en lugares perdidos ven Madrid como la solución a sus problemas. Del sueño americano procede el sueño madrileño. Si no ligas en tu ciudad, en Madrid vas a ser un sex-symbol por el que las mujeres se van a pelear; si eres un Jonathan con título universitario en tu pueblo, en Madrid vas a convertirte en un exitoso profesional. Y así con todo. Nos han vendido tanto la propaganda capitalina que en ocasiones paseamos por nuestras ciudades como si todas tuvieran que ser fagocitadas por Madrid.
Están los de países catalanes y los de países madrileños. Es surrealista que ahora en la capital exista cierto regionalismo cuando son el resto de las autonomías las que ven con recelo cómo sus habitantes emigran a cobijarse debajo del madroño mientras sus ciudadanos y pueblos envejecen desolando las calles y plazas.
Quizá tenga que ver con que desde Cataluña con una ERC a la cabeza proponiendo una armonización fiscal en toda España y con el Gobierno de Sánchez de cooperador necesario cuando castigó a Ayuso con la extensión del confinamiento en su región.
A la par que la Comunidad de Madrid incrementa su efecto llamada, el talento del resto de las Comunidades Autónomas emigra a Madrid provocando una consecuencia equiparable a la que sucede en África con Occidente. Los africanos con medios económicos son engañados por las mafias para llegar a Europa ocasionando el estancamiento económico del continente, cronificando la pobreza. Sólo si el talento arraiga en las regiones conseguiremos reducir las diferencias notables entre la gran ciudad y las demás.
No podemos confundir perspectivas, si las elecciones de Madrid son importantes, y son vistas como unas generales por la mayoría de los entendidos, no es porque se celebren en la capital, sino porque la derrota de Ayuso supondría el derrumbamiento del único dique de contención contra el sanchismo y precipitaría la caída en desgracia de Pablo Casado.
Que no te engañen, no sólo de Madrid se va al cielo.
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