Aún no le hemos encontrado una buena traducción al español (¿despierto? ¿esclarecido?), pero lo woke ya es el aire que respiramos. Resulta casi imposible no tropezarse, en el lenguaje actual, con airadas denuncias contra el heteropatriarcado, el privilegio blanco, la transfobia, el especismo, el negacionismo climático… Son consignas que flotan en el ambiente y a las que debemos plegarnos si no queremos meternos en un grave problema, un magma de afirmaciones sorprendentes que en Estados Unidos han bautizado como ideología woke.

Algunos han intentado traducir el término por el muy nuestro de «progre», pero lo woke es más amplio y creativo, siempre a la búsqueda incesante del nuevo límite a superar. El woke sería el hijo hiperactivo y adicto a los alucinógenos del viejo progre. La palabra inglesa hace referencia al despertar: quien abraza la ideología woke ha despertado de un milenario letargo y ha tomado conciencia de la verdadera naturaleza de las opresiones que azotan nuestra sociedad, es ya alguien esclarecido que desprecia a quien todavía duerme con una actitud que oscila entre el paternalismo benevolente y la indignación airada.

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Todos los asuntos de la agenda woke están interconectados y forman parte de un gran monstruo, responsable de todas las opresiones que en el mundo han sido y al que debemos combatir

El politólogo Stefano Abbate, escribiendo en la Revista de Estudios Políticos, llamaba la atención sobre la aparición de un tipo de persona, los viri spiritualis, de los que Joaquín de Fiore profetizaba su irrupción ya en el siglo XII. Serían “miembros de la orden que aparecerá en la última etapa de la historia y que combatirán contra la maldad del mundo”. Esta categoría de hombres, típica de los movimientos milenaristas y mesiánicos, conserva todavía rasgos religiosos en Fiore.

Al secularizarse en la etapa moderna “se han convertido en profetas laicos de la próxima esperanza de redención… Su fuerza reside en su distancia con la realidad a causa de la auto-conciencia que han alcanzado de ser portadores vivos de una etapa futura todavía no plasmada en la realidad, pero ya presente en ellos”. Son los esclarecidos woke, portadores y profetas del futuro milenio que casi podemos tocar.

La ideología woke cubre, lo veíamos antes, numerosos campos y no cesa de expandirse. Alimentada por el resentimiento, propugna una política de identidades que resucita el trato diferencial según la raza (y cuidado, negar ser racista es en realidad racismo encubierto). Y al mismo tiempo abraza la deconstrucción del matrimonio y la familia natural para enarbolar las pretensiones del feminismo de cuarta ola, las teorías queer y el transexualismo. Podríamos seguir con otros frentes, pero la pregunta es obvia: ¿qué tiene que ver el problema racial con los transexuales?

Quien no abraza lo woke se pone del lado del “discurso de odio” y no hay que tener miramientos con él: aparece así la cultura de la cancelación

Todo, nos explican los esclarecidos woke enternecidos por nuestra ignorancia. Por arte de la famosa interseccionalidad, todos los asuntos de la agenda woke están interconectados y forman parte de un gran monstruo, responsable de todas las opresiones que en el mundo han sido y al que debemos combatir. Poco importa que, por ejemplo, feminismo y transexualismo choquen de manera cada vez más evidente. La realidad afecta poco al fundamento de la ideología woke, la Teoría Crítica de la Justicia Social (en mayúsculas, pues no guarda relación alguna con lo que se solía entender como «justicia social»), con su lenguaje hermético, para iniciados, que hace realidad aquello que vio y expuso George Orwell: el lenguaje es una poderosa herramienta para cambiar la sociedad. Lo que en Orwell era una advertencia, los ideólogos woke lo han interpretado como una invitación.

Se entiende así la impermeabilidad de la ideología woke a los argumentos racionales. El woke ha abierto los ojos y ha comprendido. Las críticas son, por definición, apología de la opresión. La misma razón no es más que un instrumento de dominación, expresión del supremacismo blanco, heteropatriarcal y eurocéntrico (aquellos viejos hombres blancos que hay que expulsar de las universidades, empezando por Platón y Aristóteles). Quien no abraza lo woke se pone del lado del “discurso de odio” y no hay que tener miramientos con él: aparece así la cultura de la cancelación y la fiebre iconoclasta de quienes están en el lado correcto de la historia.

Se configura de este modo una especie de culto, basado en una serie de afirmaciones dogmáticas (su pretendido carácter científico no resiste el más mínimo análisis) que no se pueden cuestionar, donde el hecho de haber nacido blanco y/o varón constituye el pecado original y que cuenta con rituales públicos como los desplegados por Black Lives Matter, herejes como la escritora J.K. Rowling y profetas que, desde sus bien remunerados puestos en departamentos de inclusividad o burocracias estatales o transnacionales nos aleccionan sobre cómo debemos actuar para estar a la altura de esta nueva y esclarecida cosmovisión.

Hemos señalado que la woke es una ideología multiforme, impermeable a la crítica racional, que promueve una esotérica neolengua, presenta rasgos sectarios y condena a la muerte civil a quien no la abraza. Además, desconoce el perdón: aquella falta cometida hace décadas y que ahora sale a la luz pública te condena para siempre. Ya lo ven, prometen la utopía y, como de costumbre, nos llevan a un infierno en el que solo la élite woke, aquellos viri spiritualis, tiene su vida solucionada, mientras el resto nos conformamos con que su rayo destructor no caiga sobre nosotros y nuestras conciencias aún no suficientemente esclarecidas.

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