El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión en el Senado. / EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión en el Senado. / EFE

En una ocasión preguntaron a Elizabeth Taylor que cómo era posible que se hubiera casado ocho veces. Ella, con soltura, contestó que lo hacía porque era una gran partidaria del matrimonio.

De manera similar, los españoles somos fervientes constitucionalistas. Seguramente por ello hemos confiado hasta en siete ocasiones en encontrar un texto constitucional con el que organizar de forma civilizada nuestra convivencia. Parece que, al igual que la protagonista de La gata sobre el tejado de zinc, tendremos que ir a por la octava.

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Y es que lo nuestro parece una maldición. Ahí están los norteamericanos con una constitución que pasa ya de los 200 años, que han sido capaces de enmendar en veintisiete ocasiones, y los españoles no somos capaces de encontrar un texto constitucional que resista el paso de los años. 

Sin lugar a dudas, el fracaso de nuestras seis constituciones anteriores se debió a que no fueron constituciones de todos los españoles

No nos sirvió la Constitución liberal de 1812, que apenas estuvo en vigor tres años. Ni la progresista de 1937 que fue derogada solo ocho años más tarde por la Constitución conservadora de Narváez. Después, tras hacer que Isabel II cogiese las maletas, implantamos una monarquía constitucional en 1869 y nos trajimos al pobre Amadeo de Saboya que acabó volviéndose a su Turín natal, muy arrepentido de haber aceptado reinar en una nación tan ingrata como la nuestra. Tras la locura del sexenio revolucionario, periodo sorprendentemente parecido a la época que nos ha tocado vivir, Martínez Campos nos devolvió la monarquía y Cánovas nos regaló una Constitución, la de 1876, que hasta ahora ha sido la más longeva de nuestra historia. Pero el régimen de la Restauración acabó entrando en una terrible depresión colectiva que nos llevó a la dictadura de Primo de Rivera, desembocando en una Constitución republicana, la de 1931, que estuvo vigente cinco años repletos de inestabilidad política, que terminaron con un alzamiento militar y un régimen autoritario que duró casi cuarenta años.

Sin lugar a dudas, el fracaso de nuestras seis constituciones anteriores se debió a que no fueron constituciones de todos los españoles. Todas ellas tenían un marcado carácter partidista y tenían el grave defecto de dejar a media España fuera del acuerdo constitucional.

Por eso en 1978, por primera vez en nuestra Historia, los españoles alcanzamos un acuerdo constitucional en el que estábamos todos. Seguramente la Constitución de 1978 no es perfecta y contiene graves errores causantes de nuestra actual inestabilidad, pero fue la primera votada en referéndum por el pueblo español, y alcanzó una aprobación del 87,78% de los votantes que representaba un 58,97% del censo electoral.

Desgraciadamente, la capacidad de llegar a acuerdos que demostraron nuestros padres y abuelos ha desaparecido en nuestra generación. Aunque parezca increíble, se habla con más emocionalidad de Franco y de la Guerra Civil en nuestros días que en los años ochenta. Y las reivindicaciones nacionalistas, que parecían haber quedado satisfechas con el reconocimiento del concepto de nacionalidad y la consecución de una amplia autonomía, son ahora mayores que nunca.

Y es una pena. Porque, tarde o temprano, tendremos que llegar a un gran acuerdo nacional. La realidad es que la Constitución Española de 1978 ha colapsado. Se nos ha hecho la vista a todo y ya todo nos parece normal. Pero lo que llevamos visto en estos últimos cinco años no es normal.

No es normal que en cuatro años hayamos tenido cuatro elecciones generales y varios intentos fallidos de formar gobierno

No es normal que una comunidad autónoma celebre un referéndum de secesión y declare la independencia y que el gobierno sea incapaz de remover a los golpistas del poder ni aún después de haber aplicado el temido artículo 155.

No es normal que los partidos que declararon la independencia continúen gobernando en Cataluña y que algunos de ellos formen parte de la mayoría parlamentaria que mantiene al actual gobierno.

No es normal que en cuatro años hayamos tenido cuatro elecciones generales y varios intentos fallidos de formar gobierno. Tampoco es normal que llevemos más de dos años sin que un gobierno sea capaz de sacar adelante unos presupuestos. Ni que los políticos de los grandes partidos sean incapaces de cumplir las tramposas normas que ellos mismos se dieron para renovar los órganos constitucionales.   

Cuando las cosas iban bien, o sin ir bien, al menos no teníamos el coronavirus encima, quizá nos pudiéramos permitir estas anormalidades. Pero la crisis del coronavirus nos está haciendo ver el impacto que todo este desbarajuste tiene sobre la salud y la prosperidad de los españoles. No es una casualidad que sean Bélgica y España, los dos estados con más problemas de cohesión institucional de Europa, los que están sufriendo con mayor severidad el impacto de la pandemia.

Nuestros padres y abuelos fueron capaces de alcanzar un gran acuerdo nacional. Seguramente porque vivieron la guerra civil y la postguerra y valoraban la paz y prosperidad que los españoles habíamos alcanzado. Espero que nuestra generación sea capaz de recuperar la capacidad de llegar a acuerdos sin que antes hayamos tenido que vivir acontecimientos tan desgraciados como los que vivieron ellos.  

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