Nadie duda de que Occidente está en crisis tal y como lo conocemos. Nuestras sociedades se encuentran en decadencia y tan solo los ilusos o los aislacionistas existenciales ignoran esta realidad. Sea uno progresista o conservador, no hay nadie que no se eche las manos a la cabeza al ver el mundo que nos rodea, ya sea en sus vertientes exteriores o en sus profundas moralidades.

Mientras algunos como Bill Gates a través de su espíritu filantrópico impulsan iniciativas medioambientales o divulgan medidas para solventar el cambio climático mediante ensayos, otros, prefieren ir más allá centrándose en los anales espirituales occidentales achacando dicha disyuntiva al olvido de los principios ancestrales fundamentados en la religiosidad. De todas estas tesis, creo que la más atinada es la segunda de ellas, aquella que se centra en la vertiente existencial del ser humano y en la renuncia a los valores tradicionales.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

Suscríbete ahora

Sin embargo, en cuanto a esta crisis, considero que se dan varias formas de abordarlas. En primer lugar, tenemos a aquellas almas piadosas convencidas de que la única solución pasa por imponer el catolicismo a todo ser viviente. Una cristianización de Occidente cargada de liturgia clerical y religiosa alejada de la realidad.

Iniciativa equivocada hasta tal punto que como refleja Julián Marías en su obra España inteligible, constituye uno de los grandes errores históricos que propiciaron el paso a la irrelevancia del Imperio español. El filósofo, soslaya en las páginas de su libro cómo la prohibición de estudiar en Universidades extranjeras por parte de Felipe II, además de instaurar un primer índice de libros prohibidos ante el temor del monarca, provocó que muchos compatriotas se convirtieran al luteranismo.

En una facción mucho más moderada y pluralista se encuentran aquellos de tendencia liberal que pretenden dar la batalla cultural a través de la permanencia de la cultura cristiana como referencia, pero sin imponer unas creencias al resto de la sociedad. Esta, en mi opinión, es la más acertada. Al fin de cuentas, como dice el mismo Julián Marías en algunas de sus obras, culminando esta tesis en su ensayo Perspectiva cristiana, «España es un país cristiano”.

Tendencia que no debe tomarse al pie de la letra y por ende no es conveniente impulsar la primera visión, pero, sin embargo, no debemos olvidar de dónde venimos, los orígenes de España y Europa, unos territorios bañados de un profundo catolicismo materializado en las catedrales e iglesias que ocupan nuestras urbes. Patrimonio cultural que no debe de ser ignorado por los defensores de la tercera postura, la de estos que pretenden arrancar de raíz todo rastro de un tiempo pasado que, para algunos, como dice aquel tópico latino, fue mejor.

No me cabe la menor duda, de que teniendo en consideración las esencias promulgadas por la cultura tradicional emanada de ciertas creencias, el mundo sería un lugar mejor, más respetuoso los unos con los otros.

Es ahí donde reside, en mi opinión, el problema de hoy en día, que en esta sociedad capitalizada por el materialismo las personas han dejado de ser un fin transformándose en un medio con el que satisfacer nuestras apetencias primarias. En nuestras raíces, como describe Elías Cohen en su artículo Occidente sólo colapsará si nosotros lo queremos publicado en El Español, se encuentra el pilar fundamental de las tradiciones judeocristianas. Unas costumbres plasmadas en un humanismo cristiano y judío que es más necesario que nunca en estos tiempos que corren.

Debemos luchar por una sociedad, no feminista, si no humanista. Por un mundo en el que se defienda la integridad y los derechos de las personas por el mero hecho de serlo sin distinción de género, raza, o creencia. Este prisma es más necesario que nunca en una realidad en la que preferimos focalizar nuestras fuerzas en lo que nos separa en vez de hacerlo en lo que nos une.

Es lo que tiene cohabitar en un panorama ideologizado en el que los adversarios son enemigos con los que no cabe ni un ápice de reconciliación o en el que las mujeres son puras vaginas con patas, diseñadas para servir a los impulsos de los otros. Así nos va, en la era en la que el capitalismo ha pasado de ser un medio para generar riqueza y erradicar la pobreza a convertirse en un fin en sí mismo.

Un objetivo, que paradójicamente, ha estimulado la precariedad cosificando al ser humano sexualizándolo y restituyendo la ya abolida esclavitud. Y si no que se lo digan a los trabajadores de Glovo o a todas las mujeres que tienen que aguantar comentarios tan deplorables como el filtrado durante la gala de los Goya.  

Comentarios

Comentarios