“Se acabó, lo dejo, abandono la batalla cultural”, expresa el youtuber Joan Planas en uno de sus últimos vídeos. Se retira de la lucha contra la verdad por su agotamiento y desesperanza al contemplar como los que en teoría deberían alzar la voz contra la injusticia permanecen sumisos en silencio a todas las derivas inmorales e insensatas.

No es el único que se da por vencido o que manifiesta su recelo a la hora de seguir dando el combate a todos los que están obviando la virtud relativizando la maldad de los hombres cayendo en una subjetividad que nubla el criterio de distinguir lo que está bien de lo que está mal.

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Arturo Pérez Reverte, -el cual afortunadamente parece haber vuelto a las andadas-, fue el primero en bajarse del barco a principios de este rocambolesco 2020 cuando, a través de un tweet, adelantaba su intención de dejar de pronunciarse sobre asuntos políticos como consecuencia del acoso de sus detractores. Críticos que están consiguiendo silenciar a los valientes con agallas para plantarles cara.

En cuanto un individuo saca la cabeza para reprochar duramente ciertos comportamientos de la presunta progresía más sectaria corre el riesgo de perder la testa a causa no de la locura sino de una guillotina mediática dominante. Estructuras de pecado que han liquidado a políticos, -y licuado partidos como a un PP acomplejado que cesa a Cayetana Álvarez de Toledo como Portavoz por la fobia que le producen las calificaciones falsas de sus detractores-, mediante el hastío de creer en la perdida de la sociedad ante actitudes poco razonables fuera de toda lógica.

Del mismo modo que piensa Joan Planas, el que señala a la ausencia de soluciones para la sociedad española como una de las razones de su abandono, Albert Rivera se hizo el harakiri político al ver el panorama de unos ciudadanos que preferían a unos gobernantes vandálicos coaccionados por los filo-etarras de Bildu o los macarras de Podemos antes que a dirigentes virtuosos.

Aunque uno discrepe ideológicamente del carácter libertario del exlíder de Ciudadanos no hay que olvidar su papel en el reconocimiento profético de los que ahora nos desgobiernan cuando en su última intervención en el Congreso de los Diputados describió anatómicamente a la banda de Sánchez y sus intenciones persecutorias hacia todo aquel que osara discrepar de sus tesis. Nadie le creyó, -incluso un servidor le tachó de radical cuando se subió a la tribuna tildando de banda a los socios del presidente-, y ahora tenemos lo que nos merecemos. Merito fruto de una sociedad perdida y sin brújula.

Ya dijo Dostoyevski que si Dios no existe todo está permitido… Inexistencia no solo de un ser superior, sino de un norte que ejerza de pegamento social propiciando el conocimiento de las virtudes y el odio hacia los instintos oscuros del hombre. 

Me niego a huir de esta sociedad, esta sociedad que, aunque la culpemos de todos los males nosotros formamos parte de ella

Del mismo modo que le dije a unos allegados al hablar sobre la huida hacia la comodidad de los valientes, pienso seguir contratacando a la mentira intentando no separarme de la verdad, porque como ya he deslizado en más de una ocasión, el silencio de los buenos es la victoria de los malos. Malhechores banalizados debido a la perdida de la orientación de discernir entre lo correcto y lo equivocado.

Se homenajea a etarras a modo de héroes barnizándolo con aires democráticos, se comulga sin rechistar con déspotas desilustrados representantes de las cloacas más oscuras o se aplauden discriminaciones políticas como las ejercidas por Jorge Javier Vázquez hacia sus colaboradores.

“No debe olvidarse que la levadura teológica de las escuelas socialistas es el resentimiento, encumbrado -como advirtiese Unamuno-a la categoría de virtud cívica”, escribe Juan Manuel de Prada en su artículo Corruptelas podemitas en su columna de ABC.

Las escuelas socialistas, expertas en el poder de la comunicación persuasiva, tienen el don de maquillar las conductas reprobables transformándolas en iniciativas heroicas. Al igual que muchos dirigentes o miembros de Podemos aseguran sentirse orgullosos de formar parte de esa camarilla mafiosa pese a haber indicios claros sobre la existencia de una Caja B, – rebautizada como S de solidaridad-, no me cabe la menor duda de que si en algún instante surrealista y estrambótico a Pablo Iglesias le diera el venazo de agredir a un diputado en el Congreso sus correligionarios hallarían la forma de manipular la realidad desdibujando ese hecho sancionable en una proeza.

No hay que irse muy lejos en la hemeroteca cuando Pedro Sánchez mintió a todos los españoles en un debate de televisión sacándose de la manga un documento falsificado para atacar a Vox y aun así los españoles le votaron en masa para recordar el arte del engaño al que nos tienen sometidos. El demonio es el padre de la mentira, y el mal engañosamente es más atractivo que nunca.

Definimos como artistas a personajes inocuos y gamberros en el mal sentido de la palabra como Valtonyc, magistrados llamados a amparar la justicia persiguen al exabogado de Podemos avivando su investigación por el Colegio de Abogados o mitificamos a exjueces resentidos reconvertidos en letrados mamporreros defensores de la peor calaña representada por dictadores, narcotraficantes y otros especímenes. 

Al igual que la mentira por muchas veces que se repita no se convierte en verdad, el mal por mucha insistencia que exista en sacar sus ocultos jugos de bondad objetivamente lo feo solo puede ser bello en una sociedad viciada. Trastorno que todavía tengo esperanzas en derrotar porque mientras hay lucha hay esperanza, y porque si te conviertes en algo más que solo un hombre, si te dedicas a un ideal y si no pueden detenerte, entonces te conviertes en algo totalmente diferente, una leyenda. Como dice un gran amigo, los proyectos se desvanecen cuando los idealistas los abandonan. Me niego a huir de esta sociedad, esta sociedad que, aunque la culpemos de todos los males nosotros formamos parte de ella. 

A las armas, y ¡Viva la libertad!, una que solo conquistaremos con la verdad.  

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