La derecha es la única capaz de aplaudir a los patriotas del “bando” contrario. Pone tronos a los conversos y olvida sus felonías, trampas y bajezas con una centelleante rapidez.
Además de perdonar, es dada a vitorear, loar, laurear, linsonjear, sublimar, entronizar, envanecer y enaltecer a los traidores que rectifican. Es capaz de construir estatuas de marfil y palacios de cristal para el villano que decide cambiarse a héroe.
Una prueba de ello es que Ana Oramas y Revilla no solamente han sido perdonados por ser más proclives a pactar con el PSOE en sus respectivos feudos caciquiles, sino que están siendo catapultados, en un abrir y cerrar de ojos, a la categoría de los patriotas más rojigualdos de los días de Reyes. En un avemaría y santiamén, pasan de Herodes a Baltasar.
Otro ejemplo fidedigno de esta tangible realidad es la capacidad de la derecha para beatificar a Felipe González, Joaquín Leguina y Alfonso Guerra después de todo el mal y la ruina que han sembrado.
Sólo la derecha es capaz de simpatizar con sus adversarios políticos, por una razón diametralmente sencilla: porque no odia a sus “enemigos”.
Mientras la derecha está deseando convencer a algún rojillo para que se envuelva en la Bandera de España, el rojeras está centrado en berrear, ultrajar y criminalizar a su interlocutor “conservador”.
La derecha anhela convencer, mientras la izquierda ansía demoler. Por eso, la primera argumenta y la segunda grita.
Mientras la derecha tiende al compadreo y a la camaradería, la izquierda sueña con la guillotina.
Por todo esto, los progres deberían mejorar tanto su sentido del humor, como su sentido de estado. ¿Acaso no les gusta tanto sentir? Pues, que se apliquen su propio cuento.
La izquierda debería recuperar la buena educación, si es que algún día la tuvo.
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