
Entró un hombre en la librería en la que estaba recreándome, contemplando las últimas novedades literarias, saludó con un “hola” barnizado de acento británico y le preguntó con exquisita educación a la librera si tenía un ensayo dedicado a una película -en ese momento no pude evitar acordarme de mi amigo Iñako Rozas, claro-. Cuando la mujer no lo encontró en su inventario le consoló alegando que existía la posibilidad de solicitar un envío desde Reino Unido. Aquel anciano agradeció el trato dándole las gracias por “una atención tan amable”, pidió un teléfono de contacto, se despidió cortésmente, y se marchó. La librera, su compañero y yo nos miramos mientras despertábamos de esa pequeña representación de la galantería. Llevábamos tiempo sin ver a alguien con esos buenos modales ya extintos.
Ante la muerte de la Reina Isabel II los medios de comunicación españoles preguntaron a los británicos con alcachofa en mano su opinión sobre la monarquía. Con una unanimidad apabullante deseaban suerte a Carlos III de Inglaterra en esta nueva etapa, defendían la institución monárquica y deslizaban frases como “todos los ciudadanos nos debemos al nuevo Rey”. Se me puso la piel de gallina. Entre los pelos como escarpias sentía una envidia sana llamada admiración al comprobar lo diferentes que son los británicos a nosotros. Se sienten orgullosos de su historia, de sus instituciones, respetan lo establecido. Mantienen la esencia. Los escoceses llevan falda en las bodas y los abogados y jueces peluca blanca en las audiencias.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo se queden con los que se pegan el fiestón en nuestras costas hasta las trancas de garrafón, drogas y rock and roll. Eso representa la porción residual de esos pelados sin cuartos que encuentran en nuestro país el veraneo baratero y asequible. A los jóvenes impúberes adolescentes e inmaduros que toman el balconing como estilo de vida. Simplemente basta con observar las calles londinenses y las expresiones de sus vecinos para ver que tenemos mucho que aprender.
Me duele lo que voy a decir, sería injusto si no lo dijera, además considero que lo más antipatriótico sería conformarse con lo que tenemos sin hacer autocrítica, pero España es un país de catetos, quizá por eso tenemos a esos iletrados en el poder. La degradación moral y cultural de nuestra nación se palpa en sus gentes en toda su expresión. Nuestros ambientes, nuestras calles, y nuestras series de televisión, reflejan la España cañí que somos. Mientras en Londres tienen a James Bond, en Madrid tenemos a Torrente. Uno representa la elegancia personificada en sus andares, vestir y acciones; el otro refleja lo peor de la sociedad: putero, borracho, pajero, pervertido, obsceno. Los españoles pasábamos las noches viendo casposos en La Qué Se Avecina y los británicos elegancia en Downton Abbey. Nos gusta lo cutre, lo viejuno, lo estereotipado, lo básico.
La Commonwealth rinde respeto a la Corona británica salvo recónditas repúblicas bananeras. Las antiguas colonias latinoamericanas del Reino de España empezando por México y pasando por Colombia ultrajan a Felipe VI y a nuestro país idealizándolo como un país esclavista, racista y exterminador. Reino Unido continúa manteniendo su influencia en sus antiguas colonias mientras las potencias sudamericanas desagradecen la evolución de sus países gracias a España. ¿Qué hacemos ante eso? Nada. Boicoteamos nuestros propios intereses reflejando vulnerabilidad y arrodillándonos ante las mentiras de la leyenda negra o promulgando una III República que es un sueño húmedo de acomplejados. Hemos perdido toda templanza, elegancia, esa que hacia que nos tuviesen respeto, la que hizo que Juan Sebastián Elcano diera la vuelta al mundo o conquistásemos medio mundo. De la misma forma que el Imperio Romano cayó en decadencia por la crisis moral de su sociedad y las orgias continúas en las termas de sus dirigentes, España dejó de ser tomada enserio cuando se nos empezó a conocer en el mundo por ser unos gritones, garrulos y paletos.
Tenemos cierta envidia a los británicos porque ellos mantienen todo lo que nosotros hemos perdido. Esa tradición abandonada a merced de un desclase histórico que reniega de lo grande que fue España y los españoles. Ya le gustaría a Pablo Iglesias tener la mitad de porte, elegancia e inteligencia que tiene Boris Johnson. Que sí, que era un payaso, pero era un payaso con clase, aquí tenemos a Gabriel Rufián. Entienden lo que digo…