Desde que hizo fortuna la máxima “las elecciones se ganan desde el centro”, el centrismo y el moderantismo están sobrevalorados; y todos se afanan por exhibir la etiqueta de “moderados” y endosar a los rivales la de “ultras”. Pero este no es más que un debate nominalista. Nada que ver con la realidad. Ninguno de los que presumen de moderados pasarían la prueba del algodón. Síganme.
¿Qué entiendo por moderación el PSOE de Pedro Sánchez?
¿Ir de la mano de separatistas y pro-terroristas que no son Lord Byron precisamente, y ceder permanentemente a sus chantajes para destruir la unidad de España y envenenar la convivencia?… ¿eso?
¿O exterminar a bebés en el seno materno, a razón de 100.000 abortos anuales? ¿Dónde está la moderación? ¿Quiénes son los ultras; quiénes, los xenófobos –casi el 40% de las que abortan son extranjeras, 15% de los cuales proceden de América Latina-? ¿Quiénes son los que fomentan el odio…?¿hay mayor materialización del odio al diferente, que cepillarse por dilatación o aspiración a seres indefensos?
¿Es moderación eliminar al que sufre (anciano, enfermo terminal), en lugar de eliminar el sufrimiento (mediante los cuidados paliativos)
¿Es moderación la castración de menores sin permiso paterno para cambiarse de sexo, como pretende la ley Trans?
¿O eliminar al que sufre (anciano, enfermo terminal), en lugar de eliminar el sufrimiento (mediante los cuidados paliativos)? ¿No es la ley de eutanasia una solución simplista, y bastante expeditiva, a un problema complejo? ¿es moderación poner al médico ante la tesitura de prostituirse o de ver su nombre en una lista negra, a fin de quitarse de encima a ancianos y enfermos terminales?
Con todo esto bastaría para espetarle a los socialistas y sus socios de extrema izquierda aquello de “dime de qué presumes y…”
Pero no pasa una semana en la que no nos den motivo para recordarlo.
Esta última por ejemplo. ¿Es moderación que un ministro de Interior incurra en prevaricación al destituir ilegalmente al coronel Pérez de los Cobos ¡por cumplir con su deber! Este se negó a revelar a la directora general de la Guardia Civil datos sobre la investigación judicial por la manifestación del 8-M. Una sentencia de la Audiencia Nacional pone a Grande Marlaska en su sitio, al alegar que el cese era ilegal, ya que Pérez de los Cobos estaba bajo la exigencia judicial de confidencialidad. Y ¿qué hace el ministro? ¿Dimite, como haría un centrista, un moderado, alguien que tuviera un mínimo de respeto por la reglas del juego democrático?
¿Es moderación que un comunista que llegó al poder predicando la lucha contra la casta, se convierta él mismo en casta y multiplique su riqueza patrimonial por seis, mientras la gestión de su Gobierno condena al paro a casi 6 millones de españoles?
¿Es moderación, en fin, que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, nos dé lecciones de ética con frases para la historia como ésta: “Comunismo es la democracia y la igualdad”?
Por el contrario, todos tienen alergia a ser ultra. Claro que también en este caso la etiqueta va por un lado y la realidad por otro.
¿Qué entendemos por ultra?
¿Es ultra temer pedir se devuelva a su país de origen a los inmigrantes ilegales o a los legales que hayan cometido delitos?
En ningún sitio dice Vox que quiera echar a los inmigrantes, como propala Iglesias tildándole de xenófobo. Lo que Vox dice es que se afrontará la inmigración atendiendo a las necesidades de la economía española y “a la capacidad de integración del inmigrante”. Si este se integra, bienvenido sea; si no, puerta. Así los hacen países como Dinamarca y Australia, y a nadie se le ocurre decir que son ultras.
Y lo que también dice es que combatirá contra las mafias de la inmigración ilegal y a quienes colaboren con ellas.
¿Es ultra pedir que el Gobierno solucione de una vez el grave problema de los menas (menores extranjeros no acompañados), deportándolos a sus países? Un germen de delincuencia, un quebradero de cabeza, que cuesta 4.700 euros al mes.
¿Es ultra querer defenderse de los okupas? Y luchar contra esa amenaza, tipificando la ocupación de viviendas como delito contra la propiedad privada, y emprendiendo las reformas legislativas necesarias para que los okupas sean expulsados en cuestión de horas.
¿Es ultra cerrar mezquitas fundamentalistas y expulsar a los imanes que propaguen el integrismo, el menosprecio a la mujer, o la yihad? Porque si eso es ultra, es ultra Suiza que acaba de prohibir por referéndum el velo integral de las musulmanas. Suiza, ya saben ese aburrido país que, frente a la Italia de los Borgia, en quinientos años no ha producido otra cosa que el reloj de cuco.
¿Es ultra introducir un poco de racionalidad en el caos de las cuentas públicas, poniendo coto al despilfarro de los cargos, carguitos y carguetes, en un país con casi seis millones de parados? ¿Es ultra reducir el gasto público, eliminar organismos duplicados, o acabar con las estructuras paralelas al Estado, como televisiones autonómicas, defensores del pueblo, o consejos consultivos?
¿Es ultra clamar contra esa forma de robo que es la presión fiscal, que ya ha asfixiado a más de 180.000 empresas?, ¿contra la maldición bíblica que supone pasarse 177 días al año pagando impuestos?; esto es casi siete meses anuales de nuestra vida, dedicados a pagar el coste del IRPF, IVA, cotizaciones sociales o el impacto de otras cargas como el IBI o Patrimonio.
¿Es ultra el cheque escolar, que implica dejar en manos de los padres la iniciativa para elegir la educación de sus hijos, empezando por la elección del colegio? ¿O el PIN parental para que los padres puedan autorizar -o no- a sus hijos para cualquier actividad con contenidos de valores éticos, sociales, cívicos morales o sexuales?
¿Es ultra pedir ayudas para proteger a la familia o fomentar la natalidad en uno de los países más envejecidos del mundo?
O considerar que la Ley de Violencia de Género no solo no soluciona el problema (real) de la violencia contra las mujeres (por qué no desciende el número de féminas asesinadas), sino que es injusto, porque criminaliza al varón por el mero hecho de serlo.
O constatar el dato (no menos real) de que hay mujeres que interponen denuncias falsas para obtener beneficios económicos y hacer daño a sus parejas. O advertir que asociaciones feministas acaparan el dinero de los fondos europeos para luchar contra la violencia de género (Fundacion Mujeres, la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas; la Federación de Mujeres Progresistas y la Asociación de Juristas Themis). Este tipo de asociaciones se lucran con el dolor ajeno, mediante el negocio de las denuncias falsas.
¿Es ultra pedir que se acabe con las subvenciones a los chiringuitos de Género, que se gastan tontamente el dinero de los españoles?
¿Es ultra pedir que se acabe con las subvenciones a los chiringuitos de Género, que se gastan tontamente el dinero de los españoles? Sólo en 2020, el año del coronavirus, la crisis y el paro, el gasto del Instituto de las Mujeres -dependiente de la ministra Irene Montero– aumentó un 63%.
¿Es ultra prohibir los vientres de alquiler y toda actividad que cosifique y utilice como producto de compra venta a los seres humanos?
Si todo eso es ultra, entonces claro que es ultra el partido de Abascal. Y son ultras también varios millones de españoles que suscriben casi al cien por cien esas ideas y propuestas, básicas -por otro lado- en cualquier Estado de derecho.
Ya lo dijo Isabel Díaz Ayuso. “Cuando te llaman fascista, quiere decir que lo estás haciendo bien”. A lo que podríamos añadir… y cuando te llaman moderado, es para echarse a temblar.
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