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Cruda realidad / Vox y el enviado especial de Lodomeria

Santiago Abascal y Rocío Monasterio, durante un mitin de Vox en Valdemoro / EFE

Santiago Abascal y Rocío Monasterio, durante un mitin de Vox en Valdemoro / EFE

Tras medio siglo de tiranía comunista y, antes, una invasión de la Wehrmacht, la República de Lodomeria se tomaba muy en serio la libertad de prensa, al menos tanto como el menor indicio de totalitarismo latente. Así que nada más aterrizar en el Aeropuerto de Barajas, el joven enviado especial Artim Waszczyszyn se puso manos a la obra para desenmascarar, para La Voz de Lodomeria, el último intento del fascismo de instalarse en un país europeo.

Cuando, apenas una hora después de su llegada, se sentó delante de una caña con tapa en un bar de Malasaña con su contacto, tuvo que empezar confesándole que su conocimiento del panorama español era, por decirlo poco, limitado. Ciertamente, había leído las declaraciones del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, las mismas que habían alertado a su director y decidido su actual destino.

Eran más que suficientes para sembrar la alarma, viniendo de un primer ministro de un país occidental, de una democracia consolidada y las tenía grabadas a fuego en la memoria: “El viernes Vox cruzó una línea y será la última línea que cruce. Vox representa una amenaza contra la democracia española y la convivencia. Ya no se trata de Madrid, se trata de nuestra democracia. Las amenazas no vienen solas, vienen después de muchos insultos, cuando se dice que el Gobierno es criminal, ilegítimo… ¿Qué se esta sembrando? El discurso del odio”. Y seguía: «Hasta ahora hemos soportado gritos, odio, mentiras y amenazas de la ultraderecha y lo hemos soportado tanto tiempo que incluso hemos pensado que era lo normal. Esto es doloroso, pero tenemos que reconocerlo, nuestra democracia tiene un problema».

No eran más tranquilizadoras las declaraciones de otros líderes, como las del candidato socialista a la Comunidad de Madrid, un anciano de aspecto apacible y algo clerical que respondía al nombre de Ángel Gabilondo: “El fascismo necesita cómplices. Como decir que el que te señalen como fascista es estar en el lado bueno de la historia”. Artim sentía cómo se le helaba la sangre al releerlo. Y muchas más, voces de alarma, de emergencia, que sin duda reflejaban un colosal intento de imponer una dictadura fascista en España.

Fue directo al grano, preguntando en un inglés con un acento tan eslavo que se podía cortar con un cuchillo qué había pasado, en concreto. Su interlocutor respondió con un silbido seguido de un suspiro.

– Buah, ¿no has leído nada? Pues eso, el fascismo. La ultraderecha violenta, tensionando una campaña electoral. Ahora que no pasarán, ya ves, todos unidos contra el extremismo.

– Sí, sí, he leído. Pero, ¿qué ha pasado en concreto? Dices que ese partido, Vox, es antidemocrático y violento. ¿Tiene un cuerpo paramilitar dando palizas a los disidentes? ¿Ha interrumpido mítines de los rivales a porrazos? ¿Ha habido muertos?

– Muertos… Bueno, muertos, lo que se dice muertos, no. Pero casi. Pablo Iglesias, uno de los candidatos, ha recibido amenazas de muerte con unas balas, tío. Y una ministra también, no sé cómo se llama. Cosas así.

Artim tomaba notas con gesto serio y crispado. “Amenazas de muerte”…

– O sea, que esos de Vox han amenazado de muerte a varios candidatos y ministros…

Su contacto se puso firme en la silla y tomó un largo trago de su cerveza antes de responder.

– A ver, no me líes, que yo no he dicho que las cartas de amenaza las haya enviado Vox, cuidao. Pero, si lo piensas, ¿quién, si no?

– ¿En serio? ¿Nada más? ¿Se ha investigado el asunto?

– No es tan fácil. Para empezar, estamos en estado de alerta terrorista y que hayan llegado cartas anónimas con balas a ministros y candidatos deja fatal a Correos, ya imaginarás, así que allí están echando balones fuera… No te digo más que los fascistas ya están diciendo que si es un montaje.

Estos fascistas dieron un mitin en Vallecas, un barrio obrero. Para provocar, ya sabes. Y, claro, les tiraron piedras, ladrillos…

– Y está probado que no lo es, ¿no?

Probado, probado… No van a mentir en una cosa así, ¿no?

Artim, recordando cómo se instaló el comunismo en su país en la posguerra, se mordió los labios para no responder.

– O sea, que no hay pruebas, y tampoco de que los del partido ese, Vox, tengan nada que ver.

– Bueno, si te pones así, pues no. Pero luego está lo del viernes. Iglesias pidió a la candidata de Vox en un debate en la radio que condenara esas amenazas, y la tía insinuó que era una farsa y le dijo que condenara él lo del mitin de Vallecas…

– ¿El mitin de Vallecas?

– Sí, bueno, que estos fascistas dieron un mitin en Vallecas, un barrio obrero. Para provocar, ya sabes. Y, claro, les tiraron piedras, ladrillos…

– Y eso Iglesias lo condenó, naturalmente.

– Pero, ¿cómo iba a condenarlo, si los que tiraban las piedras eran de los suyos? Sí que estás tú bueno… Al fascismo se le para como sea, y punto. No condenó nada. Se levantó y se fue del estudio.

– Pues estarían igual uno y otra, ¿no? Si ella no condenaba la violencia y él tampoco…

Su contacto se revolvió molesto en su asiento.

– Oye, que yo no he dicho que no condenara la violencia. Si vas a ponerte tiquismiquis, sí, condenó tres veces la violencia. Pero así, en general, y como muy chula y muy facha, que notabas en seguida que no se creía lo de las cartas…

Artim dejó de escribir en un gesto de resolución y le puso el tapón al boli con historiada solemnidad, antes de proclamar.

– Déjalo. Ya me hago una idea. Creo que ya tengo el planteamiento del artículo, aunque no estoy muy seguro de que te vaya a gustar.

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