Imagen referencial / PIxabay
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Desde hace no menos de un siglo los economistas detectaron que el pensamiento de Adam Smith no está exento de matices ni de contradicciones. Por ejemplo, siendo un liberal defensor de la propiedad privada, sostuvo que al estar la tierra apropiada, entonces «los terratenientes, como todos los demás hombres, gustan de cosechar donde nunca han sembrado, y demandan una renta incluso por su producción natural» (La Riqueza de las Naciones, Libro I, capítulo 6).

A Marx y Engels les gustó esta idea, que constituía según ellos una anticipación de la teoría marxista de la plusvalía (El Capital, volumen II, prólogo a la primera edición).

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Un destacado liberal, y pionero en la crítica a las teorías marxistas, Eugen Böhm von Bawerk, señaló en Capital e Interés (Libro I, capítulo 4) que Smith a propósito de los empresarios es paradójico, porque alaba y critica sus retribuciones: “A veces elogia a los capitalistas como benefactores de la raza humana y a veces los presenta como una clase que vive a costa del producto del trabajo de otras personas”. Este gran economista austriaco apunta que, aunque la frase “cosechar donde nunca han sembrado” se refiere a la renta de los terratenientes, cuando Smith analiza el interés del capital lo trata también como enfrentado a los salarios de los trabajadores.

Las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo también pueden sorprender por cómo explican la distribución de los bienes y los ingresos. Los socialistas que apelan a la Biblia tendrán muchas dificultades con la Parábola de los talentos (Mt 25, 14-30). El hombre que los reparte, de entrada, no lo hace igualitariamente, ni en función de las necesidades de sus tres siervos, a los que se limita a encomendar su hacienda.

La llamativa conclusión es que cuando vuelve, “al cabo de mucho tiempo”, premia a los que negocian con los talentos, y obtienen una rentabilidad del 100 %, nada menos. En cambio, al que le dice: “me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento”, lo castiga con enorme severidad (“echadle a las tinieblas exteriores”), ordenando que ese talento lo reciba el que ganó más. Llega incluso a alabar las finanzas: “debías haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses”. Y al hablar con el siervo malo, el señor utiliza un lenguaje parecido al que emplearía Adam Smith: “yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí”.

Como las parábolas son precisamente eso, y no tratados de lógica ni de ciencia, es natural que haya interpretaciones diversas. No sorprende que la izquierda se apresure a subrayar que las palabras de Jesús no tienen ninguna relación con la economía sino solo con el alma humana. Puede ser verdad, sin duda, pero también es verdad que, incluso para establecer una alegoría espiritual, Jesús recurrió a ejemplos de ingresos económicos y financieros, y a una distribución que no encaja con los cánones políticamente correctos. Otra parábola célebre al respecto es la de los obreros de la viña, que reciben el mismo salario por un trabajo distinto (Mt 20, 1-16).

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