Resulta que en la noche del domingo al lunes el tren Badajoz-Madrid se quedó parado y llegó con casi tres cuartos de hora de retraso a su destino. Y, claro, pensé en el Brexit.

Vale, iré un poco más despacio. Pensé en la enorme cantidad de extremeños que han votado al PSOE, como vienen haciendo desde tiempos inmemoriales, pese a que los gobiernos socialistas han ignorado las necesidades de esa comunidad autónoma hasta extremos realmente ofensivos.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Lo del tren de Extremadura ya es frecuente objeto de chistes en las redes sociales, porque han prometido innumerables veces -miento: solo una por campaña electoral- hacer algo con la red ferroviaria paleolítica de esa comunidad, que la mantiene en cierto estado de aislamiento. Y hasta hoy.

Pero la gente sigue votándoles, y no creo que sea por masoquismo. Es lo que los romanos llamaban la ‘devotio hispanica’, esa lealtad a prueba de bomba entre el español y “sus colores”, inmune a lo que puedan hacer o cambiar los líderes del equipo al que han unido su suerte con un lazo más fuerte que la muerte.

Hasta cierto punto nos pasa a todos, eso de olvidar que las cosas no se están quietas, que cambian continuamente y que podemos acabar apoyando al grupo A por lo que fue mucho tiempo después de que se haya convertido en su contrario. Y esto es lo que me hizo pensar en el ‘brexit’, en las defensas que se hacen de la Unión Europea, y a su vez eso me llevó a repasar mentalmente las falacias que han manejado y manejan, ahora más que nunca, quienes, con motivo del ‘brexit’, usurpan el apelativo de ‘europeístas’. Vamos a ello.

1.- “La Unión Europea nos ha hecho a todos más prósperos, es una cuestión de números fácilmente comprobable”

Esta afirmación consigue unir dos falacias en una. La primera es la conocida como post hoc, ergo propter hoc, por la que se atribuye a una determinada causa todo lo que ha pasado después de que se produzca. Sí, claro que somos más ricos que hace décadas; también África o China, que no están en la Unión Europea. Es imposible saber qué hubiera pasado si tal país -Gran Bretaña o España- no pertenecieran a la UE.

Pero demos por bueno que sí, que pertenecer al Mercado Común/la Comunidad Económica Europea/la Comunidad Europea/la Unión Europea ha sido beneficioso para sus miembros. Eso no significa que lo vaya a ser siempre. Ni siquiera significa que el club en el que ingresó en su día España -no digamos, en el que entró Gran Bretaña- siga siendo el mismo que entonces y tenga los mismos objetivos e idéntico funcionamiento en líneas generales.

En realidad, no es así. Eso que se da en llamar ‘Europa’ ha sido -formalmente, lo sigue siendo- un tratado internacional que da lugar a un área de libre comercio, con libertad de mercancías, capitales y mano de obra. En cambio, lo que hoy se pretende -escuchen a Guy Verhofstadt, que es muy gráfico- es reducir más y más la soberanía de los países miembros en beneficio del centro hasta que la UE sea un verdadero Estado.

Es perfectamente legítimo que uno anhele un resultado así. Pero también comprensible que los pueblos no lo quieran, y mucho menos que se haga a sus espaldas. Cuando se hizo un referéndum para que Gran Bretaña entrara en el Mercado Común, uno de los puntos fuertes del mensaje del Gobierno era que la soberanía británica no corría absolutamente ningún peligro ni se vería disminuida y que en cualquier momento el país se podría salir del acuerdo tan fácilmente como entraba. Después de esta agónica salida, tres años después de que se reconociera el resultado de las urnas, suena a sarcasmo.

Si el hecho de que un candidato mienta invalidara la elección, en España no tendríamos a Sánchez, sin más

2.- “El “no” ganó en el referéndum porque los ‘brexiteers’ mintieros a los británicos”

En serio, ¿qué edad mental hay que tener para plantear esta objeción? ¿Mintieron los partidarios de la despedida en la campaña del referéndum? Casi con toda seguridad, naturalmente. Y los partidarios del “sí”, que eran mucho más poderosos: empresas, finanzas, medios de comunicación y, sobre todo, el propio Gobierno. Mintieron como descosidos. Es lo que hacen los políticos en campaña, y de una ciudadanía madura se espera que escuche lo que le dicen las partes con un grano de sal… O una docena. Si el hecho de que un candidato mienta invalidara la elección, en España no tendríamos a Sánchez, sin más.

3.- “En el siglo XXI, un país no puede aislarse del resto del mundo”

No, claro. Pero es que Gran Bretaña ha dejado la Unión Europea, no el mundo. Recuerdo en este sentido un tuit bastante tonto en el que una leaver fotografiaba cómo había reaccionado su familia al brexit con ocasión de una comida en la que estaba invitado su novio, partidario de la desconexión: todos tomaban apetitosas y sanas ensaladas de aguacate y tomate y al soberanista le habían servido el típico plato de salchichas de la tierra.

Se me ocurrieron en seguida dos preguntas: ¿en qué parte de la UE se cosecha aguacate?, y ¿no comen aguacate en Suiza? ¿En Noruega?

Gran Bretaña es libre de suscribir los acuerdos comerciales que le dé la gana con quien le dé la gana, incluida, naturalmente, la propia Unión Europea. De hecho, acabo de leer en EFE que Bruselas acaba de ofrecer al Reino Unido negociar para la futura relación entre ambas partes un acuerdo comercial «altamente ambicioso» sin aranceles ni cuotas para todos los bienes que entren en el mercado único. Es decir, exactamente con aquellas condiciones que hacían tan apetecible estar en la UE. Desengáñense, ni la Unión Europea es un bastión del libre comercio -es un bloque comercial FRENTE al resto-, ni se va a dar un tiro en el pie para que se fastidie Londres.

Han confundido globalización, que es un fenómeno observable consecuencia de los avances en telecomunicaciones y transportes, y globalismo, que es una ideología y, por tanto, tendría que imponerse

4.- “El soberanismo es cosa del pasado; vamos hacia la desaparición de las fronteras”

Es perfectamente posible, pero no me lo acabo de creer. Me parece que, por un lado, es tratar de ignorar el intenso instinto tribal del ser humano, y ya vimos cómo acabó la broma cuando el comunismo declaró superado nuestro instinto de propiedad.

Da la sensación de que han confundido globalización, que es un fenómeno observable consecuencia de los avances en telecomunicaciones y transportes, y globalismo, que es una ideología y, por tanto, tendría que imponerse. Sí, la globalización haría más fácil el globalismo, pero lo contrario también es cierto: precisamente porque estamos más conectados y comunicados es menos necesario suscribir acuerdos y entrar en bloques. Antes, un paisito pequeño necesitaba asociarse para obtener alcance comercial. Hoy, gracias a la globalización, el tamaño no importa, o importa mucho menos.

De hecho, la revolución soberanista avanza y está a la vista de todos, desde el propio brexit a la victoria de Trump o a la espectacular subida de Vox.

Y, la verdad, si la Unión en la que hay que quedarse es esa de Esteban Pons, la de los eurodiputados cogiditos de la mano cantando el Auld Lang Syne, entendería un brexit solo por vergüenza ajena.

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