Recientemente se ha presentado en España de la mano del think tank Civismo y ‘En defensa del libre mercado: el argumento moral en favor de la economía libre‘, en el que su autor, Robert Sirico, intenta basar la economía libre en fundamentos morales adecuados y coherentes, así como poner de relieve la capacidad que tienen las personas para tomar las riendas de su vida, lo que les permite triunfar tanto económica como espiritualmente.
En conversación con Actuall, el padre Robert Sirico defiende que «la libertad económica es una de las dimensiones de la libertad humana» y que el sistema capitalista, entendido como el dotado de la mayor libertad posible bajo el imperio de la ley, ha mostrado su utilidad en la mejor gestión de la escasez de los recursos. A su juicio, esto se hace aún más patente en la Historia, cuando se analizan las consecuencias de economías centralizadas y planificadas como en la antigua Unión Soviética o, más recientemente, en Venezuela.
¿Qué fundamentos morales sostienen su defensa del capitalismo?
La libertad económica es una de las dimensiones de la libertad humana. Es una parte crítica de la forma en la que la libertad se ejemplifica en la sociedad humana. Debido a que la supervivencia humana dependen del uso de nuestra razón para obtener de la naturaleza los recursos que necesitamos para sobrevivir, necesitamos libertad para hacerlo posible. Este es el fundamento moral de la libertad y la dimensión económica de esta libertad.
¿En qué se diferencia la doctrina económica liberal más ortodoxa, de la defensa de una economía libre «bien entendida»?
Suele sorprender a la gente, incluidos buenos católicos, el hecho de saber que no hay una ortodoxia o enseñanza de fede sobre la economía en la Iglesia.
De forma reiterada, los papas y el Catecismo de la Iglesia Católica han dicho que la Iglesia no reclama una especial competencia en la esfera económica. La economía es la aplicación prudencial del conocimiento sobre el uso y la asignación de la escasez de los recursos. Si los objetos y el tiempo no fueran escasos, la cuestión sobre la economía no surgiría.
Entonces, la pregunta que aflora es: ¿Qué sistema económico es mejor para asignar esos recursos? ¿Qué sistema económico aporta más inteligencia humana y conocimiento de la disponibilidad de los recursos para determinar sus costes reales?
Mi respuesta a esto es: una economía que es en términos generales libre y que está bajo el imperio de la ley. Creo que la Historia ha mostrado esto de forma patente a través de la larga y ardua experiencia de la planificación centralizada en la antigua Unión Soviética y Europa Central, Cuba o Corea del Norte, o lo que está sucediendo en este mismo momento en Venezuela.
¿Existen límites a la libertad económica?
El principio de la subsidiariedad nos ofrece algunas buenas pistas sobre esta cuestión. Este principio nos dice que la fuente de primer recurso en el caso de necesidades humanas debería ser a aquella que fuera más cercana a la necesidad (es decir, la familia, la familia en sentido amplio, la comunidad local, las instituciones mediadoras, negocios y localidades). El principio dice que únicamente en el caso de fallos graves y manifiestos por parte de las comunidades en el nivel más bajo, podrán intervenir los niveles más altos del Estado. Incluso en ese caso, solo temporalmente.
Así tenemos una comprensión equilibrada del papel y los límites del Estado y los mercados. Además del imperio de la ley y de la ética cultural que forma una sociedad que limita los mercados, diría que hay fuerzas poderosas en una economía libre que contienen a los mercados: la propiedad privada, los contratos, la competencia y la elección del consumidor.
¿Qué diría a quien asegura que nadie llega a rico sin tener algún «cadáver» en el armario?
Si con esta pregunta se quiere significar que el éxito económico en una economía libre depende, por su propia naturaleza, de medidas de explotación preguntaría: ¿por qué las personas negociarían con alguien que las está explotando o coartando?
Estoy de acuerdo en que algunas personas de nuestros días se hacen ricas con «cadáveres» en el armario, pero es a través del «capitalismo de amiguetes» que utiliza la fuerza gubernamental para restringir el libre intercambio y la competencia o incrementa la regulación y los impuestos para unos y no para otros. El capitalismo estatal hace lo mismo. Pero, por supuesto, estos son, por mucho, la antítesis de la economía libre.
¿Podría explicar por qué la Iglesia católica no adopta una doctrina económica concreta como propia?
¿Por qué la Iglesia no ha desarrollado su propia y concreta ciencia, matemática o, para el caso, su propia cocina? Porque no es su misión. Depende de la vocación de los laicos para desarrollar estas cosas, sobre su propia competencia y experiencia. Este es el camino por el que los valores del Evangelio se insinúan en las estructuras de la sociedad de forma natural, como la levadura en una barra de pan.
¿Ha estudiado el distributismo defendido por Chesterton? ¿Le parece viable como alternativa al capitalismo?
Tengo un gran respeto por G. K. Chesterton como apologeta, pero su comprensión de la economía es limitado. El distributismo es más una teoría estética que económica. Si alguna vez se implementara de forma seria, su axioma de «lo pequeño es bello» sería incapaz de sostener a siete mil millones de personas en este planeta. Para permitir el sostenimiento de tanta gente se necesitan grandes industrias y una gran expansión de la división del trabajo.
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