El Ku Klux Klan está de capa caída, el apartheid sudafricano es solo un lejano recuerdo e incluso un negro se sienta en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos (lástima que sea católico y conservador). Aquel sueño de Martin Luther King, “sueño que mis cuatro hijos vivan un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel sino por su carácter”, parecía haberse hecho realidad. El racismo parecía definitivamente enterrado en el pasado.
Nos equivocábamos. En esto llegaron las huestes woke, lo flor y nata del progresismo interseccional, para devolver el racismo a nuestras vidas… y por todo lo alto. Solo que está vez el racismo es el bueno, el woke, el decolonial. Y quien no lo acepte es un fascista y punto. No hace falta extenderme más en el mecanismo que, a estas alturas, todos conocemos de sobra.
El racismo ha vuelto a Europa de la mano de una joven poetisa estadounidense. Se llama Amanda Gorman y acaba de cumplir 23 años. Amanda no es tonta y el sistema educativo estadounidense, tan opresivo y discriminador, lo detectó enseguida. Estudió en una escuela privada en Santa Mónica, una de las zonas más pijas de Los Ángeles, y con 19 años recibió el National Youth Poet Laureate. Luego siguió la beca para estudiar nada menos que Sociología en Harvard. Ya tiene ONG propia, «One Pen One Page» y en 2017 se convirtió en la primera joven poetisa que abrió la temporada literaria de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Ha aparecido en la MTV, escribió un bien remunerado homenaje a los atletas negros para Nike, y tiene un acuerdo con Viking Children’s Books para escribir dos libros ilustrados para niños. Como ven, una historia de exclusión, marginación y opresión blanca y patriarcal.
¿Hay que ser una monja del siglo XVII para traducir a sor Juana Inés de la Cruz?
Pero el gran salto a la fama internacional le llegó cuando el pasado 20 de enero, a sus 22 años, recitó un poema en la investidura presidencial de Joe Biden, convirtiéndose así en la poetisa más joven en participar en una toma de posesión presidencial en los Estados Unidos. El poema, que algunos han calificado de “autoayuda patriótica”, se titula The hill we climb –La colina que subimos– y habla de “un país que está herido pero entero,/ bien intencionado pero decidido,/ feroz y libre./ Ninguna intimidación nos detendrá/ ni interrumpirá/ porque sabemos que nuestra inacción e inercia/ serán la herencia de la próxima generación”. Como pueden constatar, muy por encima de nuestro siglo de Oro o, por buscar un referente más cercano, de Ezra Pound, TS Eliot o el mismísimo premio Nobel Bob Dylan, que palidecen ante la delicadeza de Gorman. Desde entonces, su carrera se ha visto jalonada por nuevos ataques del poder capitalista blanco: la National Football League contrató a Gorman el pasado mes de febrero para recitar un poema durante la ceremonia de inauguración de la temporada de fútbol americano. ¡Qué manera de cebarse en esta pobre y desvalida chica negra!
La aparición de Gorman en la toma de posesión de Biden ha provocado que diversas editoriales se hayan decidido a traducirla y publicarla. Como la holandesa editorial Meulenhoff, de Amsterdam. Una propuesta para ser traducida por Marieke Lucas Rijneveld que fue enseguida aceptada por Gorman y sus agentes. Rijneveld parecía una buena elección: le saca algunos años a Gorman (tiene 29), pero no muchos, es escritora (en 2020 ganó el prestigioso Premio Booker Internacional) y, lo más importante, se ha declarado no-binaria.
Todo parecía ir viento en popa hasta que una tal Janice Deul, comentarista de moda de un gran diario holandés, de Volkskrant, lanzó su grito de alarma en un artículo titulado: Una traductora blanca para la poesía de Amanda Gorman: Incomprensible. El artículo se deshacía en elogios hacia el look de Gorman: “Su fabuloso look de inauguración, completo con un abrigo amarillo brillante de Prada, una banda roja para el cabello y sus trenzas (…) Tanto es así que le ofrecieron un contrato con IMG Models, una de las agencias de modelos líderes en el mundo”. ¿Quién podría poner un pero a alguien que luce un look tan divino?
Pero había un enorme pero, confesaba con indignación Janice Deul: “Incomprensible, para mí y para tantos otros que expresaron su dolor, frustración, enfado y decepción en las redes sociales. Gorman se describe como ‘una chica negra flaquita’. Y su trabajo y su vida están coloreadas por sus experiencias e identidad de mujer negra. ¿No es –por lo menos– una oportunidad perdida encargarle este trabajo a Marieke Lucas Rijneveld?”. Gorman se merecía, necesitaba, una traductora negra, y no una blanquita (por muy no-binaria que sea). Está de más indicar que Janice Deul es negra y se mostraba dispuesta a encargarse ella misma de la traducción.
Un argumento que, si lo aplicamos en buena lógica, nos llevaría a que solamente un viejo puede traducir a otro viejo, un hombre a otro hombre, un chino a otro chino o un gordo a otro gordo. O llevado al extremo: ¿hay que ser una monja del siglo XVII para traducir a sor Juana Inés de la Cruz?
En cualquier caso, Rijneveld, acosada por una brutal campaña en redes sociales, el pasado 1 de marzo anunció que renunciaba a traducir a Gorman.
Pero la ola ha llegado a nuestro país. La traducción al castellano fue rápida y se metió en imprenta antes de que se desatase la tormenta, así que disponemos de la versión de Nuria Barrios, escritora blanca y que roza los sesenta años. No ha ocurrido lo mismo con la versión catalana, encargada inicialmente a Víctor Obiols. El mismo traductor lo ha explicado: «Soy hombre, blanco y ya no soy joven. Me han dicho que no soy adecuado». Obiols tiene un año más que Barrios, 60, y parece haber superado la barrera de lo permisible.
Esta vez el racismo es cool, es progre, es woke, está bien porque lo hacen quienes han sido oficialmente nombrados como “víctimas”
Al parecer, la editorial que posee los derechos de Amanda Gorman ha decidido, tras lo sucedido en Holanda, que sólo traduzcan su poesía jóvenes negras como ella. Víctor Obiols, que acababa de terminar de traducir al catalán la obra que ha hecho famosa a Gorman recibió la noticia: “Desde América lo habían parado todo – explica- porque no cumplía los requisitos adecuados para traducir a Amanda Gorman”. Cuando Obiols fue a entregar la traducción, el propio editor, cuenta Obiols, “estaba muy avergonzado”.
Pero en la era de Black Lives Matter uno no puede mostrar piedad ni permitirse el más mínimo resbalón. Comenta Obiols en una entrevista concedida a La Stampa: “Yo, a mi manera, estoy sufriendo lo que los negros han sufrido durante siglos: la discriminación por motivos de raza, género y edad”. Y añade, con un punto de maldad pero toda la razón del mundo: “Tengo que señalar que es un poco incoherente vetar a un traductor porque no cumple ciertas normas y en cambio actuar en público para un presidente blanco”.
Lejos, muy lejos, queda el sueño de Martin Luther King de que nadie sea juzgado por el color de su piel. Ahora lo que se lleva es el racismo abierto y desacomplejado: solo los que tienen la piel de tal o cual color tienen la posibilidad de hacer tal o cual cosa. Pero esta vez es cool, es progre, es woke, está bien porque lo hacen quienes han sido oficialmente nombrados como “víctimas” y, por tanto, pueden cometer las mismas injusticias que sufrieron sus antepasados e incluso sacar pecho por ello.
Tenemos que reconocer que, a la vista de las líneas del poema que hemos reproducido, nos importa poco quién vaya a traducir a Amanda Gorman, pues confesamos que no tenemos intención de perder el tiempo leyendo sus soflamas (¡y menos en el año Dante!). Pero dejamos constancia aquí de este funesto regreso del racismo que envenena, una vez más, nuestras sociedades.
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