Más de 800 mujeres encontraron la muerte a causa de la violencia ejercida por sus parejas desde 2003, fecha en las que se empezaron a hacer estas estadísticas, hasta 2014.
En 2015 sumaron un total de 57 mujeres, y en lo que llevamos de 2016, ya hay otras dos victimas contabilizadas. Es lo que se conoce como “violencia de género”.
¿Se desprecia con esta denominación la violencia que también se ejerce contra el hombre? ¿Qué se entiende realmente por violencia de género? ¿Cómo evoluciona? ¿Qué mitos existen al respecto? ¿Cuáles son las características de la mujer maltratada?
A todas estas cuestiones ha respondido, para ofrecerá pautas de actuación al respecto, la psicóloga Agustina Vinagre, experta en el tratamiento a las víctimas de estos hechos delictivos y profesora del grado de Criminología de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), en la Openclass impartida bajo el título La intervención con víctimas de violencia de género”.
Partiendo pues de la definición, Vinagre sostiene la importancia de los conceptos: “con violencia de género nos referimos a la ejercida contra la mujer, con la que se pretende mantener o aumentar su subordinación al género masculino; es sinónimo de ‘poder’, porque busca esa posición de desequilibrio en favor del hombre, cuando éste ve que se ha roto o que peligra su concepto de superioridad jerárquica”.
Sin negar otros tipos de violencia: son conceptos diferentes
Según la psicóloga, atender a esta violencia concreta no supone negar que el hombre también es víctima en otras ocasiones: “se trata solo de diferenciar la violencia de género de otros tipos de violencia, como la doméstica, aquella que se ejerce sobre miembros que comparten la misma morada con independencia de su sexo, o la familiar, que es la ejercida sobre personas de la misma familia, aunque no compartan la misma morada”.
Partiendo de esta noción, la experta subraya que el tema de la violencia ejercida contra la mujer, igual que es un problema generalizado a nivel mundial –expone como ejemplo el cuadro que ofrecemos con cifras iberoamericanas- tampoco es nuevo, aunque sea actualmente cuando ha empezado a generar alarma social: “hasta 1996, cuando la OMS la define como un problema de salud pública, era una cuestión reservada a la intimidad doméstica”, indica.
Describiendo los problemas que rodean a los intentos de paliar este tipo de violencia, Vinagre comienza señalando aludiendo a la imposibilidad de conocer la dimensión real de este tipo de violencia.
“Solo vemos la punta del iceberg”
“Somos incapaces de solventar las ‘cifras negras’, ese ingente número de casos desconocidos”, señala. “Las estadísticas sólo recogen las muertes; los maltratos físicos, los psíquicos, la violencia sexual o la ejercida con la explotación y tráfico de mujeres se nos escapan”.
“Sólo vemos la punta del iceberg y ello se debe en gran parte a que las víctimas, que en su mayor parte no tienen conciencia de ello, no denuncian, porque se sienten anuladas -más en el caso de haber hijos y sufrir amenazas o chantajes respecto a ellos-, y cuando se detecta por terceros suele ser ya muy tarde”, explica la psicóloga.
Aunque se carezcan de datos reales, la experta arroja un dato: ya en el año 2000 una de cada tres mujeres, según la ONU, eran víctimas de abusos o violencia. Respecto a España, las estadísticas que se realizan desde 20003 no bajan de 50-60 mujeres muertas cada año por la violencia de género”.
Con ello, Vinagre incide en que la importancia de este fenómeno como “problema social, de salud pública y de violación de los derechos humanos, que aunque siempre ha sido subyacente, es ahora cuando le ponemos nombre”.
Como pautas para reducir este problema, Vinagre habla en primer lugar de “escuchar, atender y acompañar a la víctima: es necesaria una buena formación, tanto en los sanitarios para detectar este tipo de casos cuando las víctimas acuden a los centros de salud, como de los profesionales que puedan atenderla a nivel sicológico y social”.
Intervención multidisciplinar, formación… pero con presupuestos
Por ello, la psicóloga aboga por una respuesta que entrañe una intervención multidisciplinar, desde las áreas de la política, la sanidad, la asistencia social y la justicia, centrada en una atención a la mujer.
Una atención, señala Vinagre, “que tampoco es fácil y requiere de tiempo y paciencia, porque se trata de que tome conciencia de su condición de víctima frente a la visión distorsionada sobre su realidad y reforzando su seguridad. Una visión que, por otra parte, es en realidad su mecanismo de defensa, porque si fueran conscientes de su situación se hundirían”.
Junto a ello, la educación, a través de las campañas de prevención, para que “no hablemos de feminismos ni de machismos, sino de igualdades jerárquicas, que no haya posiciones de poder de un sexo sobre otro”.
Y, sumado a ello, un auténtico compromiso político: “se emprenden iniciativas muy plausibles, como el nuevo Estatuto de la Víctima, pero se quedan en papel, porque te topas con que no se les asignan presupuestos para su ejecución. En mi área, podremos hablar de la formación para tratar este problema, pero si no hay psicólogos porque no destinan fondos a que los haya, no se logra nada”.
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