La ciencia trata de encontrar explicaciones a los fenómenos naturales y de hallar aplicaciones útiles para la humanidad por lo que, para hacer frente a este reto, los científicos deben estar armados no solo de grandes cualidades intelectuales sino también éticas. No basta con una mente abierta y una inteligencia especial para hacerse preguntas, plantear hipótesis, elegir unos materiales y unos métodos de experimentación, y tras abordar el trabajo aceptar o desestimar la idea de partida. Es evidente que el rigor, la transparencia y la honestidad, deben primar en todas sus acciones y muy especialmente cuando, terminado el trabajo, vayan a darse a conocer los resultados mediante una publicación. Esta fase, es trascendente para compensar el esfuerzo de quien o quienes la hayan llevado a cabo y de quienes la hubiesen facilitado.
Pero publicar los resultados de una investigación no es una tarea fácil y exige una serie de condiciones. Habrá que ser conciso en la exposición de los objetivos, resultados y conclusiones, honesto en el respeto de lo evidente y aceptación de los resultados contradictorios, sincero en el manejo de las citas y las aportaciones de otros investigadores, transparente en la comunicación y veraz en la declaración de quién y cómo se financió la investigación. Todo este conjunto de preceptos básicos han de formar parte de una especie de juramento Hipocrático del científico.
En realidad nadie diseña racionalmente los derroteros de la ciencia actual y los miles de grupos de investigación en los países más desarrollados, impulsados por intereses personales o directrices políticas o sociales, trabajan, incluso compiten y duplican sus esfuerzos en los mismos problemas. A veces se pisan o se interfieren en objetivos comunes, se pierde mucho tiempo y se produce una presión competitiva que puede arruinar la efectividad y el poder creativo de la ciencia. Sin embargo, también es cierto que esta competencia por alcanzar un objetivo ha constituido un acicate que ha dado lugar grandes avances. Como ejemplo reciente, ahí está el campo exitoso de la carrera por obtener unas vacunas contra el SARS-CoV2 y la constatación de su eficaz contribución a la erradicación de la pandemia.
Uno de los problemas que más ha crecido en relación con la divulgación de los resultados de la investigación es el de los “conflictos de intereses” que, aunque pueden afectar seriamente a la objetividad de la investigación, son ignorados o no considerados de importancia por muchos investigadores, a veces por falta de claridad de las revistas científicas.
Pero ¿qué es un conflicto de intereses? Diversas instituciones y editores definen de diferente manera el conflicto de intereses. Así, el principal órgano mundial implicado en dar las recomendaciones de conducta y emitir informes en relación con la edición y publicación de trabajos académicos en revistas médicas (International Committee of Medical Journal Editors: ICMJE) señala como conflicto de interés el hecho de que un provecho primario (tal como la validez de una investigación) se vea influenciado por un interés secundario (tal como una ganancia económica). Y añade que la confianza pública en el proceso científico y la credibilidad de los artículos publicados depende en parte de la transparencia de los conflictos de intereses en la planificación, ejecución, escritura, revisión, edición y publicación de trabajos científicos. Todas las revistas más prestigiosas en todos los campos de la ciencia, advierten a sus potenciales autores que declaren este tipo de situaciones en sus colaboraciones.
Pero los conflictos de intereses no sólo afectan a los autores ni son solo de carácter económico. También pueden implicar a los propios editores, los revisores de los artículos y los miembros de los comités editoriales de las revistas. Es algo parecido a lo que sucede en el mundo académico, cuando para otorgar un título de doctor, además de la bondad, originalidad e interés del trabajo realizado por el candidato, se pone a prueba la imparcialidad y honestidad del tribunal que ha de juzgarlo.
Tampoco es exclusivo del mundo de la ciencia. Los principios éticos, la honestidad y la transparencia se echan de menos, incluso sin las exigencias del mundo científico en otros ámbitos de la vida. Qué no decir por ejemplo del ámbito político, ahora que está en el candelero la honestidad personal incluso tras delitos graves de malversación, o los lobbies financieros que hay detrás de las aplicaciones tecnológicas o en en el mundo de la salud, como por ejemplo las comisiones relacionadas con las técnicas de reproducción humana asistida, el aborto, etc.
Una de las situaciones más típicas de conflicto de intereses en las publicaciones científicas se da cuando los autores, los revisores o los editores de la revista en la que se pretende publicar, tienen alguna relación a modo de beneficio económico con una empresa industrial que subvenciona el trabajo de investigación. Es también el caso de no declarar que detrás de una investigación haya patentes que pueden experimentar ganancias o pérdidas por la publicación de un trabajo científico.
Pero en el mundo de la investigación, como en el de la política, hay muchos otros tipos de conflictos de intereses, incluso sin carácter financiero. Por ejemplo, cuando se incluye en un comité de una empresa editorial supuestamente imparcial a personas interesadas en dar un sesgo a determinadas ideologías en el mundo de la educación. Conflicto de intereses es también el comportamiento de un autor que plagia el trabajo de otro, o el revisor de un trabajo de investigación que utiliza las ideas del manuscrito que llega a sus manos en su propio beneficio. O también cuando se acepta la publicación de un trabajo mediocre simplemente por ser amigo de alguno de los autores, o por el contrario, se rechaza, aun siendo un trabajo de calidad por venir de un competidor directo. Todo un mundo de situaciones cada vez más frecuentes en campos altamente especializados. También pueden surgir conflictos de intereses por otras razones que impiden una revisión imparcial, por discrepancias en ideas políticas o religiosas relacionadas con el tema de la investigación.
¿Qué se puede hacer ante todas estas situaciones? Lo cierto es que no es fácil, pues no lo es juzgar sobre algo a quien ha de tomar una decisión en un asunto que le afecta por razones de sus propias ideas o por estar implicado en un trabajo relacionado. La mejor fórmula es incorporar como editores y revisores de los artículos que se reciben en la editorial de una revista, a personas que además de su probada honestidad y prestigio, estén entrenadas en la detección de conflictos de intereses. Como aspectos importantes a declarar en relación con los conflictos de intereses se exige especialmente declarar la fuente de financiación y la originalidad de los datos que se aportan en la publicación. Al margen de otras causas de fraude, no es infrecuente descubrir a posteriori de una publicación, que un investigador, un revisor o un editor, ocultó un conflicto de intereses, que al descubrirse echa por tierra la reputación de la revista y de quien o quienes encubrieron el hecho.
Este fue el lamentable caso del Dr. Josep Baselga, oncólogo de gran prestigio, que hubo de dimitir de su cargo de director médico del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, por haber omitido en sus publicaciones aportaciones económicas de empresas farmacéuticas. Un error lamentable que no ha de echar por tierra la excelente trayectoria del Dr. Baselga, pero que revela la dificultad de navegar en el mundo de la investigación sin riesgo a tropezar con los conflictos de intereses. Por eso mismo hay que afirmar que lo malo no es tener conflicto de intereses, sino no declararlos.
Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa. Ex Miembro del Comité de Bioética de España.
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