
Me encuentro tomando un café en un restaurante cuando, de pronto, entran un grupo de parejas. La primera se sienta y nada más posar sus cosas en el asiento se ponen a whatsappear ignorando mutuamente su presencia. Tan sólo unos pequeños tramos de comunicación e interacción parecen descongelar el ambiente. Otros dos emulan sus praxis y el chico se limita a escuchar audios mientras su acompañante interacciona con el metaverso. Para colmo, otra de las parejas presentes está protagonizada por un hombre que se dedica a jugar a los marcianos con el móvil ante la inopia de su compañera. Surrealista.
Estamos anestesiados. Vivimos en el metaverso de Zuckerberg mucho antes de que lo haya creado. Nuestras estructuras antropológicas han sido viciadas por la revolución digital. Hemos caído en un infantilismo absurdo que será una de las causas de la caída de Occidente. Somos como niños y no asumimos las responsabilidades que se deben acarrear en determinados momentos. De la misma forma que no actuamos con la compostura correcta en un simple acontecimiento como es tomarse un café con tu pareja o amigos, tampoco sabemos el modo de funcionar ante coyunturas más relevantes. Por eso estamos en terapia, como reflejó aquella portada de El País. Pero no solo nuestros ciudadanos sino Occidente en sí. Hemos perdido el norte, la órbita.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSe está viendo ante la situación de Ucrania. No voy a hablar de geopolítica, eso se lo dejo a mi estimado Pedro Baños, pero como tanto repite Jano García, en los instantes importantes, Europa sólo parece estar capacitada para crear consignas, emoticonos y pancartas llenas de sentimentalismo.
No asumen la realidad de que la guerra, en ocasiones, es una forma de hacer prevalecer la paz. La Unión no deja de sacar a relucir sanciones con ánimo de que Rusia quede intimidada sin asumir la realidad de la inutilidad de estas en otros territorios como Venezuela. ¿Ha dejado acaso el pueblo venezolano de pasar hambre tras las sucesivas multas de Occidente? No aprendemos.
Estamos perdidos y las potencias rivales, como Rusia y sobre todo China, se aprovechan. Nos toman el pelo, juegan con nosotros y parece que nos gusta. Publicaba el lunes en portada ABC las prácticas del Gobierno chino con la creación de ocho tipos de virus y parece que nadie está dispuesto a pedir responsabilidades. Somos animales domésticos comiendo de la mano de cualquier postor. Nos arrugamos ante los países y ante las grandes corporaciones. ¿Qué pasa con las farmacéuticas y el juego de las vacunas? Dos, tres, cuatro… Las que sean. ¿No deberían acaso asumir el coste íntegro de la dosis extra sin pasar factura a los Estados?
En fin… Si no estamos a la altura ni para un simple café vienés, ¿Cómo pretendemos librar una guerra?