Agustín Laje, en su libro “Globalismo: Ingeniería Social y Control Total en el Siglo XXI”, explica que el globalismo es el proyecto más ambicioso de la historia. Y al mismo tiempo, uno de los más peligrosos, pues el control político y económico que pretende comienza con el control mental que se desarrolla a través del lenguaje.
Laje hace referencia a dos tipos de palabras clave que juegan un papel central en la manipulación del discurso globalista: las palabras talismán y las palabras malditas. Las palabras talismán tienen el poder de santificar cualquier expresión que las contenga, convirtiéndola en incuestionable y, al mismo tiempo, inhibiendo cualquier crítica o duda sobre ellas. Este fenómeno genera un ambiente en el que las ideas dominantes se imponen sin oposición, privando a los individuos de su derecho a opinar.
Por otro lado, las palabras malditas funcionan como armas de descalificación a todo aquel que se atreve a disentir. Estas son utilizadas por los globalistas para estigmatizar y silenciar a aquellos que cuestionan su agenda, su discurso o sus directivas.
Laje identifica cinco tipos principales de estas etiquetas:
- Las que patologizan al disidente, como el sufijo «-fóbico» (por ejemplo, «homofóbico», «transfóbico», «gordofóbico»). Esta estrategia busca asociar cualquier crítica o desacuerdo con una ideología determinada con un trastorno mental o una desviación patológica de la norma social que ellos sufren, ya que son una amenaza para la salud mental colectiva que necesitaría ser tratada o curada.
- Las que colocan al disidente en una posición extremista, como «extrema derecha» o «ultraderecha», con el objetivo de pintar a aquellos que se oponen al globalismo como figuras radicales, sin matices, sin justificaciones racionales. Laje sostiene que este es un recurso frecuente para desvirtuar las críticas al globalismo, sugiriendo que los opositores no tienen un marco teórico o filosófico coherente, sino que están guiados por una especie de odio irracional hacia el «progreso». Desde una perspectiva conservadora, esta es una táctica comúnmente utilizada por la izquierda progresista para asociar la defensa de los valores tradicionales con el extremismo.
- Las que apelan a fantasmas del pasado, como «fascista» o «nazi», asociando a quien se opone al globalismo con regímenes totalitarios pasados. Esta estrategia es una de las más efectivas, ya que evoca los horrores del fascismo y el nazismo, y sus implicaciones morales son tan profundas que el simple uso de estos términos genera repulsión inmediata. Sin embargo, como argumenta Laje, el uso indiscriminado de estos términos no solo es una distorsión histórica, sino que también busca ocultar el verdadero significado de los movimientos políticos de hoy, como el conservadurismo y el nacionalismo, que nada tienen que ver con los regímenes totalitarios del pasado.
- Las que expulsan al disidente de la historia actual, tildándolo de «retrógrado», «medieval» o «arcaico». Para los globalistas, aquellos que defienden los valores tradicionales, como el respeto a la familia, la identidad cultural o la soberanía nacional, están desfasados o perdidos en el pasado. Esta es una estrategia para desposeer de legitimidad el anhelo por preservar las tradiciones nacionales y culturales, asociándolas con un supuesto estancamiento en el tiempo, cuando en realidad son expresiones de resistencia frente a un proyecto que busca homogenizar las culturas y civilizaciones del mundo bajo un solo molde globalista.
- Las que descalifican como un delirio todo argumento que desafíe las agendas globalistas, tales como «negacionistas», «conspiranoico» o «alarmistas». Esta estrategia tiene como objetivo ridiculizar a quienes se oponen a la narrativa oficial del globalismo, haciendo que sus preocupaciones sean vistas como irracionales y sin fundamento. esta es una clara forma de silenciar la disidencia y aniquilar cualquier posibilidad de debate abierto, mientras se impone una narrativa única que no admite cuestionamientos.
¿Cuál es el antídoto para esta venenosa narrativa globalista?
Laje nos advierte, pero también nos conduce en la manera de libranos de estos ataques globalistas. Nos dice que estas “palabras malditas” solo tienen poder en la medida que las aceptemos como parte del lenguaje con el cual nos comunicamos. Su influencia se debilita cuando decidimos impugnarlas y dejamos de otorgarles autoridad.
Para ello, existen dos vías principales: la ridiculización y la argumentación.
La ridiculización implica señalar y evidenciar los absurdos de estas etiquetas de manera creativa y accesible. Se trata de quitarle el aura de sacralización que el globalismo otorga a estas palabras. Por ejemplo, podemos referirnos a “Diversidad”, “Equidad” e “Inclusión” como el credo DEI de la santísima trinidad globalista.
La argumentación se enfoca en impugnar racionalmente el vacío conceptual que subyace detrás de estas palabras. No es difícil cuestionar ideologías como la diversidad cuando cree rígida y dogmáticamente que todo lo diverso es inherentemente bueno, y al mismo tiempo propone el igualitarismo que ignora la naturaleza diversa de la condición humana. La argumentación puede evidenciar las innumerables contradicciones del discurso globalista compuesto por numerosos microrrelatos.
La ingeniería social es la herramienta de un sistema global que pretende moldear a la sociedad a través del poder de la tecnología y el lenguaje. Esto se logra, en gran parte, mediante la desinformación en los medios de comunicación, el adoctrinamiento en las escuelas y, en muchos casos, las leyes sancionadoras que imponen quienes nos gobiernan. Es por esto que resulta fundamental comprender que el discurso es una de las mayores amenazas del globalismo, un medio a través del cual estos actores buscarán ejercer un control total sobre el mundo, a menos que se dé una batalla cultural que exponga las falacias del lenguaje impuesto.
En conclusión, la narrativa de los globalistas no está formado por simples insultos, sino por herramientas políticas profundamente efectivas para controlar el discurso y evitar la confrontación de ideas. La manipulación del lenguaje es un ataque directo contra la libertad de pensamiento y la autonomía cultural.
Si has sido víctima de estos insultos para ser estigmatizado por tus opiniones, alégrate. No eres irrelevante para los agentes del globalismo.
Ahora sabes que en el manual del globalista existen estos 5 tipos de descalificación con los que buscarán silenciarte.
Es fundamental comprender que el lenguaje es una batalla política por excelencia, y la resistencia al globalismo debe empezar por recuperar las palabras y devolverles su verdadero significado, basadas en la lógica, la razón y la defensa de los valores nacionales.
(*) Carlos Polo y José Martínez son parte del staff de la Oficina Para Iberoamérica de Population Research Institute
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