
Han cruzado todas las rayas rojas. Pueden ponerle siete cerrojos al sepulcro de Montesquieu y hundirlo más y más (con lo de Lola Delgado fiscal general, el pobre debe estar ya en el centro de la Tierra); dejar que los golpistas de Cataluña se salgan con la suya; expoliarnos a base de bien con más impuestos; reirse de nosotros gastándose nuestro dinero en un Gobierno con un exceso de carteras y de nepotismo; o llevarnos a la ruina con una gestión económica que se adivina desastrosa.
Lo que no pueden es poner sus manos sobre nuestros hijos -como ha dicho certeramente Pablo Casado-. Ese paso revela un sesgo totalitario incompatible con una democracia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY eso es lo que pretende el Gobierno social-comunista al amenazar con los tribunales a aquellas comunidades autónomas (como Murcia) que quieren ofrecer el pin parental a los padres. Con ese pin se les da a los progenitores la opción de desautorizar que los hijos reciban clases de contenido incompatible con sus creencias u opiniones, como por ejemplo ideología de género.
El ministro Ávalos califica el pin de “la antesala del fascismo”, pero es justamente al revés. Se trata de una herramienta para defender un derecho fundamental reconocido en la Constitución (art. 27.3), en la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 26.3); y en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (art. 14.3). De fascista, nada. El pin es perfectamente constitucional. Lo que no es constitucional es que el Estado pretenda adoctrinar a los niños, pasando por encima de los padres.
La declaración de Celaá equipara al Gobierno de Sánchez con los estalinismos, los nazismos y -en este caso literalmente- con el fascismo de Mussolini
Y todavía lo es menos que la ministra Celaá revele sin ambages el motivo: los hijos no son cosa de los padres… lo que implícitamente significa que son competencia del Estado. Esa declaración equipara al Gobierno de Sánchez con los estalinismos, los nazismos y -en este caso literalmente- con el fascismo de Mussolini.
Como recordaba Pedro Fernández Barbadillo en un documentado trabajo, la imposición de las leyes LGT en la España actual -y en otros países de Occidente, como Canadá-, son un calco de los totalitarismos, al dejar la patria potestad en manos del Estado.
Y ponía algunos ejemplos elocuentes, como el del bolchevique Grigori Zinóniev, compañero de Lenin y Stalin (y luego asesinado por este último), que dio la consigna que han seguido todos los totalitarios del siglo XX: “Cueste lo que cueste hay que apoderarse del alma de los niños”.
O el caso de Hitler que nada más llegar al poder, en 1933, se dirigió a los alemanes con estas palabras: “Tu hijo, ahora, nos pertenece.”
O el de la Venezuela de Chávez y Maduro -referencia ideológica del vicepresidente Iglesias- con leyes que dan facultades y excusas al Estado bolivariano para adoctrinar a los niños y, si los padres se oponen, retirarles la patria potestad.
Máxime cuando los contenidos de esas clases o talleres no son sino pura superchería. Las teorías de género son una mentira antropológica, una imposición ideológica carente de criterios científicos. Para que nos hagamos una idea es como si a los escolares les enseñaran que dos y dos ya no son cuatro, sino cinco. El generismo tiene poco recorrido y de hecho, algunos intelectuales ya han denunciado el camelo. Recientemente el francés Jean-François Braustein cuestionaba la seriedad de Judith Butler, Peter Singer, John Money y otros “popes” como Donna Haraway -que describe emocionada los “besos profundos que se dan ella y su perra para borrar las ‘barreras de especie’”-. Y lo hacía en un libro de título revelador: La filosofía se ha vuelto loca. El símil psiquiátrico no resulta inapropiado. Como reconoce Fernando Savater, la filosofía “se presta a la genialidad, pero también a los desvaríos”.
El problema es cuando esos disparates saltan a la esfera política y se traducen en leyes de obligado cumplimiento. El problema es que se utilicen para destruir a la familia. Que la misma semana que el Gobierno reclama para el Estado la patria potestad, Boti García, directora de Diversidad Sexual, se haya jactado de haber seducido a una menor, no es casualidad. Como tampoco lo es que Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer, haya dicho que «La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad” o que se haya sabido que en un blog pidió a las mujeres que penetraran analmente a los hombres, en aras de la igualdad. Esa es la tarjeta de visita del Gobierno, una declaración de intenciones.
Y la culminación del viejo guión escrito hace 150 años El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en la que Friedrich Engels identifica a la familia como el germen de la desigualdad.
Pero con la familia, como con las cosas de comer, no se juega. Es la línea roja final que un Estado no debe traspasar si no quiere acabar como el rosario de la aurora. Todos lo intentaron, los jacobinos, los estalinistas, los nazis… y todos se estrellaron.
Ninguna causa es más medular y transversal que la de los hijos. La familia no es de izquierdas ni de derechas. Es anterior al Estado y mientras haya humanidad habrá familia
Ahora la izquierda postmarxista intenta construir un mundo sin sexos -y va a donde más duele: a por nuestros hijos-. Pretende hacer realidad las distopías más disparatadas con una nueva humanidad que supere el diseño original hombre-mujer, en la que el ser humano emule al Creador autodefiniendo su naturaleza. Pero como ya apuntamos en estas mismas páginas “no hace falta ser adivino para predecir otro fracaso no menos terrible que el del comunismo, porque en ese loco empeño a quien se parecerá el hombre no será a Dios sino a Frankenstein”.
Las espadas están en alto. Sánchez por un lado, la sociedad civil por otro. Ninguna causa es más comprometida, medular y transversal que la de los hijos. La familia no es de izquierdas ni de derechas. Es anterior al Estado y mientras haya humanidad habrá familia. Es el cimiento de la civilización y el cimiento del orden social, político y económico, en la medida en que es el presupuesto del orden natural. Las intentonas totalitarias por sustituir a los padres por el Estado han sembrado el mundo de violencia e infelicidad pero, tarde o temprano, han terminado fracasando.
Posdata sobre Vox
Un apunte final. Imaginemos por un momento qué hubiera pasado si no existiera el partido de Abascal, o si no hubiera llegado a ser una fuerza parlamentaria con 52 diputados. ¿Alguien hubiera defendido el derecho constitucional de los padres a elegir la educación de sus hijos?
Desde luego, no el PP, dado el cacao y la confusión que reina en sus filas. Tenemos a Casado, por un lado, que dice, y muy bien dicho: «mis hijos son míos y no del Estado, y lucharé para que este Gobierno radical y sectario no imponga a los padres cómo tenemos que educar a nuestros niños» y añade «saquen sus manos de nuestras familias”. Chapó. Pero luego tenemos a Isabel Díaz Ayuso que rechaza el pin parental; o a Alfonso Alonso, líder del PP vasco, al que le parece absurda y extremista la iniciativa de Vox, y reclama moderación y sensatez. ¿Es “moderación” y “sensatez” permitir que el Estado imponga a los niños clases prácticas de pornografía comparada?
¿En qué quedamos?, ¿de qué lado está el PP? Todo indica que lastrado por los maricomplejines, tiene pánico a que el PSOE le incluya en el pelotón de los “fascismos” y la “ultraderecha” junto con los abascalitas.
Es de justicia subrayar que la irrupción de Vox en la política ha tenido un efecto sumamente positivo para la democracia española, al luchar por derechos y libertades fundamentales seriamente amenazados por el marxismo cultural. Hace solo un par de años era impensable que se cuestionasen las teorías de género en la agenda mediática, ahora están en la palestra. Los telediarios están abriendo con el pin parental; en las tertulias están saliendo a la luz las contradicciones de las feminazis; se habla de los chiringuitos de las denuncias falsas por violencia de género; y hasta intelectuales de izquierda como Félix Ovejero empiezan a discutir los postulados del feminismo.
Si no llega a ser por Vox, ¿alguien se hubiera opuesto al rodillo totalitario de los social-comunistas en un frente tan medular como la educación y la familia?