El pinchazo de droga para el abuso sexual se ha convertido en una desgraciada moda.
El pinchazo de droga para el abuso sexual se ha convertido en una desgraciada moda.

Hablaba con un amigo sacerdote y este me decía que calificar a determinadas personas como malas era atentar contra la caridad y que era más acertado extirpar las acciones de la plenitud de la persona. Me preocupó. Que un representante de Dios en la tierra banalice al demonio constituye una victoria del maligno en la tierra. Ya escribió Lewis en Cartas del diablo a su sobrino aquello de que la mayor ventaja de Lucifer residía en la ignorancia de los hombres sobre su existencia.  

El mal existe. No se da circunstancialmente, sino que ciertos sujetos prefieren escoger el camino fácil del pecado esclavo de las pasiones e impulsos antes que adentrarse en la virtuosa lucha de hacer el bien. Hay gente mala, en palabras de Ana Iris Simón, “hay tantos hijos de putas como ventanas en los edificios”. Todo lo alejado del conocimiento de que en este mundo habitan seres amorales está alejado de la realidad. Es precisamente ese planteamiento buenista el que provoca que determinados sectores de la sociedad, entre ellos un considerable número de expertos penalistas, consideren el castigo penitenciario una mera palanca de reinserción del preso. Son incapaces de asumir que quien la hace la paga y, es más, que hay perfiles sociales que no están hechos para vivir en sociedad. “Es más difícil sacar a un inocente de la cárcel que meter en ella a un culpable”, decía el otro día el personaje principal de una película de poca monta protagonizada por Mel Gibson.  

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Las amenazas se aprovechan de que las leyes han dejado de ser armas y se han convertido en ataduras de la justicia. Ahora tenemos a unos hijos de puta -con perdón a las madres-, pinchando drogas de sumisión a las chicas en discotecas y en espacios públicos para violarlas. No sé hasta donde vamos a llegar. En el momento en que los medios se empezaron a hacer eco de lo que ocurría en Barcelona sabía que los malnacidos de otros rincones de España iban a copiar ese cobarde modus operandi. Los periodistas obvian que en muchas ocasiones la maldad va unida a la inteligencia porque necesitan una mente privilegiada para perpetrar sus delictivas ensoñaciones. Calculan los procesos para joder al prójimo, construyen un plan mental con el que conseguir su objetivo. Hay que estudiar para ser un cabrón. El día que se enteren en las universidades que cada vez hay más van a profesionalizar el oficio y lo harán máster. 

¿Qué hacemos ante la barbarie? En redes sociales veo que los hombres no están muy preocupados por lo que le pueda pasar al sexo opuesto por la acción de esos cabrones. A penas he visto a amigos comentar el tema, incluso les hay que siguen negando la inferioridad de las féminas frente a los varones. La violencia de género es una quimera por el mero hecho de que el apellido que califica esa conducta no es más que una deconstrucción social imaginaria, pero es innegable el abuso de muchos hombres a mujeres. No hacemos ningún bien banalizando esas conductas. Debemos proteger a los más vulnerables ante cualquier tipo de violencia, sin apellidos, construyendo una sociedad en la que no haya paz para los malvados. Qué se mueran los hijos de puta.   

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